martes, 22 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD

Mis queridos amigos:
Un saludo muy cordial y mi cariñosa felicitación navideña desde Roma, donde me encuentro para la sesión de invierno del Consejo General.
Hemos vivido un adviento de gracia y de esperanza, que nos ha preparado a la Navidad de una forma muy especial en este año jubilar para nuestra Congregación. El día 18 hemos dado gracias a Dios en todos los rincones del mundo, donde los salesianos estamos presentes, y hemos renovado nuestro compromiso para seguir respondiendo con fidelidad a la llamada de Dios en nuestra historia. Sostenidos por su Espíritu queremos seguir siendo signos de su amor para los adolescentes y jóvenes, especialmente para los más pobres y abandonados.
Con sentimientos de viva gratitud por el regalo del carisma de Don Bosco a la Iglesia y a los jóvenes, queremos ser fuente de esperanza para los últimos, para los pequeños y olvidados, anunciando a todos la ternura de Dios que se hace palpable en un niño recién nacido. Gloria a Dios, que nos regala el Emmanuel, es el canto de los ángeles, que anuncian a los pastores que el esperado de los tiempos ha entrado en la historia y ha hecho de ella historia de salvación para todos.
Desearnos Feliz Navidad es augurar que la luz de Belén se proyecte en nuestras comunidades, en nuestras casas, en medio de nuestros jóvenes para que siga habiendo vida abundante para todos, la Vida que Dios encarnado nos ha traído como esperanza y felicidad definitiva para todos los que buscan la verdad y hacen el bien. Esta es la fe que compartimos, y a cuya luz caminamos.
Os deseo también un Feliz Año Nuevo. En este año 2010 recordaremos especialmente a Don Rua. Que sea un estímulo para renovar nuestro compromiso evangelizador en el seguimiento de Jesús, en un mundo tan necesitado de luz, de esperanza, de sentido y de ternura.
Pido a Dios por todos vosotros y por vuestras familias. Que María, la Madre del Señor, nuestro auxilio, nos acompañe siempre en nuestro camino, como estrella que nos guía, como Madre que nos alienta y sostiene.
Feliz Navidad con todo cariño.
Un abrazo fuerte de vuestro amigo José Miguel

martes, 15 de diciembre de 2009

150 AÑOS Y UN IMPULSO RENOVADOR

Mis queridos amigos:
El Capítulo General 26 ha sido un acontecimiento de gracia del Espíritu para toda la Congregación. Como el Rector Mayor nos dijo en su discurso de clausura, se trata ahora de encender el corazón de los salesianos para que, partiendo de Don Bosco, relancemos con fuerza el carisma salesiano para seguir anunciando con entusiasmo y autenticidad al Señor de la Vida entre los jóvenes más abandonados y excluidos.
Queremos, pues, volver a las aguas más limpias y auténticas de nuestra historia para tomar impulso renovador que nos lance decididamente hacia el futuro desde un presente lleno de retos y oportunidades.
Hemos recordado mucho estos días el inicio de nuestra Congregación. Nuestra familia nace en un contexto impregnado de una espiritualidad honda y sencilla a un tiempo, pero muy pegada a la realidad cotidiana y con la mirada siempre en lo alto. Don Bosco formó a un puñado de jóvenes que crecieron junto a él y que, en buena medida, no conocieron más familia que la del Oratorio. De la nada, nuestro padre formó la Sociedad Salesiana con los muchachos que él mismo forjó a su imagen y semejanza y que no respiraron otro aire que el espíritu generado en Valdocco con la explosión carismática suscitada a través de la santidad de Don Bosco.
Un ambiente espiritual extraordinario que tiene la antesala en aquel grupo de jóvenes que con Domingo Savio y Miguel Rua el 8 de junio de 1856 dieron vida a la Compañía de la Inmaculada. Tres años más tarde, en diciembre del 1859, Ghivarello, Cerruti, Francesia que habían sido también compañeros de Domingo Savio, están entre los que adherirán a la propuesta de Don Bosco de fundación de la Congregación. ¡Es un hecho extraordinario! En el momento de la firma del acto de adhesión, Don Bosco tiene cuarenta y cuatro años; Cerruti tiene quince; Chiapale tiene dieciséis; Rovetto diecisiete… Entre los firmantes, si exceptuamos a Don Bosco y a Don Alasonatti (que ya era sacerdote diocesano), ¡la edad media no alcanzaba los veintiuno!
Verdaderamente Dios estuvo grande. Aunque en la humildad de las habitaciones de Don Bosco, con un cura campesino y un grupo de muchachos sencillos como protagonistas, el evento tiene la portada de los grandes acontecimientos.
El próximo 18 diciembre se cumple el 150 aniversario de la Fundación de la Congregación. Un momento más que estimulante para dar gracias a Dios por todo lo que el Espíritu Santo ha suscitado a través de esta familia en los cinco continentes en un siglo y medio de historia. Pero ocasión más que oportuna para releer con las claves del siglo XXI las grandes intuiciones que dieron origen a nuestra familia. Hemos de saber encontrar dinamismos que estimulen nuestra respuesta al Señor en fidelidad dinámica a cuanto Don Bosco nos legó.
Como aquellos jóvenes de la primera hora, no podremos tener otra mirada que la de nuestro padre, no puede latir el corazón con otro latido que el de nuestro padre, no pueden ser nuestras manos diferentes, en la operatividad creativa e industriosa por el bien de los jóvenes, de las de nuestro padre.
Encender el corazón. Es el viento del Espíritu que sopla con fuerza en este tiempo nuevo que nos toca vivir y que quiere avivar las brasas del alma.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

lunes, 9 de noviembre de 2009

"PARA MÍ, DON BOSCO ES UN MISTERIO"

Mis queridos amigos:
Siendo Don Bosco joven sacerdote hubo de sufrir en más de una ocasión la incomprensión de sus coetáneos y compañeros en el ministerio. La personalidad de Don Bosco era arrolladora y su creatividad pastoral así como su impulso apostólico, no cuadraban demasiado bien con los cánones de la época que atribuían al estado clerical cierta gravedad y compostura.
El clero de Turín no alcanzaba a comprender a aquel sacerdote joven y lleno de vitalidad que andaba siempre rodeado de niños y jóvenes harapientos y maleducados, gente baja sin oficio ni beneficio que no hacía más que provocar malestar y amedrentar a una sociedad bien estante en la que parecía no haber sitio para ellos.
Don Bosco andaba adelante sin hace mucho caso de las habladurías y tratando de abrirse paso entre las dificultades para poder percibir mejor la misión que Dios le tenía encomendada. No dejó de visitar las cárceles ni de congregar un número cada mayor de jóvenes en el patio de la parroquia de San Francisco de Asís, en el Convicto o en los locales del pequeño hospital de Santa Filomena, propiedad de la Marquesa de Barolo.
Lo cierto es que su trabajo y su acción pastoral a favor de los jóvenes abandonados y en peligro de exclusión social no dejaba indiferente a nadie y muchos no lograban entenderlo. Interrogado sobre este asunto el Director del Convicto Eclesiástico y confesor de Don Bosco, Don Cafasso, éste respondió:

“¿Sabéis vosotros quién es Don Bosco? Yo, cuanto más lo conozco, menos lo entiendo. Lo veo simple y extraordinario, humilde y grande, pobre y con vastísimos planes. Contrariado, incapaz casi, sale airoso de sus empresas. ¡Para mí Don Bosco es un misterio! Pero estoy seguro de que trabaja por la gloria de Dios. Dios lo guía. Dios sólo es el fin de sus acciones”.

