sábado, 27 de diciembre de 2008

31 de diciembre de 1871

Mis queridos amigos:
En diciembre de 1871 Don Bosco cayó gravemente enfermo mientras visitaba la casa salesiana de Varazze. Con 56 años, el santo sacerdote estaba agotado y una larga enfermedad estuvo a punto de acabar con su vida.
¿Qué ocurrió? En realidad la situación no ha sido determinada con precisión por sus biógrafos. Los médicos diagnosticaron “fiebres miliares” con fuertes erupciones cutáneas y abundante sudor. El sistema nervioso estaba tocado. Don Bosco no se había reservado para sí y su extenuante ritmo de trabajo lo ponía, por segunda vez, al borde la muerte.
A mitad de diciembre todos pensaban que Don Bosco se moría. Se confesó y le llevaron el Viático. Sus muchachos en Turín no paraban de rezar por el padre de la casa y no pocos ofrecieron su vida por su curación. Los médicos eran pesimistas ante la persistencia de la fiebre y el organismo cada vez más debilitado.
De aquel tiempo se conserva en la casa salesiana de Varazze un cuadro original y poco conocido de un autor anónimo que retrató a Don Bosco en aquellas penosas circunstancias. Es el retrato de un hombre sufriente, muy delgado, con los ojos caídos y las mejillas, la frente y la barbilla cubiertas de placas enrojecidas. Con los dolores reumáticos y el brazo derecho semiparalizado, Don Bosco fue fuertemente probado por el dolor en aquel final de año de 1871. Un día, durante la enfermedad, dijo a quien le cuidaba que tenía la sensación como de quien tiene “la mano metida en una caldera hirviendo”.
Aún en medio del dolor, Don Bosco tenía su corazón y su mente en Turín. El 31 de diciembre dictó, desde la cama, el tradicional “aguinaldo” que solía proponer a sus muchachos y a sus salesianos a modo de proyecto espiritual para el nuevo año. Con algún añadido, la propuesta fue: “Sed un ejemplo de buenas obras”.
Don Bosco, en un estado físico lamentable, no dejaba de pensar en sus salesianos y en sus muchachos. Su sistema educativo traspiraba por los poros de su piel malherida. Parecía decirnos que no podemos educar, no podemos pretender cambiar las cosas si no somos los primeros en vivir con coherencia la vida cotidiana. Su pequeño y maltrecho cuerpo estaba agotado y casi inmóvil en una cama a muchos kilómetros de Turín, pero su pasión apostólica hacía volar su mente hasta los patios del oratorio, hasta los salesianos de la recién fundada Congregación, hacia sus muchachos.
Don Bosco recibió con alegría la bendición del Papa Pio IX el día 5 de enero de 1872. Siempre estuvo convencido de que su curación fue efecto de la gracia de aquella, sobre todo cuando la mejoría fue palpable algunos días más tarde. El 14 de enero pudo levantarse de la cama durante algunas horas y poco a poco fueron desapareciendo las erupciones de la piel hasta que el día 30 pudo viajar a Alassio para descansar mejor durante una temporada.
Al final de este año 2008, recordamos aquel episodio que mantuvo a Don Bosco fuera de su casa durante tres meses. Sin embargo, aún recuperará fuerzas para seguir adelante con su inmenso proyecto ¡Quedaba tanto por hacer! Ni siquiera después de la gravedad de aquellas semanas paró el ritmo ni se reservó lo más mínimo. Hasta el final, se gastará hasta la extenuación para llevar adelante la obra que Dios había puesto en sus manos.
Con el aguinaldo de aquel año, parecía decirse a sí mismo, nos dice a nosotros, yo voy por delante. Seguid a mi lado. Y sabemos bien que, junto a él - siguiendo al único Maestro -, la vida se entrega toda, sin reservas, hasta el final.
Buen deseo para el nuevo año ¿no te parece? Mirando a Don Bosco, “seamos un ejemplo de buenas obras”. El mundo será un poco mejor.
Feliz año 2009.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

miércoles, 24 de diciembre de 2008

¡Feliz Navidad!

"El Señor os dará una señal: mirad, la joven está en cinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros" (Is 7, 14).
Mis queridos amigos:
Un saludo muy cordial y mi cariñosa felicitación navideña.
Dicen que la Navidad de este año será “la más oscura de los últimos quince años” por la dichosa crisis económica, en la que nos han metido agentes políticos y económicos por su falta de previsión, por su codicia personal y empresarial, por sus manipulaciones interesadas, que olvidan la economía real y sobre todo a la gente normal en su vida cotidiana. Debemos mantenernos informados sobre lo que ocurre y ser siempre críticos con todo poder que no respete a las personas y que vaya en contra de la humanización de este mundo según el corazón de Dios.
A pesar de todo esto, el adviento nos recuerda que la Luz de Dios Padre vino a este mundo, encarnada en Jesús. Y desde entonces no hay oscuridad o tiniebla que sea definitiva para quien crea en el amor misericordioso de Dios, revelado en su Hijo. El Espíritu de Jesús sostiene nuestra espera y nos mantiene en la esperanza, de que ya la salvación está presente en la historia, y nada ni nadie puede acabar con ella.
Por tanto nuestra Navidad sigue siendo luminosa y debe ser fuente de felicidad auténtica. Y al mismo tiempo nos recuerda que los primeros que vieron la Luz de Dios fueron los pastores, los pobres, los marginados, los que no tienen hogar. Mis queridos amigos, vivamos con alegría este tiempo, sabiendo compartir lo que somos y tenemos con los destinatarios privilegiados del mensaje de Jesús, los pobres de las nuevas y antiguas pobrezas, que siguen ahí con su presencia lacerante y opaca.
Os deseo también un feliz Año Nuevo. En este año 2009 celebramos el 150 aniversario de la fundación de la congregación salesiana. Que sea un estímulo para renovar nuestro compromiso evangelizador, siguiendo las huellas de Don Bosco, en un mundo tan necesitado de luz, de esperanza, de sentido y de ternura.
Pido a Dios por todos vosotros y por vuestras familias. Que María, la Madre del Señor, nuestro auxilio, nos acompañe siempre en nuestro camino, como estrella que nos guía, como Madre que nos alienta y sostiene.
Feliz Navidad con todo cariño.
Un abrazo fuerte de vuestro amigo. José Miguel