Las sabias palabras de Don Cafasso expresaban a la perfección la admiración y la sorpresa que le producía aquel joven sacerdote inquieto, tenaz y algo testarudo. Pero el buen confesor sabía que en Don Bosco había mucho de Dios. Será que los santos se reconocen entre sí. Sea como fuere, sabía que había que dejarlo hacer.
Un misterio sí, pero conducido por la mano de Dios. Era imposible, de no ser así, entender el ingente trabajo sostenido por el celo pastoral a favor de las almas de aquel hijo de campesinos que se empeñó en discernir la voluntad de Dios sobre su vida en medio de las cárceles y en los arrabales de la ciudad.
Un misterio, si, pero alentado por la fuerza del Espíritu que le impulsó a declinar la oferta de buenos servicios pastorales con pingües ingresos y estabilidad de por vida para optar por la incertidumbre de un trabajo con jóvenes desarrapados y marginales que sólo creaban problemas y que para muchos eran sólo carne de presidio.
Un misterio, si, pero sostenido por la fuerza inexpugnable de la fe que se hacía esperanza cierta contra viento y marea porque encendido por una caridad comprometida y solidaria.
Don Cafasso lo intuyó bien. Sólo Dios lo guiaba. Sólo Dios. Y Él le dio “piernas de gacela y le hizo caminar por las alturas”. Aunque muchos no lo llegaran a entender. Es lo que sucede cuando se camina con la mirada en el suelo.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

lunes, 2 de noviembre de 2009

Y LOS SUEÑOS... ¿SUEÑOS SON?

Mis queridos amigos:
Sabemos bien que Don Bosco fue un soñador. Soñaba despierto… pero también soñaba... de verdad. Mucho se ha escrito sobre los sueños de Don Bosco tratando de encontrar una explicación razonable de un fenómeno que para muchos es un signo de la Providencia de Dios y para otros encuentra su lógica en fenómenos parapsicológicos o extrasensoriales. Hay quien afirmará que son sólo recursos educativos utilizados pedagógicamente por el santo y no pocos coincidirán con la opinión de la abuela de Giovannino, quien al contar éste el sueño conocido como de los nueve años aseveró que “no hay que hacer caso de los sueños”.
Pero ¿qué pensaba Don Bosco de sus sueños? En las Memorias Biográficas nos dejó su testimonio:

“Durante los primeros años iba yo despacio en prestar a estos sueños la fe que merecían. Muchas veces pensaba que eran juegos de la fantasía. Al contar aquellos sueños, al anunciar muertes inminentes, predecir el futuro, muchas veces me quedé con la duda por no fiarme de haber entendido o temiendo decir alguna mentira. Algunas veces me confesé con don Cafasso de este mi aventurado modo de hablar. Me escuchó, pensó un momento y después me dijo: ‘desde el momento en que todo lo que dice se cumple, esté tranquilo y siga así’. Pero, sólo unos años después, cuando murió el joven Casalegno y lo vi en el ataúd sobre dos sillas en el pórtico, igual que en el sueño, ya no dudé en creer firmemente que aquellos sueños eran avisos del Señor”.

Aunque no tenemos certeza histórica de todas las fuentes que han llegado hasta nosotros, lo cierto es que es innegable la realidad de los sueños en la vida de Don Bosco. Realidad que solo podrá ser entendida adecuadamente si se encuadra en el contexto global de su vida y de su experiencia religiosa.
Don Bosco es un educador, pero un educador “santo”, es decir, un hombre creyente con una fuerte experiencia de Dios. Desde esta clave, los sueños remiten a una experiencia sobrenatural que el propio soñador sólo entenderá progresivamente y a medida que éstos se cumplen en la realidad cotidiana. Muchas veces pensó que eran "juegos de la fantasía”, pero poco a poco aprendió a percibir, en el contexto global de su experiencia religiosa, la presencia de lo sobrenatural.
Sin entrar en mérito de la mayor o menor historicidad de el conjunto de los sueños de Don Bosco, si es posible afirmar el fenómeno y la lectura que el propio sacerdote va haciendo de esta experiencia. A medida que su obra iba adelante y la conciencia de su misión fue afianzándose, Don Bosco llegó a la conclusión de que aquellos sueños eran “avisos del Señor”. Era su manera concreta de leer la globalidad de su experiencia como apóstol y misionero de los jóvenes que se siente llevado de la mano por Aquel que le ha escogido y amado.
La presencia de lo sobrenatural en la vida y en la obra del Padre y Maestro de los jóvenes es extraordinaria. Su capacidad soñadora sólo puede ser leída desde esta experiencia de Dios que realiza obras grandes con los pequeños y a los pobres. Por sus frutos los conoceréis ¿O no?
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 25 de octubre de 2009

EL "OTRO" DON BOSCO

Mis queridos amigos:
En 1863, casi cuatro años después de la fundación de los salesianos, Don Bosco decide dar un paso decisivo para el desarrollo de su obra. Considera que ha llegado el momento para trasplantar la experiencia de Valdocco fuera de Turín. Sin duda, se trata de una decisión delicada y el Rector Mayor de la naciente Congregación quiere tener las garantías necesarias para que el carisma pueda desarrollarse en nuevas presencias. Es la primera experiencia fuera de la “casa madre” y hay que tratar de asegurar que el espíritu se mantenga intacto.
Puestos a pensar, fija su mirada - sin dudar - en quien mejor podrá llevar adelante el proyecto con garantías. No hay otro que Miguel Rua, desde el inicio de la fundación Prefecto de la Congregación. Miguel acaba de ser ordenado hace tres años. Es un joven sacerdote pero desempeña su responsabilidad, como lo ha hecho siempre, con gran sentido de fidelidad a la Regla y de lealtad a Don Bosco. Capacidades le sobran y su experiencia al lado de su padre desde el principio lo hacen el mejor intérprete posible de su pensamiento y de su acción.
La obra que va a comenzar es un pequeño seminario en Mirabello, de acuerdo con el Sr. Obispo y demás autoridades del lugar. Y Don Bosco comunica a Don Rua su decisión. Es de imaginar que la nueva responsabilidad inquieta al joven Miguel que, a buen seguro, balbuceará algunas dificultades. Pero Don Bosco está seguro: Don Rua dirá que sí y afrontará el reto con todas las consecuencias.
Pasadas las primeras impresiones, Don Bosco saldrá al paso del lógico temor de quien ha sido hasta ahora su mano derecha:

- No te preocupes, Miguel, harás de Don Bosco en Mirabello. Y lo harás muy bien.
- Pero Don Bosco, no sé si seré capaz…
- Intenta hacerte amar siempre, Miguel, intenta hacerte amar…

El joven Rua no olvidará jamás aquellas palabras llenas de afecto y confianza. Fue Don Bosco en Mirabello. Junto a él, un puñado de clérigos y un grupo de los mejores muchachos de Valdocco que fueron auténtico fermento en medio de los compañeros con los que comenzaron el curso. De nuevo, los jóvenes fueron co-fundadores de la nueva presencia salesiana, la primera fuera de Turín. Y la obra salesiana se implantó con fidelidad echando fuertes raíces aún con las dificultades propias de todo inicio.

- Nada te turbe, Miguel, nada te turbe…

Y aquel “otro” Don Bosco, con corazón confiado, supo ponerle rostro a la bondad y una sonrisa creativa al carisma salesiano que empezaba a desarrollarse con una fuerza arrolladora.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

sábado, 17 de octubre de 2009

BROMAS DE LA PROVIDENCIA

Mis queridos amigos:
El viaje que realiza Don Bosco a París en 1883 resultó ser una auténtica apoteosis. Ya anciano y con numerosos achaques, con la obra salesiana en pleno desarrollo y con importante reconocimiento social y eclesial, su visita a las casas salesianas y a los benefactores franceses fue un viaje en el que la sociedad parisina expresó al santo sacerdote una profunda estima y gran veneración.
Don Bosco tiene 68 años y está envejecido. Busca dinero desesperadamente para terminar la construcción de la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. Como decía a menudo caminando encorvado y con paso lento, subiendo y bajando escaleras en las casas de sus benefactores, “Llevo la Iglesia del Sagrado Corazón a cuestas”.
El viaje por toda Francia durará cuatro meses, del 31 de enero al 31 de mayo. Fue agotador. Pero aquel viaje, como el que posteriormente realizará a España, contribuirá notablemente a forjar la imagen pública del “hombre de Dios”. Como bien reconoce uno de sus biógrafos más populares, Teresio Bosco, “Estos últimos trabajos no estuvieron al servicio de un templo, ni de los jóvenes pobres, sino de toda una generación que corría el riesgo de perder el sentido de Dios y los más grandes valores de la vida. Esta generación, en Francia y en España, descubre en él ‘el sentido de Dios’ y del ‘prodigarse por los demás’”.
Y así fue. Después del recibimiento entusiasta y de la emoción de la acogida, le acompañó el fervor de los católicos parisinos durante las cinco semanas que permaneció en la ciudad. Recibía visitas y se dejaba fotografiar: “Es un buen modo de interesar a la gente por mi obra”, decía.
Después de la apoteosis y de una colecta más que sustanciosa, volviendo en el tren hacia Turín, Don Bosco reflexiona sobre lo vivido. Nos recogen su conversación con Don Rua las mismas Memorias Biográficas.

“Es algo singular. ¿Recuerdas, Rua, el camino que va de Butigliera a Morialdo? Allí a la derecha, hay una colina; en la colina una casita; y, desde la casita al camino, se extiende por la pendiente un prado. Aquella pobre casita era mi vivienda y la de mi madre; a aquel prado llevaba yo de muchacho dos vacas a pacer. Si todos esos señores supieran que han conducido en triunfo a un pobre aldeano de I Becchi, ¿qué te parece?... Son bromas de la Providencia”.

Bromas de la Providencia. Aquel campesino sabía bien lo que decía. Dios había estado grande con él, como lo está siempre con los pequeños y los pobres. Es a los humildes a quienes ensalza el Señor colmándolos de bienes. Y a aquel vaquero de I Becchi la Providencia le había salido al encuentro llevándolo como en alas de águila y protegiéndolo en la palma de su mano. Y ahora, envejecido y desgastado en el ocaso de su existencia, ante la inmensidad de la obra acometida y la intensidad de lo vivido, los ojos del anciano se llenan de lágrimas reconociendo que sólo es un hijo de campesinos a quien Dios lo rodeó de misericordia.
Fue un triunfo su viaje a Francia. Pero el verdadero triunfo es el de la mirada al camino desde la cúspide de la montaña contemplando el atardecer para reconocer, con la misma humildad de la fatiga en el sendero, que todo es Dios.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

miércoles, 14 de octubre de 2009

UNA MUJER EXTRAORDINARIA

Mis queridos amigos:
Dicen que un santo arrastra a otro santo. Lo cierto es que el Espíritu hace su trabajo en el corazón de las personas y en no pocas ocasiones la santidad es contagiosa. Me he preguntado más de una vez qué pudo sentir Don Bosco cuando conoció, casi por casualidad, a una mujer extraordinaria en un pequeño pueblo del Monferrato llamado Mornese. Una joven despierta, con una gran fuerza de arrastre y que transparentaba a Dios en cuanto decía y hacía. Sin duda, pensaría Don Bosco, extraordinaria esta Maín.
María Mazzarello hizo de su vida un canto a la providencia de Dios que está siempre cerca de los pequeños y de los pobres. Una mujer profundamente creyente que supo hacer de Dios el centro de su vida y de su historia. Se sintió amada y escogida y no dudó en responder con todas sus fuerzas a la iniciativa de aquel que le había amado primero. Forjada en la dura vida de los hombres y mujeres del campo, con una tenacidad propia de quien sabe aprovechar y desarrollar todos sus recursos, supo cultivar en la sencillez de la vida cotidiana una espiritualidad de hondas raíces y muy pegada a la realidad de cada día.
De mirada larga, cultivó la amistad con el Señor e hizo crecer en su corazón una fuerte unión con el Dios de la Vida, como están unidos los sarmientos a la vid. Y dio mucho fruto. En la originalidad de dones que el propio Espíritu le concedió, María Mazzarello se puso manos a la obra y con una caridad apostólica de hondo calado fue instrumento del Señor para las jóvenes de Mornese a quienes implicó y comprometió en un servicio educativo-evangelizador con las niñas y jóvenes del pueblo.
Respiró el mismo aire de Don Bosco y cuando se encontraron, ambos descubrieron enseguida que estaban delante de alguien a quien el Espíritu había tocado de manera especial. María Mazzarello sintió que Don Bosco era un Santo, pero Don Bosco experimentó también la grandeza de aquella mujer campesina que hablaba de Dios con familiaridad y con una profundidad inusual. Recorrieron juntos el camino hicieron grandes cosas. María, fiel a la llamada de Dios, consagró su vida al Evangelio con el estilo salesiano que en ella se hizo femenino creativa y originalmente.
Su vida y su obra nos interrogan y comprometen. Fiel al Señor, supo responder con generosidad a su llamada ¿Y tú, te sientes llamado por el Señor? ¿Cómo estás respondiendo a su llamada? Madre Mazarello, tras las huellas de Jesús, inspirada por Don Bosco, nos invita a vivir unidos fuertemente a la vid y decir “si” a un proyecto apostólico que nos conduce al amor.
Lo dicho, una mujer extraordinaria.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 4 de octubre de 2009