domingo, 21 de diciembre de 2008

El frio invierno y la estrella

Mis queridos amigos:
En el “Memorial del Oratorio de San Francisco de Sales (1844-1849)” redactado por el teólogo Borel, fiel colaborador de Don Bosco, leemos la siguiente anotación:
“El domingo 13 de julio, toma de posesión de San Martín. El IV domingo de adviento, abandonado San Martín”.
Nos situamos en el año 1845. Don Bosco y unos cuantos sacerdotes se ocupaban desde hacía meses de un numeroso grupo de jóvenes con los que dieron inicio al catecismo y al propio Oratorio de San Francisco de Sales. Estos primeros momentos del oratorio, lo sabemos bien, constituyeron un auténtico éxodo. Tras la apertura del Ospedaletto a principios de agosto, obra benéfica de la Marquesa Barolo, hubo que buscar otro lugar para la acogida de los muchachos al tener que prescindir de los locales usados hasta el momento. El oratorio se hizo itinerante y la incipiente obra vivió un largo peregrinar (San Pietro in Vincoli, Mulini Dora, casa Moretta, prato Filippi) hasta encontrar una sede estable en Valdocco.
El teólogo Borel se refiere, en su anotación, a la llegada y salida del oratorio de la Iglesia de San Martín, en los molinos Dora. Tras haber pasado allí varios meses, el 14 de noviembre se les comunicó que no podrían usar más dicha capilla tras las protestas de la población por las molestias de los muchachos que en sus juegos y correrías no paraban de gritar y armar jaleo.
A la intemperie, el crudo invierno turinés ponía a prueba a Don Bosco y a sus colaboradores. Por primera vez, con más ilusión que posibilidades económicas, se decidió a alquilar tras habitaciones de una casa cercana al Refugio, a un sacerdote llamado G. A. Moretta para el catecismo de sus muchachos. Semanas más tarde hará lo mismo con un prado cercano propiedad de los hermanos Filippi.
La estancia en casa Moretta durará de diciembre de 1845 a abril de 1946. De nuevo, las quejas de los inquilinos de la casa por las molestias de los muchachos, provocarán que los dueños no renueven el contrato con Don Bosco y, por consiguiente, se hará necesario un nuevo traslado del oratorio.
Duro invierno el de aquellos meses en los que el frio y la oscuridad no eran sólo ambientales. El número de jóvenes crecía y las necesidades se multiplicaban. De casa en casa, parecía que todas las puertas se cerrasen porque para aquellos jóvenes sucios y desarrapados no había sitio en la posada.
Debe ser el destino de los últimos. De los que no importan a nadie. Fue así hace muchos siglos en un lugar de Judea y sigue ocurriendo en tantas partes del mundo. Los más pobres son molestos y son excluidos del sistema.
Cercanos a la Navidad, en tiempos de crisis y recesión económica, el invierno se hace más duro para los que menos tienen. Las puertas siguen cerradas para los que llaman en mitad de la noche, en la oscuridad de la vida, ateridos por el frio del abandono, la soledad o el sinsentido
Habrá que seguir buscando. Quizás una humilde tettoia, un almacén, un prado… Valdocco. Para que muchos que no tienen hogar – ni futuro hacia el que caminar – encuentren la lumbre encendida y el calor del fuego amigo que les abrigue el alma.
En Valdocco, como en Belén, una luz brilló intensamente para cuantos acogieron el misterio del Dios-con-nosotros que se hace abrazo, acogida, casa, futuro, salvación… en la humildad de un cobertizo porque no había sitio para ellos en la posada. Hoy se hace urgente volver a seguir la estrella.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 14 de diciembre de 2008

Nos llamaremos Salesianos

Mis queridos amigos:
El año 1859 fue especialmente importante para los proyectos de Don Bosco y la naciente obra de los Oratorios en Turín.
El santo sacerdote hacía tiempo que venía dándole vueltas a la idea de fundar una congregación religiosa. Eran tiempos difíciles para tal empresa después de las leyes anticlericales promulgadas en Italia algunos años antes. Pero el consejo del propio ministro Ratazzi de fundar una sociedad que mantuviera los compromisos civiles de sus miembros y el apoyo de Pio IX - en la visita que el propio Don Bosco hizo al Santo Padre en 1858 - recomendándole que los socios se comprometieran con votos religiosos, dieron al director del Oratorio la orientación definitiva para su proyecto.
Años antes, Don Bosco fue poco a poco preparando el terreno. A sus mejores muchachos los fue orientando en el discernimiento vocacional y en la opción sacerdotal. Los clérigos Reviglio, Rua, Francesia, Cagliero…, jóvenes del oratorio que crecieron junto a Don Bosco, constituyeron el primer núcleo de la futura Congregación.
En 1852, Don Rua recoge en un acta la reunión tenida en las habitaciones de Don Bosco en la que el santo proponía a un grupo de jóvenes la práctica de algunos ejercicios de piedad semanales. Dos años más tarde, comprometía a cuatro de ellos en un “ejercicio práctico de caridad hacia el prójimo”. Desde aquel día, escribe Don Rua, “fue puesto el nombre de salesianos a los que se propusieron y se propondrán dicho ejercicio”.
Y así, en la sencillez de estas palabras, en la noche del 26 de enero de 1854, se plantaba la semilla de la Congregación Salesiana. Meses más tarde, Miguel Rua hizo votos privados ante Don Bosco.
El momento definitivo llegó en 1859. El 18 de diciembre, después de una semana de reflexión, acudieron a la habitación de Don Bosco para responder explícitamente a su propuesta. El acta de la fundación de la Congregación ha guardado celosamente los nombres de los que se comprometieron definitivamente con Don Bosco aquella noche: Don Vitorio Alasonatti, Don Angelo Savio; el diácono Miguel Rua; los clérigos Juan Bonetti, Juan Cagliero, Carlos Ghiravello, Juan Bautista Francesia, Segundo Pettiva, José Bongiovanni, Domingo Ruffino, Celestino Durando, Juan Bautista Anfossi, Antonio Rovetto, Francesco Cerruti.
Aquellos primeros “salesianos” se propusieron trabajar en “la obra de los oratorios con espíritu de caridad a favor de la juventud abandonada y en peligro”.
Tras la reunión de fundación, quedaba un largo camino para el reconocimiento de la Congregación y la aprobación de las Constituciones por la Santa Sede. Pero el momento del 18 de diciembre tiene la portada de los grandes acontecimientos. Quedará para siempre en la historia de nuestra familia como un momento fundante al que volver con el corazón agradecido y el compromiso de una constante y siempre creativa renovación carismática.
El 18 de diciembre de 2008 comenzamos un año el que celebraremos el 150 aniversario de la fundación de la Congregación Salesiana. Es una oportunidad para agradecer a Dios tanto don y ocasión propicia para un retorno a Don Bosco en el espíritu de aquellos primeros tiempos preñados de esperanza. La semilla, no nos cabe duda, ha fructificado el ciento por uno.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

martes, 9 de diciembre de 2008

Pan, trabajo y paraíso

Mis queridos amigos:
Cuántas veces le preguntaría Don Bosco a sus muchachos: “¿Te quieres quedar con Don Bosco?”. La mirada asombrada e ilusionada de muchos de ellos expresaba de forma elocuente el deseo de un “si” largamente acariciado y esperado. Y para todos la promesa: “te prometo pan, trabajo y paraíso”. Sonó tan creíble la propuesta que muchos no dudaron y el corazón joven y apasionado de Juan Cagliero exclamó: “Fraile o no fraile… ¡me quedo con Don Bosco!”.
Así fue siempre. Don Bosco les ofrecía el pan de cada día que no habría de faltar nunca en la mesa del pobre. Y aunque no hubiera más que un pedazo, lo partiría a medias con ellos. Sus chavales sabían que era cierto.
Pero les aseguraba también el pan de la Eucaristía, el pan tierno del encuentro con Jesucristo, el Señor de la vida; y con El, les ofrecía el trigo limpio de la educación, la blanca harina del cariño y la amistad, la levadura de un futuro nuevo que sería amasado – les decía - con esfuerzo y compromiso.
Incansable y tenaz, Don Bosco repetía a sus muchachos: “trabajo, trabajo, trabajo...”. Era su santo y seña; era su manera de ser pobre, de vivir la austeridad, de comprender la solidaridad con los más necesitados. En su casa, los jóvenes y sus primeros salesianos aprendieron el valor del sacrificio y del empeño en las tareas cotidianas. En nuestra familia hemos comprendido que nuestro tiempo es para los jóvenes, que no nos pertenece, que somos hijos de un trabajador infatigable ¡Una auténtica experiencia de espiritualidad!
Pero les prometió también a sus muchachos el Paraíso: “¿A dónde va, Don Bosco?”, le preguntaban algunos cuando se cruzaban a toda prisa con él por los pasillos, los patios, las calles de Turín… “¡Al paraíso!”, les respondía.
La mirada en el horizonte, más allá de la acostumbrada rutina o del mortecino vivir. Creativo y emprendedor, caminaba con los pies en el suelo pero con la convicción - aún en medio de grandísimas dificultades - de que “un trozo de paraíso lo arregla todo”.
Así vivió y así murió el santo de los jóvenes: avivando sueños que parecían imposibles y alentando esperanzas perdidas; adelantando el cielo para sus muchachos cuando el suelo era, tantas veces, un pequeño infierno porque en el margen no hay oportunidades a las que agarrarse si alguien no te tiende su mano.
Gastado hasta la extenuación, se despidió de ellos con un inmenso abrazo de padre y estableciendo un pacto con la eternidad: “Di a mis queridos jóvenes que los espero a todos en el paraíso”.
Sus muchachos, en el Oratorio de Valdocco, comprendieron que Don Bosco era amigo de Dios. Domingo Savio, y como él tantos otros, vivieron una experiencia tan intensa junto a él que expresaron con su vida santa que el cielo no puede esperar “¡Qué cosas más hermosas veo!”. Y desde aquel momento en la casa de Don Bosco se hizo consistir la santidad en estar muy alegres.
Hoy resuena para ti la misma pregunta que escucharon muchos chicos en Valdocco: ¿Quieres quedarte con Don Bosco? Piénsalo en primera persona. En la familia salesiana te ofrecemos pan, trabajo y paraíso. Como a Cagliero, no te importe qué dirán de ti o cómo te las vas a arreglar. Sencillamente, quédate con Don Bosco.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 30 de noviembre de 2008