MUCHO MÁS QUE LAS COLINAS DEL MONFERRATO

Mis queridos amigos:
Durante muchos años, Don Bosco acostumbró a celebrar la fiesta de Nuestra Señora del Rosario en I Becchi, acompañado de un puñado de muchachos que lo acompañaban con una alegría inimaginable.
Eran los mejores chicos del Oratorio. Para todos era un premio estar con Don Bosco unos días de vacaciones. Primero fueron unos cuantos, pero pronto sobrepasaron el centenar.
El primer destino estable fue su tierra y su casa natal. José, su hermano, acogía con gusto aquella horda de muchachos y los acomodaba como podía en graneros y establos cuidando de proveer lo necesario. Provocarían, a buen seguro, algún disgusto; pero el buen José sabía mirar para otro lado y hacer que las cosas transcurrieran lo mejor posible.
Después de 1858, Don Bosco planeó auténticas marchas por los pueblos del Piamonte y de las provincias limítrofes. Cuidaba con antelación los itinerarios y se confiaba a amigos y bienhechores que los acogían en sus casas o preparaban alguna merienda para aquel ejército dispuesto en batalla cuando de acallar el hambre se trataba. No faltaron nunca la fruta, el pan recién hecho o un pedazo de queso ofrecido con generosidad por los lugareños entusiasmados con aquella algarabía que el sacerdote con fama de santo se empañaba en calmar, sin demasiado éxito las más de las veces.
Nos han llegado algunos hermosos testimonios de aquellos días de fiesta y alegría para tantos jóvenes que disfrutaron de experiencias inolvidables acompañando a Don Bosco. Uno de sus muchachos, Anfossi, dejó escrito esto:

“Siempre recuerdo aquellos viajes. Me llenaban de alegría y maravilla. Acompañé a Don Bosco por los collados del Monferrato desde 1854 a 1860. Éramos un centenar de jóvenes y veíamos la fama de santidad que gozaba ya Don Bosco. Su llegada a los pueblos era un triunfo. A su paso salían los párrocos de los alrededores y ordinariamente también las autoridades civiles. La gente se asomaba a las ventanas o salía a la puerta de la calle, los campesinos dejaban la labor para ver al Santo (…)”.

Toda la pedagogía de Don Bosco encerrada en estos “paseos otoñales”. La familiaridad y la camaradería, la alegría y la fiesta. Tiempo para caminar, como se avanza por los senderos de la vida, y espacio para conversar y trabar amistad. La presencia de Don Bosco es la del adulto que acompaña en el camino. Una presencia amable y buena. Una palabra para todos y el gesto cómplice y solidario con quien tiene más dificultades en llegar a la meta.
La música y la fiesta esponjaban el corazón y desencadenaban las fuerzas de aquellos jóvenes entusiastas que se sentían felices por estar junto al padre a quien tanto admiraban y a quien tan agradecidos le estaban. En perfecta formación, haciendo sonar los instrumentos musicales, la entrada de los muchachos de Don Bosco en aquellos pequeños pueblos del Piamonte debía ser todo un acontecimiento.
A los muchachos les llenaba de “maravilla y alegría”. A Don Bosco, le parecía tocar el cielo disfrutando de la sonrisa de sus jóvenes y de sus cantos de fiesta. No faltaban la oración y la bendición con el Santísimo en la Iglesia del pueblo. El afecto del padre se hacía confianza en la familiaridad del camino vital que, sin saberlo, muchos de aquellos jóvenes recorrieron junto a él. Mucho más que las colinas del Monferrato.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

sábado, 26 de septiembre de 2009

LA OTRA REVOLUCIÓN

Mis queridos amigos:
Don Bosco se empleó con todas sus fuerzas para abrir futuro en la vida de muchos jóvenes que habían perdido toda esperanza. Siendo joven sacerdote, vio, escuchó, supo captar la realidad social y ponerse manos a la obra para tratar de paliar los efectos desastrosos de una revolución industrial que estaba dejando en la cuneta a los hijos de nadie. Eran, los más, emigrados del campo a la ciudad en busca de una fortuna que muchos les negaban obstinadamente excluyéndolos de la nueva realidad social que emergía con fuerza al calor de un nuevo orden económico.
En Turín, Don Bosco se dio cuenta de que no bastante partir el pan de la solidaridad con los más necesitados, sino que era urgente poner en marcha una revolución paralela. Era necesario hacer palanca sobre los rígidos cánones industriales y la nueva economía burguesa para propiciar un cambio social. Se trataba, en efecto, de dar más a los que menos tenían y ofrecerles oportunidades para asegurarles la posibilidad de desarrollar todas sus potencialidades.
La “obra de los Oratorios”, como le gustaba llamar a su proyecto el propio Don Bosco, fue el intento logrado de hacer protagonistas a los jóvenes de su propio futuro, de implicarlos en su desarrollo y en el cambio social, de canalizar todas sus energías de bien para propiciar una realidad nueva en medio de un mundo que nunca presta suficiente atención a los más vulnerables.
Escribe el propio Don Bosco en los “Trazos históricos en torno al Oratorio de San Francisco de Sales” (1862):

“En cada año se ha logrado a colocar a varios centenares de jóvenes junto a buenos empresarios con los que han aprendido un buen oficio. Muchos volvieron a sus casas y a sus familias de donde habían huido; y ahora se mostraban más dóciles y obedientes. No pocos fueron empleados en honestas familias (…) bastantes de ellos encuentran trabajo en las bandas de música de la guardia nacional o en las bandas militares; otros continúan su oficio en nuestra casa; un número importante se dedican a la enseñanza; estos hacen regularmente sus exámenes o quedan aquí en casa y van en calidad de maestros a los pueblos en que se les requiere; algunos hacen también carreras civiles”.

Ciertamente, resultados más que notables que harían interesarse por la fórmula del éxito en los porcentajes de inserción laboral a más de un ministro de trabajo en la actualidad. Bromas aparte, lo cierto es que Don Bosco lleva a cabo una ingente tarea de promoción que busca no sólo una acción paliativa con sus muchachos necesitados sino una auténtica transformación social. Su proyecto educativo-evangelizador quiso ser una palanca de cambio para mejorar la realidad y adelantar un futuro con más oportunidades para todos.
Fue la otra revolución. La de un mundo diferente en el que nadie es excluido ni condenado a comer sólo las migajas que caen de la mesa del señor. En tiempos de crisis, la fuerza utópica de aquel joven sacerdote turinés es un estímulo para creer que otra realidad es posible.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 18 de septiembre de 2009

LOS POBRES HIJOS DEL PUEBLO

Mis queridos amigos:
Tras la primera experiencia de una casa salesiana fuera de Turín, Mirabello, muchas otras instancias políticas y religiosas reclamaron la presencia de los salesianos en diferentes partes de Italia para la educación de los jóvenes pobres. Se trataba, sobre todo, de colegios para los hijos de la gente sencilla. Como dice P. Stella, uno de los mejores conocedores del siglo de Don Bosco:

“A partir de 1863 se asiste a un multiplicarse de colegios, hospicios, escuelas para artesanos, escuelas agrícolas, seminarios abiertos o regidos por salesianos y su preferencia por los internados… El colegio salesiano contribuyó a alimentar, con una sólida formación de jóvenes levas, las fuerzas católicas en Italia y en el mundo”.