Solo le faltaba la voz

Mis queridos amigos:
En 1929, Don Juan Bautista Francesia, salesiano poeta, escritor y conocedor como nadie de los orígenes de la Congregación, escribió:
“A Don Rinaldi sólo le falta la voz de Don Bosco, todo el resto lo tiene”.
¿Quién era aquel que merecía tal elogio de uno de los muchachos que mejor conoció a Don Bosco y fue protagonista en primera línea de los comienzos de nuestra familia?
Tenemos que remontarnos mucho tiempo atrás. En 1866, un pequeño estudiante de la casa salesiana de Mirabello se encontraba por primera vez con Don Bosco. El santo sacerdote, de visita en la casa, tuvo la ocasión de encontrarse con los jóvenes y dirigirles una buena palabra. Aquel encuentro quedó profundamente marcado en el corazón y en la mente de Felipe, que así se llamaba nuestro protagonista:
“Recuerdo como si fuera ayer – escribió Felipe muchos años más tarde, casi al final de su vida -, la primera vez que me encontré con Don Bosco siendo tan solo un niño. Tenía poco más de diez años. El buen padre estaba en el comedor después del almuerzo, todavía sentado en la mesa. Con gran cariño se preocupó por mis cosas, me habló al oído y después de haberme preguntado si quería ser su amigo añadió, casi para solicitar una prueba de correspondencia, que al día siguiente fuese a confesarme con él”.
Felipe Rinaldi narraba este episodio en el tramonto de su vida, como quien lee lo acontecido hace mucho tiempo pero con la vivacidad de los acontecimientos que jamás se borran y permanecen siempre en la memoria. Aquel hablarle al oído cuando solo tenía diez años y el haberle abierto su corazón a Don Bosco fueron, escribe Don Rinaldi, como “las luces de la mañana que brillan con viva claridad ahora que la vida llega a su fin”.
Fue el encuentro entre dos santos y uno, Don Bosco, había leído la vida del otro. El pequeño Felipe tenía algo especial. Aunque no se hizo la luz enseguida en su proyecto vital, Don Rinaldi se hizo salesiano y más tarde, después de afrontar numerosas responsabilidades (director, inspector de España y de Portugal, Prefecto General), fue elegido Rector Mayor, sucesor de Don Bosco al frente de la Congregación Salesiana.
Sencillo y cordial, dicen de él que ha sido el salesiano que mejor ha encarnado a Don Bosco. Viva imagen de nuestro padre, expresó como nadie su bondad. Como a Don Bosco, a Don Rinaldi Dios le dio un corazón tan grande, tan grande, como las arenas de las playas de los mares. Fue su fiel reflejo y con creatividad supo ponerle rostro a la amorevolezza salesiana.
El tercer sucesor de Don Bosco respiró el aire de aquellos primeros pasos de la Congregación y bebió de las fuentes más puras del carisma salesiano. Se entusiasmó con Don Bosco y descubrió en él la fuerza arrolladora de la santidad hasta el punto de recorrer el mismo camino de rosas y espinas por un emparrado hermoso y difícil que exigió de él una entrega sin límites.
Santo en una familia de santos, la Iglesia lo declaró Beato en 1990 y su fiesta es celebrada el cinco de diciembre. Demos gracias a Dios por habernos regalado salesianos de la talla de Don Felipe Rinaldi y sintámonos – también nosotros - herederos de una santidad ordinaria que hace extraordinarias las cosas sencillas de cada día vividas con los ojos y el corazón de Dios.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

lunes, 24 de noviembre de 2008

Dios proveerá

Mis queridos amigos:
Siempre he admirado en Don Bosco la tenacidad con la que afrontó y llevó a cabo cada proyecto a lo largo de toda su vida. Procuró actuar con prudencia en todo momento pero con una tenaz perseverancia. Confiaba sin límites en el Señor e iba adelante con firmeza exclamando “¡Dios proveerá!”.
Leemos en las Memorias Biográficas:

“Cuando encuentro una dificultad, incluso de las más grandes, hago como los que andan por el camino y a un cierto punto lo encuentran bloqueado por una gran piedra. Si no puedo quitar el obstáculo de en medio, me subo encima, o por un camino más largo doy un rodeo. O bien, dejada sin terminar la empresa comenzada, para no perder inútilmente el tiempo esperando, comienzo enseguida otro proyecto. Pero no pierdo de vista nunca la obra comenzada y sin terminar. Con el tiempo, los frutos maduran, los hombres cambian, las dificultades se allanan”.


Toda una lección de sabiduría ¿no te parece? Dicen que los piamonteses son auténticos y tenaces hasta la testarudez. Que persiguen sus sueños con firmeza sin pararse ante los obstáculos. No sé si lo da la tierra, pero lo cierto es que Don Bosco tuvo algo de todo esto. Siempre alimentó una fuerza de voluntad que le hacía ir adelante aún en medio de grandes dificultades, sin ceder, sin volver atrás cuando estaba convencido de caminar por el sendero justo.
Ni las dificultades de la niñez, ni el desencuentro con la Marquesa Barolo, ni la grave enfermedad en el inicio de su misión con los jóvenes de Turín, ni las incomprensiones del Obispo Gastaldi – por citar sólo algunos ejemplos -, lograron que se apartara del camino que Dios le marcaba.
Supo esperar con paciencia, buscó senderos diversos, superó los obstáculos, pero no arrojó la toalla ni se arredró ante lo complicado de algunas situaciones. Cuando trataba de poner en marcha la Congregación Salesiana, ante las muchas trabas que encontraba, no perdió el ánimo. Tuvo que recorrer un camino de quince años hasta la aprobación definitiva de las Constituciones.
Un sacerdote anciano que vivió muchos años en el Oratorio de Valdocco, en 1889 (un año después de la muerte de Don Bosco), escribió:


“Don Bosco fue un hombre de carácter firme, de propósito tenaz, de mirada larga y justa, de tacto finísimo en el trato con las personas y las cosas, de grandísima confianza en la Providencia divina. Todo lo que en su vasta mente se engendraba, aunque pareciera que los obstáculos fueran insuperables, él lo realizaba. Llevaba adelante las cosas como por encanto, con estupor general, confiando en esta palabras: ¡Dios proveerá!”.


En efecto, Dios proveerá. Como siempre ha hecho en nuestra familia, también hoy confiamos en que Dios hará prósperas las pobres obras de nuestras manos. Con la invencible tenacidad de nuestro padre, acometemos proyectos hasta la temeridad cuando del bien de los jóvenes se trata. Por muy fuerte que soplen los vientos, Dios los convertirá en brisa; por muy altos que sean los montes, Dios los allanará. No lo dudes, siempre hay caminos. Y en el sendero árido y tortuoso, Dios siempre provee a los de corazón grande, ancha mirada y paso firme.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

domingo, 9 de noviembre de 2008

Poco a poco...