Pero Don Bosco estuvo siempre vigilante para que la “colegialización” de la Congregación no desvirtuara el auténtico espíritu con el que los salesianos fueron fundados. Aceptó colegios con la condición de crear también oratorios y talleres, internados para pobres y seminarios…
Las Memorias Biográficas nos han transmitido algunas de sus preocupaciones en forma de recomendaciones que el propio Santo atribuye al Papa tras una visita al Vaticano en 1869. No es difícil descubrir en estas líneas el corazón y la inquietud de nuestro padre:

“Conformaos siempre con los pobres hijos del pueblo. Educad a los jóvenes pobres, no tengáis nunca colegios para ricos y nobles. Cobrad pensiones modestas, no las aumentéis. No toméis la administración de casas ricas. Mientras eduquéis a los pobres, mientras seáis pobres, os dejarán tranquilos y haréis el bien”.

Nuestra congregación nació de la visita a las cárceles y de la experiencia de encuentro con los jóvenes pobres en los arrabales de Turín. La “obra de los Oratorios”, como viene descrita en el acta fundacional de la Congregación Salesiana pretende ayudar a salir de la miseria, de la ignorancia y de la falta de instrucción religiosa a todos aquellos a los que la vida ha esquinado y les ha privado de la oportunidad de vivir como personas logradas.
Don Bosco estará siempre preocupado, hasta el final de sus días, por mantener este espíritu. Nosotros somos, dirá e muchas ocasiones, “para los jóvenes pobres”. Y ese debería ser el criterio fundamental de verificación de lo significativo de una obra salesiana.
Hoy nos recordamos que hay nuevas fronteras que alcanzar, allí donde los jóvenes están en descampado y sufren antiguas y nuevas pobrezas, donde son excluidos del sistema y vulnerables a cualquier agresión. Ese es nuestro éxodo, nuestra travesía del desierto, hacia la tierra prometida: los jóvenes pobres, abandonados y en peligro.
Este es el reto de toda la familia salesiana, ciento cincuenta años después de que Don Bosco decidiera, inspirado por el Espíritu, con un grupo de muchachos que habían crecido con él, dar vida a una Congregación para ocuparse, espiritual y materialmente, de “los pobres hijos del pueblo”.
Ni más ni menos.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

jueves, 23 de julio de 2009

EL PRESTIDIGITADOR DE LOS NUMEROS O LA LOTERIA ILEGAL

Mis queridos amigos:
De todos es conocida la creatividad de Don Bosco para hacer frente a las necesidades de sus obras y especialmente para la búsqueda de recursos ante las dificultades de los muchachos pobres y abandonados.
En una carta fechada en agosto de 1872, Don Bosco escribe al alcalde de Turín, el Conde Felice Rignon, pidiendo ayuda pública para su obra a favor de los jóvenes pobres de los arrabales de la ciudad. Leemos en la carta:

“Un numero extra-grande (de jóvenes de Valdocco) sea por descuido de la familia sea porque mal vestidos o por propia disipación se quedan vagantes todo el día con daño para ellos mismos y con molestia para la autoridad de la seguridad pública. Para intentar atender a estos pobres muchachos, además de las clases nocturnas he abierto también algunas clases diurnas. Este año, pudiendo tener algunos locales más, el número de los alumnos creció notablemente y en el presente su número efectivo sobrepasa los trescientos”.

En efecto, en el curso 1871-1872, Don Bosco había abierto clases elementales para los externos y había de ingeniárselas para atender a los “cerca de mil” jóvenes externos y a los “850 internos” de Valdocco, tal como le escribía en una nueva carta al alcalde e Turín en 1875 pidiéndole ayuda. Números inflados o no, lo cierto es que, como él mismo reconocía en alguna carta a otro benefactor, “la necesidad crea la virtud y el hambre hace salir al lobo de la madriguera”.
Y así era. Aquel mismo año Don Bosco monta de nuevo una lotería, aunque en esta ocasión camuflada como subasta en la que el lote estrella era una reproducción de un cuadro de Rafael titulado “La Madonna di Foligno”. Junto al cuadro, se sorteaban otros cien regalos entre los compradores.
Durante todo un año hizo repartir los números a amigos, benefactores, conocidos… recaudando una considerable cantidad para sus obras que daba un respiro a la maltrecha economía del Oratorio y que estaba especialmente destinada al hospicio de Sampierdarena.
Pero la justicia no miró para otro lado ante las irregularidades y por mucho que Don Bosco hablase de beneficencia no logró convencer al intendente de las finanzas que, finalmente, declaró ilegal la operación y llevó el caso a los tribunales. En la sentencia declararon culpable a Don Bosco y le impusieron una multa importante y la confiscación definitiva del cuadro subastado.
No obstante, el juez reconocía la finalidad benéfica de la subasta y alababa la intención del propio Don Bosco.
Finalmente, ante una súplica de gracia ante el Rey, éste concedía el indulto a Don Bosco con un decreto que llegó al Oratorio el 11 de noviembre de 1975, día del adiós a los primeros salesianos que partían hacia América.
Aventuras y desventuras de un sacerdote ingenioso y audaz que hacía de todo para recaudar fondos y poder llevar adelante sus obras en favor de la juventud pobre y abandonada.
La prensa anticlerical de la época lo llamaba “Don Busca”, pero lo cierto es que más allá del despreciativo apelativo, Don Bosco no perdía ocasión de poner de relieve el aspecto social y político de su obra ante un estado liberal que miraba incluso con simpatía las obras de aquel sacerdote emprendedor y tenaz.
Prestidigitador de los números, con furbizzia (astucia, sagacidad), supo plantar cara a la realidad, alargando la solidaridad por el bien de sus muchachos.
Vuestro amigo
José Miguel Núñez

miércoles, 15 de julio de 2009

LA DEUDA DEL PANADERO

Mis queridos amigos:
Corría el año 1852 cuando en el Oratorio de Valdocco se vinieron literalmente abajo los sueños de Don Bosco.
Con gran esfuerzo, no pocos sacrificios y mucha confianza en la Providencia se habían comenzado las obras de un nuevo edificio que ampliaba notablemente la vieja construcción. Se trataba de albergar a más muchachos y disponer de más espacios para clases y talleres.
Las obras se desarrollaron con gran rapidez pero la estación otoñal ganó la partida antes de que pudieran terminarse los trabajos. Un violento aguacero se desencadenó y golpeó con insistencia la ciudad de Turín durante varios días. Hubo que interrumpir la construcción y el agua, filtrada por entre vigas y listones, arrastró la argamasa todavía fresca debilitando el edificio recién levantado.
Era de esperar. Cercanos a la medianoche del día 2 de diciembre, un ruido estrepitoso anunció lo que estaba sucediendo. En el edificio colindante, los chavales dormían y se despertaron sobresaltados corriendo despavoridos intuyendo la desgracia. En pocos minutos, todo se vino abajo y con las paredes y el armazón del techo se derrumbaron también las ilusiones y esperanzas que sostenían el empeño y el sacrificio de tanto tiempo.
Por fortuna, no hubo que lamentar desgracias personales. Y eso que se temía que pudiera venirse abajo también el viejo edificio, dado que la nueva construcción se apoyaba en sus muros. Como atestiguó el ingeniero del ayuntamiento que inspeccionó el lugar al día siguiente, había motivos para “dar gracias a la Virgen de Consolación porque aquella pilastra se sostiene por milagro y, de caer, hubiese sepultado entre ruinas a Don Bosco y a los treinta muchachos acostados en el dormitorio que está debajo”.
Pero no había tiempo para el desaliento. Valorados los daños, Don Bosco se puso de nuevo manos a la obra. Hubo que esperar al buen tiempo, pero apenas se pudo, se reanudaron los trabajos.
¿De dónde sacar tanto dinero? La Providencia venía una y otra vez al encuentro de las necesidades del santo sacerdote. No faltaron los bienhechores que, con gran generosidad, hacían llegar a Valdocco los recursos necesarios.
Como el mismo Don Bosco recuerda en las “Memorias del Oratorio”, este constante goteo de ayudas y solidaridades era el “pan nuestro de cada día”. Y nunca mejor dicho. Ante tantos gastos y necesidades, el panadero no cobraba hacía tiempo. En aquellos días, como en tantos otros momentos, el panadero – cuenta Don Bosco – “empezaba a poner dificultades en el suministro del pan”.
¿Quién sabe cuántas veces habría avisado a Don Bosco de la deuda contraída con él? ¿Cuántas veces habría amenazado con dejar de servirle? Pero los chicos del Oratorio sabían que el Padre Dios les daría siempre el pan de cada día.
Así fue. Entre todos los benefactores y amigos de la obra de Don Bosco, el Conde Cays (que años más tarde se hará salesiano y sacerdote), saldó la vieja deuda de 1200 francos con el panadero. Y continuó el suministro. Y hubo nuevo edificio. Y nuevas escuelas. La Providencia.
Tiempos épicos de necesidad y de gracia. De confianza ilimitada en Dios y de temeridad. Pero los sueños se hacen siempre realidad cuando de por medio está la tenacidad de la fe, el aliento de la esperanza y el ardor de la caridad. Y Dios hace llegar siempre el pan a sus hijos, aunque para ello alguien tenga antes que pagar la deuda con el panadero.
Vuestro amigo
José Miguel Núñez

jueves, 9 de julio de 2009

"¿TIEMPOS DIFICILES? TIEMPO DE HACER EL BIEN"

Mis queridos amigos:
En el año 1848 Don Bosco trataba por todos los medios de dar estabilidad a la obra emprendida en Valdocco y buscaba – con creatividad – maneras nuevas de acompañar a sus muchachos y ayudarles a crecer y a madurar como personas y como cristianos.
Aunque no faltaban las fuerzas ni la confianza en Dios, sin embargo el día a día no estaba exento de dificultades que hacían muy duro el camino. Así lo describe Don Bosco en las memorias del oratorio:
“Los muchachos, congregándose en varios puntos de la ciudad, en las calles y en las plazas, consideraban lícito cualquier ultraje al sacerdote o a la religión. Yo mismo fui agredido varias veces en casa y en la calle. Cierto día, mientras enseñaba el catecismo, entró una bala de fusil por la ventana; me perforó la sotana, entre el brazo y las costillas, y abrió un gran agujero en la pared. En otra ocasión, un sujeto bastante conocido, a pleno díAñadir imagena y encontrándome en medio de una multitud de niños me agredió con un largo cuchillo en la mano (…) resultaba, pues, muy difícil dominar a tan desenfrenada juventud”.
¡Tiempos difíciles! Dirán muchos a su alrededor. Pero Don Bosco no se arredró y se arremangó la camisa para encontrar alternativas y abrir nuevas perspectivas a sus muchachos. Don Bosco no se lamentó, no tuvo tiempo para quejarse de cómo estaban los jóvenes y lo mal que estaba la sociedad. Con una mirada penetrante sobre la realidad, con gran espíritu de iniciativa y con flexibilidad, con sacrificio y confianza en la Providencia, se puso manos a la obra:
“Apenas se pudo disponer de otras habitaciones, aumentó el número de aprendices artesanos, todos escogidos de entre los más abandonados y en peligro”.
“Apenas se pudo”, señala Don Bosco. Con un fuerte sentido del realismo pero con tenacidad y optimismo fue capaz de plantarle cara a la desolación y ponerse manos a la obra. Les ofreció a los muchachos un hogar, una familia y la posibilidad de crecer como personas. Una empresa de gigantes, una pequeña gota en el océano pero que llenó de sentido la vida del propio Don Bosco y – sobre todo – de sus jóvenes.
Y después vinieron los talleres, y la escuela, y los contratos, y la propuesta evangelizadora y catequética… Don Bosco, en ese mismo año, escogió a un buen grupo de sus mejores muchachos y les ofreció la posibilidad de vivir una experiencia de ejercicios espirituales. ¡Ejercicios espirituales! Parecía de locos. Ejercicios espirituales a aquellos muchachos pobres, abandonados y peligrosos… Muchos debieron pensar que Don Bosco era un ingenuo, que se equivocaba de lleno, que era como dar margaritas a los cerdos. ¡Cómo si los pobres no tuvieran derecho a que se les anuncie el Evangelio de Jesucristo! La experiencia fue tan buena, dice el propio Don Bosco, que a partir de aquel momento se repitió la experiencia cada año. Y de aquel puñado de muchachotes de la primera hora surgieron sus primeros colaboradores. El ambiente en el Oratorio cambió por completo.
¡Tiempos difíciles! No sé si peores o mejores que los nuestros. Pero como Don Bosco, no podemos perder el tiempo en lamentos y con confianza hemos de arremangarnos los brazos para encontrar veredas nuevas por las que anunciar a los jóvenes que Jesucristo es el Señor de la Vida.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