Mis queridos amigos:
En una carta fechada el 13 de julio de 1876, Don Bosco escribía a Don Cagliero – recién llegado a Buenos Aires al frente de la primera expedición misionera en Argentina – diciéndole: “Tú eres músico, yo soy soñador de profesión”.
¡Don Bosco era un soñador! Es cierto. Un soñador que veía lejos, que vislumbraba siempre nuevos horizontes para su obra, que caminaba siempre adelante con seguridad ante las dificultades… Pero Don Bosco, era un soñador ¡No un ingenuo! Veía lo que estaba por venir con la imaginación de un creativo, con la confianza de un creyente, con la firmeza de un hombre tenaz y con la prudencia de quien tiene los pies en el suelo.
Así era Don Bosco. Capaz de entusiasmar a los que estaban a su lado con nuevos proyectos, de ilusionar a sus muchachos con nuevas obras, de alentar a sus salesianos con nuevos caminos abiertos en un mar de dificultades…
Pero sabía también mirar la realidad con la sabiduría de quien no se precipita ante las decisiones, con la calma de quien busca que las cosas maduren, con la serenidad de quien se sabe en manos de Dios.
Así, en la fundación de la Congregación, trató de dar pasos firmes y con paciencia ante las adversidades. Antes de enviar a sus primeros salesianos a Argentina, rechazo algunas otras ofertas en otros países. Antes de aceptar una propuesta para enviar a sus salesianos a Hong Kong, quiso asegurar la independencia de la obra y al no haber garantías rechazó la posibilidad. Antes de abrir una nueva casa calibraba bien las posibilidades de llevar adelante y en qué condiciones su proyecto.
Son sólo algunos ejemplos de un “soñador” bien despierto y con los pies en el suelo que sabía calibrar los tiempos y esperar el momento adecuado ante las nuevas oportunidades.
Hasta la temeridad, Don Bosco era capaz de ir adelante por el bien de sus jóvenes. Pero no le faltaba la inteligencia para afrontar con equilibrio y madurez los retos que la vida le ponía por delante.
Un periodista le pregunto en una ocasión:
- ¿Cómo ha hecho para extender su obra hasta la Patagonia y la Tierra del Fuego?
Don Bosco le contesto:
- Poco a poco…
En la carta escrita a Don Cagliero a la que me refería más arriba, Don Bosco le decía:
- A propósito de la casa en Roma, he decidido que se abrirá. Quizás cuando vuelvas podrás alojarte bajo nuestro techo. ¡Poco a poco!
De hecho la primera casa en Roma no se abrió hasta 1880.
Don Bosco fue adelante siempre con seguridad y confianza en el Señor, pero con la mirada prudente que requerían las circunstancias y consciente de que todo tiene su tiempo y su oportunidad. Fue un gran soñador, si, pero con la mirada larga y paciente, con la mente despejada y el prudente actuar de quien realizaba las cosas “poco a poco”, pero con tenacidad.
Somos, también nosotros, soñadores de profesión. Pero, como Don Bosco, con los pies en el suelo, con la mirada larga y paciente, con la creatividad del apóstol y la tenacidad de creyente. Por el bien de los jóvenes, afrontamos grandes empresas… poco a poco, pero sin tregua.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

domingo, 2 de noviembre de 2008

Hasta los confines del mundo

Mis queridos amigos:
La preocupación por las misiones en países aún por evangelizar fue siempre una constante en la mente y en el corazón de Don Bosco.
Desde muy joven, siendo seminarista, manifestó una especial inquietud por llevar el Evangelio a los pueblos donde no había llegado la luz de Jesucristo. Su biógrafo nos recuerda, en las Memorias Biográficas, que el clérigo Bosco leía con frecuencia e interés las “lecturas edificantes” que la Obra de la Propagación de la Fe divulgaba entre los católicos a propósito de las fatigas y trabajos de los misioneros en tierras lejanas.
Siendo ya sacerdote, sus chicos en el Oratorio le escucharon muchas veces hablar sobre las misiones. Los encandilaba con sus sueños misioneros y les hacía vibrar con horizontes de expansión de la obra de Valdocco más allá de los mares.
Una vez más, la Providencia y los sueños. Don Bosco miraba lejos. Su pasión apostólica y su celo por “la salvación de las almas” le hacían preguntarse cómo la obra salesiana, apenas iniciada, podría extenderse hasta los confines del mundo para llevar a los jóvenes el mensaje del amor liberador y providente de Dios.
Parecía una locura. Apenas un germen, apenas una planta recién nacida y ya pensaba Don Bosco en trasplantarla a otras tierras. No había muchos medios. No había muchos recursos. Pero del corazón del padre, guiado por el Espíritu, surge la gran empresa de las primeras misiones salesianas en la Patagonia y en la Tierra del Fuego.
En 1875, pocos años después de la fundación de la Congregación, tuvo lugar la primera expedición misionera en Argentina. No escatimó esfuerzos Don Bosco. Uno de sus mejores salesianos, uno de sus primeros muchachos, iba al frente del grupo. Juan Cagliero y un grupo de 9 salesianos entusiastas iniciaban la obra salesiana en otros países, otros continentes, otros contextos.
Y el Espíritu no dejo de soplar ni el corazón de Don Bosco de alentar nuevos compromisos. Hasta su muerte se realizaron diez expediciones más. En 1888, 150 salesianos se habían establecido en cinco naciones de América latina. Y después vinieron China y otros países de Asia; y más tarde Africa… y los cinco continentes.
El 11 de noviembre conmemoramos el inicio de las misiones salesianas. Hace 133 años comenzó a hacerse realidad el sueño misionero de Don Bosco. Hoy, tanto tiempo después, la familia salesiana sigue abriendo fronteras en los últimos confines del mundo. La caridad pastoral de Don Bosco late en el corazón de tantos misioneros y misioneras que entregan su vida por amor, anunciando de forma creíble la buena noticia liberadora de Jesucristo.
Fruto de esta mística, damos gracias a Dios por la santidad de muchos de nuestros hermanos. Luis Versiglia y Calixto Caravario, primeros mártires salesianos en China cuya fiesta celebramos el día 13, son un compromiso para el impulso misionero de toda la familia salesiana.
La reciente beatificación en Argentina de Ceferino Namuncurá, indio mapuche que conoció a los primeros salesianos que llegaron a aquellas tierras, nos recuerda que la propuesta educativa salesiana es un camino de santidad juvenil al alcance de todos los que quieran, como Don Bosco nos enseña, dejarse conducir por el Espíritu.
El impulso carismático y misionero de nuestra familia es hoy un estímulo y un compromiso pastoral para todos nosotros. ¡Avivemos la llama!
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

lunes, 27 de octubre de 2008

Don Bosco decía, Don Bosco pensaba, Don Bosco quería...

Mis queridos amigos:
“Don Rua, si quisiera, haría milagros”. Así se expresa Don Bosco en las Memorias Biográficas refiriéndose a Miguel, uno de sus primeros muchachos en Valdocco, su primer salesiano y su más fiel colaborador hasta su muerte.

Esta semana la familia salesiana celebra su fiesta. El hoy beato es una de las figuras gigantescas de nuestra Congregación y sin embargo, para muchos, un gran desconocido.
Compartió con Don Bosco los primeros momentos del Oratorio, experimentó en primera persona su paternidad y descubrió junto a él horizontes anchos y hermosos para su vida. Se sintió tan amado y quiso tanto a Don Bosco que se quedó para siempre con él y junto a él caminó desde la más absoluta e incondicional fidelidad hacia el que siempre fue su padre.

Como el mismo Don Bosco le dijo cuando solo era un niño, Miguel fue en todo a medias con él. Don Rua creció a su lado, vivió los inicios de la Congregación, fue testigo del crecimiento y la expansión de nuestra familia y más tarde, con la fuerza del Espíritu consolidó la obra iniciada por el padre.
Fue el primer salesiano. Con la emoción y la sencillez de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, Don Rua dejó escrito en su cuaderno de notas cuanto aconteció aquella noche de enero de 1854 en la habitación de Don Bosco:
“El día 26 de enero de 1854, por la noche, nos reunimos en la habitación de Don Bosco. Además de Don Bosco, estábamos Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Nos propuso empezar, con la ayuda del Señor, una temporada de ejercicios prácticos de caridad con el prójimo. Después de ese tiempo, podríamos ligarnos con una promesa y esta promesa se podría transformar, más adelante, en voto. A partir de aquella noche se llamó ‘salesiano’ a todo el que adoptaba aquel género de apostolado”.