jueves, 25 de junio de 2009

2010: CENTENARIO DE LA MUERTE DE DON RUA

Mis queridos amigos:
“Don Rua, si quisiera, haría milagros”. Así se expresa Don Bosco en las Memorias Biográficas refiriéndose a Miguel, uno de sus primeros muchachos en Valdocco, su primer salesiano y su más fiel colaborador hasta su muerte.
En el año 2010 la familia salesiana celebra el centenario de su muerte. El hoy beato es una de las figuras gigantescas de nuestra Congregación y sin embargo, para muchos, un gran desconocido.
Compartió con Don Bosco los primeros momentos del Oratorio, experimentó en primera persona su paternidad y descubrió junto a él horizontes anchos y hermosos para su vida. Se sintió tan amado y quiso tanto a Don Bosco que se quedó para siempre con él y junto a él caminó desde la más absoluta e incondicional fidelidad hacia el que siempre fue su padre.
Como el mismo Don Bosco le dijo cuando solo era un niño, Miguel fue en todo a medias con él. Don Rua creció a su lado, vivió los inicios de la Congregación, fue testigo del crecimiento y la expansión de nuestra familia y más tarde, con la fuerza del Espíritu consolidó la obra iniciada por el padre.
Fue el primer salesiano. Con la emoción y la sencillez de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, Don Rua dejó escrito en su cuaderno de notas cuanto aconteció aquella noche de enero de 1854 en la habitación de Don Bosco:
“El día 26 de enero de 1854, por la noche, nos reunimos en la habitación de Don Bosco. Además de Don Bosco, estábamos Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Nos propuso empezar, con la ayuda del Señor, una temporada de ejercicios prácticos de caridad con el prójimo. Después de ese tiempo, podríamos ligarnos con una promesa y esta promesa se podría transformar, más adelante, en voto. A partir de aquella noche se llamó ‘salesiano’ a todo el que adoptaba aquel género de apostolado”.
Aquel grupo de jóvenes era el presente y el futuro del sueño de Don Bosco que poco a poco se iba haciendo realidad entre los balbuceos de caminos inciertos pero con la determinación y la tenacidad de quien se sabe en manos de Dios.
Un año y algunos meses más tarde, el 25 de marzo de 1855, Miguel realizaba sus primeros votos privados delante de Don Bosco. Nadie más en aquella escena preñada de esperanza y hondamente significativa para nuestra historia salesiana. El acontecimiento tiene la portada de los inicios de las grandes obras. En la humildad de un rincón de Valdocco, sin gestos grandilocuentes, se alumbraba la Congregación Salesiana.
Don Rua trabajó con Don Bosco hasta la extenuación, escribió a su lado páginas hermosas de la historia salesiana y tomó el testigo al frente de la Congregación cuando el padre murió.
Durante su rectorado, la Congregación se consolidó, se extendió y alcanzó un desarrollo como nadie hubiera podido imaginar. Permaneció fiel a Don Bosco imitando de él todo lo que aprendió a su lado. Don Bosco decía, Don Bosco pensaba, Don Bosco quería… Fue su fiel intérprete en tiempos difíciles y para generaciones de salesianos el hilo rojo que los unía al Fundador.
Como Don Bosco, Miguel Rua fue un sacerdote auténtico y veraz, un hombre de su tiempo y un hombre de Dios. Como el maestro, el discípulo también bebió del agua pura del manantial de Valdocco y en aquella irrupción de la gracia el Espíritu le condujo por veredas de santidad. Su memoria es hoy, para nosotros, compromiso de fidelidad.
Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

domingo, 17 de mayo de 2009

LA VIRGEN DE DON BOSCO

Mis queridos amigos:
Comenzamos el mes de mayo y parece que todo se transforma en nuestras casas salesianas. Es un mes especial. Un tiempo que sabe a fiesta y alegría pascual, a flores y cantos a la Madre de Jesús, a fervor popular y cariño sin límites a la Virgen de Don Bosco.
Hablar de María Auxiliadora es siempre una alegría. Para mi es recordar tantos otros meses de mayo, tantas fiestas de María Auxiliadora, tantas plegarias a los pies de la Virgen como brotaron de mis labios cuando era tan solo un niño. Pero, sobre todo, es reconocer que Dios ha hecho cosas grandes en mi vida por pura misericordia y que María ha sido siempre intercesión y presencia materna en mi camino de fe.
Al escribir estas líneas, no he podido evitar que la memoria y el corazón volasen hacia los sentimientos más íntimos. De cómo nació en mí el amor a la Virgen de Don Bosco, de cómo aprendí el Rendidos a tus plantas o saludaba a la Madre cada mañana al ir clase. Recuerdo mi infancia, mi colegio salesiano, rostros, lugares, situaciones... años entrañables que quedaron atrás y de los que siempre queda la memoria agradecida y una pincelada fugaz de madura nostalgia.
En ella, algunos recuerdos particularmente gratos de los años de colegio en la casa salesiana; recuerdos que saben de alegría y de fiesta, de veladas inolvidables, de teatro y tardes de fútbol, de aulas y de patio, de amigos, de familia, de juegos y buenos momentos, de salesianos enteros, veraces y apasionados que supieron hacer crecer en mi corazón adolescente la fe en el encuentro con Jesús de Nazaret y el cariño a su madre, la esperanza de un futuro más pleno que está por llegar y el amor generoso que se acrisola en la entrega y en el compromiso cotidianos.
Años hermosos ¿sabéis? Me cautivó tanto Don Bosco que me quedé con él; heredero, también yo de su soñar profético. Y siempre, la Auxiliadora: madre y maestra, mediadora y horizonte de plenitud; siempre la sentí de casa, paseando en los patios y en mis juegos. Ha sido tantas veces fortaleza en mi debilidad y consuelo en mi tristeza; aliento en mi peregrinar en la fe, esperanza en los momentos inciertos... y siempre Auxiliadora.
Aprendí a llamarla e invocarla desde pequeño como Auxilio de los cristianos. Fue para mí, desde entonces, la Virgen de Don Bosco. Estoy seguro que también a mí, como él nos dijo, la Virgen me puso bajo su manto. Es como si en mi vida se cumpliese también la experiencia que Don Bosco nos transmitió: en nuestra familia, todo lo ha hecho ella.
Y así ha sido. No puedo desvincular mi vocación salesiana de la mediación materna de María; no me comprendo a mí mismo sin la cercanía entrañable de la Madre de Jesús en tantos momentos de la vida; no concibo mi maduración espiritual sin la devoción recia y filial a Santa María.
También en mí la confianza se hizo milagro cotidiano por su mediación materna y en tantas ocasiones mi agua se convirtió en vino por la palabra del Señor. Y comprendí sus palabras: Haced lo que él os diga.
Eso traté de hacer cuando el mismo Jesús me pidió ir tras El. Y entonces descubrí que María me precedía en el seguimiento de su Hijo intercediendo siempre, consolando siempre, alentando la esperanza siempre. Y en los momentos más duros, las palabras de Jesús: “Ahí tienes a tu Madre”. También yo quisiera, como el discípulo amado, acogerla como lo más precioso que nos dejó su Hijo.
Vuestro amigo. José Miguel Núñez

lunes, 4 de mayo de 2009

¿SEREMOS AMIGOS?

Mis queridos amigos:
En el Oratorio de San Francisco de Sales se cuidaba, especialmente, un ambiente positivo donde las personas se encontrasen a gusto, en familia. Las relaciones eran amistosas y los jóvenes se encontraban en seguida “en casa” porque reinaba entre todos una familiaridad excepcional.
“Todos eran amigos de Domingo”, escribe sin dudarlo Don Bosco; y añade: “Sabía hacer el bien a todos”. Tan convencido estaba de la capacidad de liderazgo de muchacho, que le aconsejó estar cerca – especialmente – de aquellos compañeros que tenían mayor dificultad. En recreos, juegos y tiempos de distensión, logró hacerse amigo de muchos de los que más problemas ocasionaban en la casa intentando echarles una mano y ayudándoles a superar sus obstáculos en los estudios. Para todos ellos fue buen amigo y compañero, alguien en quien confiar y poder apoyarse para afrontar las complicaciones de la vida diaria.
La Compañía de la Inmaculada, surgió en el Oratorio – precisamente – a iniciativa de Domingo y con la intención de mejorar el ambiente de la casa ayudando a todos a ser mejores. Domingo se rodeó de un buen grupo de compañeros a los que propuso vivir con autenticidad y compromiso su vida cristiana. A la amistad fuerte con el Señor, cuidada con la celebración de la Eucaristía, la Reconciliación y la oración cotidiana, se unía el compromiso por la responsabilidad personal y el testimonio en medio de los compañeros. En las reuniones semanales de la Compañía se compartía la oración, se revisaba el camino recorrido y se proponían nuevas estrategias para seguir siendo un poco de sal y un poco de luz entre los compañeros. Al comentar estos encuentros y el bien que la Compañía de la Inmaculada hacia en la casa, Don Bosco escribe: “Domingo era de los más animosos, y puede decirse que en estas reuniones llevaba la voz cantante”.
Francesco Cerruti entró en el Oratorio el 11 de noviembre de 1856. Con la tristeza de la lejanía de la casa en el primer día en Valdocco, Francesco encuentra a Domingo Savio. Años más tarde, él mismo recuerda aquel episodio con evidente emoción:
“Me encontraba afligido pensando en mi madre que había dejado sola en Saluggia. El día después cuando tras la comida me encontraba apoyado en una columna completamente pensativo, vino a mi encuentro un joven de rostro sereno que con buenos modos me preguntó: ‘¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?’. ‘Cerruti Francesco’, respondí. ‘¿De qué pueblo eres?’. ‘De Saluggia’. ‘¿En qué curso estás?’ ‘En segundo’. ‘Entonces sabes latín. ¿Sabes de dónde viene la palabra sonámbulo? Viene de somno-ambulare, es decir, caminar en el sueño’.
Entonces, levanté los ojos y le miré fijamente: ‘Pero ¿Quién eres tú?’. ‘Savio Domenico’. ‘¿En qué curso estás?’. ‘En cuarto’. Después me dijo: ‘Entonces, ¿seremos amigos?’. ‘¡Seguro!’, respondí. Desde aquel momento tuve ocasión de encontrarme con él muchas veces y en muchas circunstancias (...) Nuestra estrecha amistad duró hasta el día en dejó el Oratorio y partió hacia Mondonio gravemente enfermo...”.
Domingo nos propone cultivar la amistad sincera; la amistad con mayúsculas, la amistad alegre de quien ha encontrado un tesoro y cuida de él cada día en caminos de ida y vuelta, de reciprocidad, de encuentro. Nos enseña que en la amistad todo es “gratis”: un gesto, una palabra, un regalo, un poco de tiempo… No hay contrapartida, no se exige nada a cambio. La amistad es sólo cosa del corazón. Y en las cosas del corazón no hay deudas ni recibos, sólo manos abiertas y un latido apasionado que se expresa en el cariño verdadero. ¡Feliz fiesta de Domingo Savio!
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 1 de mayo de 2009

VOLVER A LA FUENTE

Mis queridos amigos:
Puede que para muchos no tengan demasiada importancia porque lo consideran tradición menor. Pero a mi me resulta apasionante volver a releer el testimonio de aquellos que conocieron a Don Bosco y guardaron con celo y fidelidad admirable sus recuerdos. Son los pequeños fragmentos que componen el mosaico del espíritu salesiano y que nos devuelven con todo su colorido el retrato de nuestro padre.
Siempre me llamó la atención la experiencia del encuentro con Don Bosco que tuvieron los primeros salesianos y la fascinación que sintieron hacia él. Como el relato, por ejemplo, que nos dejó escrito de forma autobiográfica uno de los padres de la Congregación Salesiana: Don Giovanni Battista Francesia, uno de aquellos 18 jóvenes que en diciembre de 1859 se reunieron en la habitación de Don Bosco para constituir la Sociedad Salesiana. Así describe su primer encuentro con Don Bosco, siendo todavía un niño:

“En la fiesta de los Santos (1850), un pariente mío mientras jugaba al trompo junto al muro del manicomio de la Via Giuglio, me dijo:

- ¿Quieres que vayamos a ver a Don Bosco?
- ¿Para qué?
- Hoy reparten castañas.
- Pero ¿Quién es Don Bosco?
- Es un sacerdote que recoge muchos chicos en las fiestas y allí se divierten. Hoy reparten castañas, ven.

Yo fui y vi por primera vez lo que era un Oratorio festivo (...) ¡Cuánto me divertí! Pero en lo mejor sonó la campanilla. Vi correr como por encanto a todos los que estaban a mi alrededor. Creyendo que yo también debía huir, corrí por donde me pareció y fui a caer, para mi ventura, junto a Don Bosco, que avanzaba para contener aquella oleada de muchachos que parecía huir no sabría adonde. El inmediatamente me dijo:

- ¿Quieres decirme dos palabras al oído?
- ¡Oh, si!
- ¿Pero sabes lo que significan?
- Si, si, que vaya a confesarme.
- ¡Bravo! Lo has adivinado. ¿Cómo te llamas?
- Giovanni Battista.
- Por ahora, ven conmigo.

Me tomó de la mano y me condujo a la Capilla Pinardi”.

Don Giovanni Battista, ya anciano, recordaba con mucha vivacidad este primer encuentro con Don Bosco. ¡No se le pudo olvidar! Nos recuerda a tantos otros encuentros, a tantos otros diálogos, sonrisas, silbidos y gestos de complicidad. Siempre hubo, además, un avemaria.
Don Bosco se hace cercano, entrañable, cariñoso. Siempre presente entre sus muchachos, para todos tiene la palabra al oído adecuada en el momento preciso. Muchos jóvenes tendrán que “venir y ver”, como el joven Francesia. A nosotros nos toca ponerle rostro, y palabra y gestos de bondad a Don Bosco hoy.
Tradición menor, piensan algunos. Pero a mi me devuelve la frescura de un Don Bosco siempre joven y la fascinación de Valdocco en la pureza de nuestros orígenes. Volver a la fuente. Siempre.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

martes, 14 de abril de 2009

UNA ESPIRITUALIDAD PASCUAL

Mis queridos amigos:
¡Feliz Pascua de Resurrección! Dios