Aquel grupo de jóvenes era el presente y el futuro del sueño de Don Bosco que poco a poco se iba haciendo realidad entre los balbuceos de caminos inciertos pero con la determinación y la tenacidad de quien se sabe en manos de Dios.
Un año y algunos meses más tarde, el 25 de marzo de 1855, Miguel realizaba sus primeros votos privados delante de Don Bosco. Nadie más en aquella escena preñada de esperanza y hondamente significativa para nuestra historia salesiana. El acontecimiento tiene la portada de los inicios de las grandes obras. En la humildad de un rincón de Valdocco, sin gestos grandilocuentes, se alumbraba la Congregación Salesiana.

Don Rua trabajó con Don Bosco hasta la extenuación, escribió a su lado páginas hermosas de la historia salesiana y tomó el testigo al frente de la Congregación cuando el padre murió.
Durante su rectorado, la Congregación se consolidó, se extendió y alcanzó un desarrollo como nadie hubiera podido imaginar. Permaneció fiel a Don Bosco imitando de él todo lo que aprendió a su lado. Don Bosco decía, Don Bosco pensaba, Don Bosco quería… Fue su fiel intérprete en tiempos difíciles y para generaciones de salesianos el hilo rojo que los unía al Fundador.
Como Don Bosco, Miguel Rua fue un sacerdote auténtico y veraz, un hombre de su tiempo y un hombre de Dios. Como el maestro, el discípulo también bebió del agua pura del manantial de Valdocco y en aquella irrupción de la gracia el Espíritu le condujo por veredas de santidad. Su memoria es hoy, para nosotros, compromiso de fidelidad.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

domingo, 19 de octubre de 2008

"Si él, ¿por qué yo no?

Mis queridos amigos:
Un día de octubre de 1854 un adolescente de doce años entraba a formar parte de la familia de Don Bosco en Valdocco. Domingo Savio vivió una rica e intensa experiencia en el Oratorio que, si bien no duró más que dos años y medio, dejó sorprendidos a todos porque dejó en el recuerdo colectivo la transparencia de un corazón auténtico, la mirada limpia de un muchacho apasionado por la vida y la recia espiritualidad de quien se había propuesto firmemente seguir a Jesucristo con radicalidad.

Don Bosco debió quedar profundamente impresionado de aquel chico de aspecto frágil pero de alma grande que demostró ser un gigante de la santidad. Junto a él, un pobre cura, Domingo recorrió rápidamente los senderos de una vida espiritual y apostólica de gran calado que no dejó indiferente a ninguno de sus compañeros.
Convencido de la gran estatura evangélica de Savio Domenico, Don Bosco se propuso escribir su biografía enseguida y comenzó a recoger datos. Así, en enero de 1859, casi dos años después de su muerte Don Bosco publicó en las Lecturas Católicas la “Vida del joven Domingo Savio, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales”.
Don Bosco escribió estas páginas con mucho mimo y con el deseo de ofrecer a todos un modelo de virtudes que estimulaba a una santidad sencilla y simpática, al alcance de muchos. Para su redacción, había interrogado a los sacerdotes que lo habían conocido antes de su entrada en el Oratorio y a sus propios compañeros.

Don G. Cugliero maestro en Mondonio, pocos días después de la muerte de Domingo escribió a Don Bosco afirmando que en veinte años de oficio, no había conocido nunca un alumno “tan razonable, diligente, asiduo, estudioso, afable y agradable como Savio Domenico”.
Sus compañeros no dudaron en decir de él que era un “excelente compañero”, un “íntimo amigo” o alguien con un “corazón puro y santo”. La impresión dejada por Domingo fue tal que sus amigos expresaron en la biografía escrita por Don Bosco su admiración, su convicción de que Domingo estaba en el cielo y que, incluso, se encomendaban a él recibiendo gracias que le eran atribuidas sin dudarlo.
Don Bosco no vaciló tampoco en su deseo de llevar adelante la causa de canonización de Domingo. Pero en la publicación de su biografía había también una intención muy clara que tenía como destinatarios a sus muchachos. En la introducción el ofrecía un modelo de vida para todos:

“Mis queridos jóvenes (…) aprovechad de lo que voy a contaros; y decid como San Agustín: ‘Si él, ¿por qué yo no?”Si uno de mis compañeros ha encontrado el tiempo y los medios para lograr ser un auténtico discípulo de Cristo ¿Por qué no podría hacer yo lo mismo?”.

Don Bosco miraba lejos y sabía que proponía un camino de largo alcance pero a portada de mano de sus muchachos. Domingo fue una buena tela y, Don Bosco en su maestría y santidad, logró con la ayuda del Espíritu, una autentica obra de arte. Pero estoy seguro de que en el Oratorio, junto a él, muchos otros jóvenes vivieron un proyecto parecido de entrega y hondura espiritual.

Para nosotros, educadores, no puede ser sólo una referencia épica. Por el contrario, el recuerdo de cuanto aconteció en nuestros orígenes es un acicate para actualizar aquí y ahora una propuesta de espiritualidad y un camino de acompañamiento para los jóvenes de este tiempo. Es también una llamada a la santidad que compromete nuestra propia vivencia evangélica. Creo firmemente que es posible ayudar a nuestros chavales a hacer de Jesucristo el centro de sus vidas. Domingo vivió la santidad junto un santo y en ese ambiente y de esa cuna nació la Congregación y la entera Familia salesiana. Salvadas todas las distancias, si nuestra pastoral juvenil, activada por la caridad pastoral ardiente y contagiosa que caracterizaó a Don Bosco, no tiende a que muchos vivan como Domingo quizás es que estemos equivocando la estrategia.

Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 12 de octubre de 2008

"Aquella fiesta de San Francisco de Sales"

Mis queridos amigos:
La música, el juego, el teatro y la fiesta han formado siempre parte de la vida de nuestra familia y han estado muy presentes en la propuesta educativa de Don Bosco desde los comienzos del Oratorio. Fueron armas de paz y un instrumento preventivo de primer orden del que nuestro padre se sirvió para que sus muchachos encontraran un camino pedagógico que les ayudara a expresarse y a vivir en alegría.

Además del propio testimonio de Don Bosco, por suerte, algunos periódicos de la época han dejado fiel constancia del sentido festivo que se vivía en Valdocco. La redacción del Armonía expresó con detalle cómo se desarrolló la fiesta de San Francisco de Sales en aquel lejano 1858 que, por cuestiones laborales, se trasladó aquel año al domingo 31 de enero (¡qué coincidencia!). Así se desarrolló la jornada según cuenta el periodista:

“Por la mañana hubo comunión general en la que participaron más de cuatrocientos muchachos (…) la misa fue cantada por el profesor Ramello y la orquesta estaba compuesta por chavales, tanto estudiantes como artesanos (…) Quien esté acostumbrado al jaleo y al movimiento de los jóvenes no pudo menos que sorprenderse por el espectáculo de recogimiento y devoción de esta iglesia abarrotada de chicos (…)Sin demasiados asistentes, la sola presencia virtual de su director era suficiente para tener tranquila a toda esta juventud (…).
Después de comer tuvo lugar un concierto variado con orquesta y a continuación un sinfín de juegos que hicieron las delicias de toda a aquella multitud llena de vida.
Después de las Vísperas, Monseñor Balma procedió al bautismo de un adulto (…) La bendición con el Santo Sacramento terminó la función religiosa. Después se pasó a la distribución de premios (…) en los intermedios la música aportaba una nota más alegre aún al acto (…) Quedaba todavía una obra de teatro (…) los jóvenes actores ejecutaron muy bien su papel ganando la simpatía y los aplausos de todos (…)”.

El artículo termina con algunas reflexiones por parte del periodista sobre Don Bosco:

“Así, mezclando lo útil y lo agradable con infinita sabiduría y amor paternal, el excelente y reverendo Don Bosco supo, en el espacio de un día, santificar y alegrar a una multitud de jóvenes que él quiere como a sus hijos y por los que él es amado como un padre”

Sin duda, el relato del periódico es elocuente. Quienes nos hemos educado en una casa salesiana recordamos muchos días como este. Don Bosco estaba convencido que la alegría, el juego, la música y el teatro mejoraban la vida de sus muchachos. Y así, concebía estas jornadas de fiesta en las que lo religioso y la distensión se mezclaban para proponer un ambiente positivo y lleno de vida. Días como éste quedaban fuertemente marcados en la memoria y el corazón de los jóvenes a los que aquel cura simpático quería “como un padre”.

Don Bosco, el músico, el prestidigitador, el saltimbanqui… expresaba todo su potencial creativo al servicio de la evangelización conociendo como nadie el corazón de los jóvenes. Para él era una oportunidad más de ayudar a madurar y a crecer a sus muchachos a los que enseñó que la santidad consiste… en estar siempre muy alegres.


Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 3 de octubre de 2008

Talleres para los pobres

Mis queridos amigos:

En pleno desarrollo y maduración de su obra en Valdocco, Don Bosco abre sus primeros talleres entre 1853 y 1856. Comenzará con talleres de zapatería, sastrería, encuadernación y, algo más tarde, también pondrá en marcha el de carpintería.

Hasta ahora, sus muchachos aprendices habían frecuentado diferentes talleres en la ciudad en los que Don Bosco los colocaba al cuidado de algún patrón que los iniciaba en el oficio. Pero las constantes dificultades económicas de la casa y las necesidades de los propios muchachos hicieron pensar creativamente a Don Bosco que la “producción propia” ayudaría a aliviar la maltrecha economía del Oratorio al tiempo que suministraba ropa y materiales para los propios chicos.
Si a esto le añadimos una segunda preocupación de Don Bosco, esto es, la de sacar a los jóvenes del ambiente malsano de los talleres de la ciudad, la ocasión parecía una buena oportunidad para orientar en una nueva dirección el proyecto de Valdocco.

Así, la estructura de los talleres reproducirá la de los talleres de la ciudad: el patrón, los trabajadores y los aprendices trabajan juntos. Todavía estamos lejos, pues, de una auténtica escuela profesional.

Se trata, pues, también de producir. Don Bosco habrá de ingeniárselas de nuevo para dar a conocer sus talleres y, como no podíamos esperar menos, a sus distinguidos clientes les hará un precio especial… cobrándoles más y tratándoles como a benefactores que contribuyen a la noble causa del Oratorio de San Francisco de Sales. He aquí un testimonio de una nota de prensa publicada en el periódico Armonía que, si bien no está firmada por Don Bosco, es fácil imaginar quien es su inspirador:

Apertura de un taller para los pobres. Con la finalidad de dar trabajo a algunos pobres muchachos acogidos en el oratorio masculino de San Francisco de Sales en Valdocco, bajo la dirección del benemérito sacerdote don Giovanni Bosco, se ha abierto un taller de encuadernación. Las personas que les suministren libros u otros objetos a confeccionar, además de módicos precios, contribuirán al sostenimiento de una obra de beneficencia pública. Nosotros recomendamos calurosamente este proyecto, sabiendo que dieciocho niños que han quedado huérfanos por la reciente epidemia de cólera han sido acogidos allí y que muchos otros lo serán también dentro de poco”.

Don Bosco mira adelante y con su habitual modo de hacer trata de asegurar el funcionamiento de su obra al mismo tiempo que la da a conocer suscitando simpatías y adhesiones. Pero su preocupación está centrada sobre todo en sus muchachos. Seguirá muy de cerca los talleres y los cuidará con mimo eligiendo con atención a los maestros de taller y redactando enseguida un reglamento que expresa muy bien sus expectativas ante la nueva obra: la profesionalidad, la honestidad, la responsabilidad, el respeto, la dimensión religiosa y las prácticas de piedad estaban presentes en la vida cotidiana de los muchachos.

Para Don Bosco, lo sabemos bien, no se trata solo de enseñar un oficio, sino de educar a aquellos jóvenes haciendo de ellos buenos cristianos y honrados ciudadanos. En la nueva etapa de la apertura de los talleres, toda su creatividad y su celo pastoral fueron puestos al servicio de su proyecto educativo-pastoral.

Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

sábado, 27 de septiembre de 2008

Don Bosco no se equivocó

Mis queridos amigos:

Al mismo tiempo que el Oratorio de Valdocco se desarrollaba con la ampliación de nuevos talleres y la construcción de nuevos edificios, Don Bosco se empleaba a fondo para cuidar el ambiente positivo y pastoral de la casa. A finales de los años cincuenta, comenzó a dar vida a diferentes asociaciones juveniles que fueron pensadas como auténticos movimientos educativo-pastorales destinados a hacer madurar la fe de sus muchachos y a proyectar un ambiente de piedad y de apostolado en todos los niños y jóvenes de la casa.
Don Bosco logró, progresivamente, un importante núcleo de fervor entre sus muchachos que se expresaba, además, en un compromiso de coherencia personal en sus estudios y obligaciones así como en el servicio solidario a los propios compañeros, especialmente a los que más lo necesitaban.

Así, las “compañías” se convirtieron en un instrumento pedagógico, según la concepción de la época y adaptado a las posibilidades de los jóvenes, que ayudó a Don Bosco en el desarrollo de su misión y educó a sus muchachos en la fe y en la caridad.

Tras la aprobación del dogma de la Inmaculada Concepción en diciembre de 1854, surge en el Oratorio la Compañía de la Imaculada. Impulsada por Domingo Savio y acompañada por Don Bosco, como podemos leer en sus estatutos, la compañía fue fundada para “honorar a María” con el compromiso de “cumplir cuidadosamente los deberes de cada día” y “cuidar a los compañeros estimulándolos al bien con palabras y sobre todo con el ejemplo”.

Don Bosco había intuido bien dónde estaban las prioridades pastorales para sus muchachos y los resultados le dieron la razón. Es emocionante leer el acta de la reunión de la constitución de la compañía de la Inmaculada del 9 de junio de 1856 que enumera los nombres de los miembros fundadores:

“Nosotros, Rocchietti Guiseppe, Marcellino Luigi, Bonetti Gioanni, Vaschetti Francesco, Durando Celestino, Momo Giuseppe, Savio Domenico, Bongioanni Giuseppe, Rua Michele, Cagliero Gioanni…”.

¿Os dais cuenta? Si exceptuamos a Domingo Savio que murió al año siguiente y al tal Giuseppe Momo, todos los demás miembros fundadores de la compañía fueron salesianos. Bien podemos decir que constituyeron el germen de la futura Sociedad de San Francisco de Sales. De entre ellos, salesianos de una talla enorme, fieles colaboradores de Don Bosco hasta el final y un joven santo como fruto más precioso de aquellos años prodigiosos de Valdocco.
No, Don Bosco no se equivocó. Supo bien poner la mirada en lo esencial: un ambiente pastoral positivo, fruto de la confianza y el espíritu de familia; una experiencia religiosa que transforma y madura a las personas; una “cultura vocacional” cuidada especialmente a través de los movimientos apostólicos; un acompañamiento, en fin, que permite personalizar la experiencia y orientar el camino hasta situar al chico en la posibilidad de una opción vocacional madura y libre.

Volver a Don Bosco supone redescubrir sus grandes intuiciones educativo-pastorales. Ojalá podamos iluminar nuestra compleja realidad con la misma pasión y creatividad que nuestro padre supo poner en aquellos años, también difíciles, de los inicios oratorianos en Valdocco.

Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

martes, 23 de septiembre de 2008

Las preocupaciones de Don Bosco



Mis queridos amigos:
Los últimos meses de 1853 fueron muy difíciles en el Oratorio de Valdocco. La casa se iba consolidando, los muchachos eran cada vez más, la necesidades cada día más urgentes… y Don Bosco con una deuda a la que no sabía cómo hacer frente.
Una vez más recurre a sus benefactores pidiendo a unos y otros una ayuda económica para hacer frente a una situación que llevaba camino de hacerse desesperada. Como le escribe al Señor Conti (un señor influyente en la ciudad) en noviembre, Don Bosco está de deudas “hasta el cuello”.
Su carta de enero de 1854 al Conde Solaro della Margherita no deja lugar a dudas de lo angustioso de la situación y refleja a las mil maravillas el genio de Don Bosco antes las dificultades:
“El encarecimiento de todos los alimentos, el número creciente de jóvenes abandonados, la disminución de muchos donativos que me hacían algunos particulares y que ya no me llegan… Todo esto me tiene sumido en tal necesidad que ya no sé cómo salir de ella. Sin contar muchos otros gastos, la factura del panadero para este trimestre es elevadísima y no sé de dónde sacar el dinero. Hay que comer. Y si yo niego un pedazo de pan a estos jóvenes en peligro y ‘peligrosos’ (está subrayado aposta en la carta), los expongo a grandes riesgos para su alma y para su cuerpo…”

Son, realmente, las preocupaciones de Don Bosco por mantener y llevar adelante su obra en momentos de gran necesidad. Su espíritu emprendedor le hará desenvolverse con creatividad para hacer frente a estas situaciones que arriesgaban de hacerse crónicas por la progresiva e imparable complejidad del Oratorio.
Sabemos que a finales del mes de enero, Don Bosco organizará una nueva lotería para paliar la falta de recursos. En la circular de presentación de la misma, el buen sacerdote escribe:
“Las graves necesidades en las que me encuentro en este año debido a los múltiples gastos en los tres oratorios erigidos en esta ciudad para la juventud en peligro me obligan a recurrir a la beneficencia pública…”

El corazón de pastor de Don Bosco se las ingeniaba para buscar recursos. En el centro de sus desvelos estaban sus muchachos abandonados y en peligro a los que cada día había que dar de comer, alojar y vestir.
Pero en medio de tantas dificultades y estrecheces, Don Bosco sigue adelante ampliando su proyecto. Un par de años antes, había sido inaugurada la nueva iglesia de San Francisco de Sales; ese mismo año de 1854 estará listo el nuevo edificio que prolongaba la casa Pinardi en ángulo recto y en paralelo con la iglesia; al final del año, Don Bosco abrirá nuevas clases y nuevos talleres en el oratorio; en febrero de 1855, tan solo un año más tarde, Don Bosco anunciaba al obispo Gastaldi la compra de un terreno delante de la Iglesia de San Francisco de Sales (1258 m2) para nuevas clases y talleres… ¡Increíble!
¡Don Bosco era furbo (listo)! Pero su furbizzia no era más que la expresión de una caridad pastoral emprendedora y creativa que no se paraba nunca, cuando del bien de sus muchachos se trataba. Eran las preocupaciones de un pobre cura que quiere lo mejor para sus hijos, pero era también el genio de un pastor que se sabía conducido por una estrella que siempre indicaba el camino.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 14 de septiembre de 2008

El Papa y los chicos de Don Bosco


Mis queridos amigos:
En 1848, cuando el Oratorio de San Francisco de Sales todavía luchaba por consolidarse, Italia vivía tiempos de revolución. El Papa Pio IX, amenazado por la revuelta popular y el poder político que quería despojar al pontífice del poder temporal que ostentaba, se exilió de Roma para poder garantizar su seguridad.
Al margen de las causas políticas que provocaron tal situación, el acontecimiento del exilio papal creó en Don Bosco y sus muchachos un hondo pesar. Como para muchos católicos de su tiempo, la preocupación por la situación de amenaza que vivía la Iglesia provocó una corriente de solidaridad y simpatía hacia el pontífice que se concretó en numerosos signos de apoyo incondicional al “Vicario de Cristo”.
Las necesidades económicas de la Iglesia crearon tal inquietud en el mundo católico que por todas partes se tomaron iniciativas solidarias con el fin de paliar la penosa situación de Pio IX.
Corría el año 1849 cuando en el Oratorio de Valdocco Don Bosco propuso a sus muchachos una colecta para recaudar fondos y ayudar al Santo Padre. El mecanismo se pone en marcha con la necesaria motivación pedagógica y aquellos muchachos, entre el abandono y la necesidad de supervivencia, logran recaudar de sus bolsillos maltrechos 35 liras.
Don Bosco, con agudeza, quiere darle una solemnidad adecuada al acontecimiento y llama a algunas personalidades de la ciudad de Turín, entre ellos el Marqués Gustavo Cavour, a recoger la ofenda de los pobres muchachos de Valdocco para el Santo Padre. Un periódico de la ciudad se hace eco del evento y Don Bosco consigue la notoriedad del momento para su Oratorio y la simpatía y admiración de la ciudadanía para su obra.
Los muchachos de Don Bosco, con la cara alegre y sonriente, rodean a los ilustres señores y dos de ellos se adelantan. Uno les entrega la cantidad recaudada, el otro pronuncia un discurso (ciertamente preparado por Don Bosco) para la ocasión. Al terminar, un coro de niños cantará un himno compuesto en honor del Papa.
Una vez más, el ingenio de Don Bosco se pone al servicio de la causa de los oratorios y, al mismo tiempo, acrecienta en sus muchachos su sentido eclesial con la adhesión a la persona del Papa. Ciertamente, es el óbolo de la viuda del Evangelio, lo pequeño, lo insignificante, pero que con un valor incalculable educa en la solidaridad compartiendo lo poco que se tiene.
Ciertamente, el Papa llegará a conocer el sencillo gesto de los chicos de Valdocco y algunos meses más adelante devolverá el gesto con el regalo de unos rosarios bendecidos por él para los niños y jóvenes del Oratorio. Como podemos suponer, ya se encargó Don Bosco de que también este sencillo signo de amistad tuviera su trascendencia en medio de las actividades de la casa.
No nos cabe duda de que Pio IX recordará siempre con afecto la entrañable solidaridad de los chicos del Oratorio. Pero además, aquel sencillo gesto en momentos difíciles, hizo que las relaciones entre Don Bosco y el Pontífice se mantuvieran y acrecentaran durante muchos años.
Don Bosco, hombre de Iglesia con un sentido pedagógico y práctico de la vida, supo en cada circunstancia situarse adecuadamente y ofrecer a sus muchachos las claves para leer la realidad al tiempo que alcanzaba sus objetivos de consolidación de su obra. Lo único que le interesó, ciertamente, fueron los jóvenes.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 13 de junio de 2008

"LOS DERECHOS DE LOS JOVENES"


Mis queridos amigos:


Entre 1860 y 1861, el Oratorio de Don Bosco en Valdocco había sido objeto de alguna inspección desagradable. Para salir al encuentro de las dificultades, Don Bosco escribe los “Apuntes históricos del Oratorio de San Francisco de Sales” (1862), pensando utilizar estas reflexiones como instrumento para una correcta información sobre su obra. En estas pocas páginas, expresa con mucha claridad cómo piensa Valdocco y la realidad que se vive en la casa después de muchos años de experiencia con los jóvenes más abandonados y en peligro de Turín y del Piamonte. Escribe:


“La idea de los Oratorios nace de la visita a las cárceles de esta ciudad. En estos lugares de miseria espiritual y temporal se encontraban muchos jóvenes, de ingenio despierto, de corazón bueno (…) estaban allí encerrados, envenenados, hechos el oprobio de la sociedad (…) En el Oratorio, poco a poco se les hacía experimentar la dignidad de ser hombres; que la persona es razonable y debe procurarse el pan de la vida con honestas fatigas y no con el robo”.

Don Bosco nos expresa con mucha sencillez cual es el origen de su obra y las intuiciones que la sostienen. Es la mirada inicial y penetrante del educador-pastor que descubre la realidad de los jóvenes y no se pierde en lamentos ni contemplaciones. Con brazos arremangados, Juan comienza su trabajo con los pies en la tierra y respondiendo a las dificultades de los muchachos que en aquel Turín de la revolución industrial eran carne de cañón de la nueva sociedad emergente.

Como en todo tiempo, el corazón de los que respiramos en salesiano, debe cultivar una especial sensibilidad por los jóvenes más excluidos. No podemos olvidar nunca que la obra salesiana nace de una mirada aguda y penetrante sobre la realidad juvenil. El Oratorio surge de un latido compasivo (en el sentido más literal del término) hacia aquellos a los que la vida, la historia y la sociedad les han arrancado la dignidad de ser hombres.

Las palabras de Don Bosco, “se les hacía experimentar la dignidad de ser hombre”, indican bien a las claras una de sus maneras de entender su propuesta educativa. Es tarea y compromiso del educador salesiano hacer sentir a los jóvenes la profunda dignidad del ser humano. Ser persona es coger las riendas de la vida y ser dueño del propio futuro; experimentar la libertad que nos hace más humanos y abre espacios interiores de fidelidad a uno mismo y de lealtad para con los demás.

Detrás de la expresión “la dignidad de ser hombre”, se encierra lo más noble del compromiso educativo de Don Bosco. Pan material y vestido que libre del frío; estudios y formación, capacitación profesional e inserción laboral… pero sobre todo educar para que los jóvenes descubran horizontes para la propia vida que dé sentido a lo que son y les ayude a ser más persona. Educar en salesiano también es, pues, el afecto y el calor de la amistad, la sonrisa franca y abierta de la acogida, la incondicionalidad de querer a las personas así como son, ofrecer a Jesucristo, camino verdad y vida… posibilitar, en definitiva, que los jóvenes crezcan y maduren liberados de cualquier cárcel (abandono, miseria, oscuridad, sin sentido…) y sean protagonistas de su propia vida.

Don Bosco, una vez más, nos recuerda a todos que nuestro primer Oratorio, fue una visita a la cárcel y el empeño por liberar a los jóvenes de injustas prisiones. Ojalá no lo olvidemos.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

miércoles, 4 de junio de 2008

Un secreto de la Providencia

Mis queridos amigos:

Cuando se trataba del bien de sus muchachos, Don Bosco estaba dispuesto a ir adelante hasta la temeridad confiando sólo en la Providencia.

Cuenta Don Francesia, uno de sus jóvenes y de sus primeros colaboradores, que en 1860 Don Bosco decidió comprar la casa aneja al Oratorio, la llamada casa Filippi. Los chicos eran cada vez más numerosos y los espacios se hacían insuficientes para albergarlos a todos. La nueva ampliación permitiría a Don Bosco acoger un buen número de muchachos que se añadirían a los que ya frecuentaban Valdocco.

Su espíritu emprendedor no conocía límites. Pero más asombrosa aún era su capacidad de arriesgar y de confiar en que Dios no lo abandonaría por muy grandes que fueran las nuevas empresas acometidas. Desde la sencillez, pero con certeza, Don Bosco sabía que la Providencia vendría al encuentro de las necesidades cuando de por medio estaba el bien de sus jóvenes.

Se trataba de comprar la casa Filippi, pero… ¿de dónde sacar el dinero para pagarla? Nadie su hubiera arriesgado sin tener una lira en el monedero. Pero para Don Bosco era tan sólo, un “secreto de la Providencia”. Sin una chica en el bolsillo, firmó el contrato.

Una tarde estaba Don Bosco en uno de los dormitorios con los muchachos para bendecirlos con una pequeña cruz cuando llegó a visitarlo un señor que conocía bien la casa y que, ni corto ni perezoso, se adentró hasta el mismo lugar donde se encontraba el santo sacerdote. Como no había ni siquiera una silla donde sentarse, Don Bosco le ofreció un baúl como asiento y en él se “acomodaron” unos instantes para conversar.

  • He sabido que ha comprado usted la casa de al lado… ¡Estupendo! Era necesario porque esto ya se quedaba pequeño. Pero, dígame, ¿cómo piensa pagarla? preguntó el invitado.

  • Hasta ahora, amigo mío, esto es un secreto de la Divina Providencia. Necesito 80.000 liras, contestó Don Bosco.

  • Bueno, pues el secreto se desvela a la mitad en este mismo instante. Cuente con 40.000 liras. Mañana puede pasar por mi casa a recoger el dinero, concluyó el visitante.

Así “negoció” la Providencia en aquella ocasión, sobre un baúl en un sencillo dormitorio de internado. Aquella persona no era ni más ni menos que el Comendador Cotta, un insigne benefactor de Don Bosco que durante mucho tiempo fue expresión de la providencia para el Oratorio y los chicos.

Una vez más, lo extraordinario en lo ordinario; el misterio en la cotidianidad; la acción providente de Dios y la confianza; la temeridad y la caridad pastoral de quien se sabe en las manos amorosas del Padre. Y un Padre nunca se deja ganar en generosidad.

Así, entre lo sencillo y lo sublime se fue escribiendo la historia de Valdocco. Historia de “negocios” con la Providencia y de complicidades que nos desvelan la iniciativa salvífica de Dios y la pasión apostólica del corazón de Don Bosco. Para él, la “caridad pastoral” no entendía ni de cálculos, ni de presupuestos ni de temeridades cuando se trataba de ir adelante por el bien de sus muchachos. Era tan sólo…, eso, un secreto. ¡Fantástico!

Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

martes, 29 de abril de 2008

"Gracias sean dadas a Dios, dador de todo bien"

Mis queridos amigos:
El Señor ha estado grande con nosotros y estamos muy alegres. Más de 3200 personas nos congregábamos en la Catedral de Sevilla el día 27 de abril, en torno a nuestro pastor don Carlos Amigo, para celebrar la primera Asamblea Inspectorial de María Auxiliadora en esta nueva etapa en la que las asociaciones de Andalucía, Canarias y Extremadura han unido esfuerzos, voluntades y caminos. Ha sido un acontecimiento relevante y extraordinario que quedará grabado en la historia de nuestra familia con un día grande en el que hemos podido expresar con valentía y audacia una devoción recia y filial a la Madre de Jesús.
Gracias sean dadas a Dios, dador de todo bien porque continúa haciendo maravillas en medio de su pueblo. Porque nos ha regalado a María, Madre de la Iglesia y auxilio de los cristianos como un precioso tesoro.
Gracias sean dadas a Dios porque su mano providente y la acción materna de María han estado palpablemente presentes en la historia de nuestra familia desde que a un pequeño campesino, pobre e ignorante, le fue dada una Maestra.
Gracias sean dadas a Dios porque no ha cesado de conducir nuestro camino y no nos ha faltado nunca el cariño materno y tierno de la Madre: aquella que se paseaba por los prados de I Becchi, por los patios de Valdocco y que ha continuado haciéndolo en todas las casas salesianas del mundo acogiendo bajo su manto a los niños y jóvenes que en ellas se abren a la vida y crecen como personas, como ciudadanos libres y como cristianos responsables y comprometidos.
En la casa de Don Bosco aprendimos a llamarla “Auxiliadora” y su presencia es siempre consuelo cuando rendidos a sus plantas ponemos ante su mirada de Madre nuestros anhelos y dificultades, nuestras dolores y esperanzas. Ella siempre susurró a Don Bosco que “un pedazo de cielo lo arregla todo” y así lo hemos experimentado tantas veces.
Gracias sean dadas al Padre por la madre de su Hijo, porque ha sido ternura para todos los jóvenes que no han experimentado nunca el cariño de una madre y continua siendo caricia para todos los que, en el margen de la historia, están excluidos del banquete.
Ella continúa intercediendo por nosotros, por la Iglesia, por la Familia Salesiana, por los jóvenes… para que Dios siga multiplicando unos pocos panes y unas cuantas castañas y pueda seguir habiendo fiesta para todos, y justicia, y futuro.
María Auxiliadora nos precede en este tiempo como estrella de la mañana invitándonos a ser “centinelas del amanecer” en la nueva evangelización.
Gracias sean dadas a Dios, dador de todo bien, porque ha estado grande con nosotros y estamos alegres. María Auxiliadora, la Virgen de Don Bosco, seguirá derramando siempre las bendiciones de Dios sobre nosotros, sobre la gente sencilla, sobre la gente del pueblo y sobre los jóvenes, especialmente los más pobres.
Con un abrazo grande y mi cariño sincero para todas las Asociaciones de María Auxiliadora con ocasión de la I Magna Asamblea Inspectorial en la Santa Iglesia Catedral de Sevilla el 27 de abril de 2008, un sueño largamente acariciado y profecía de comunión hecha realidad.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez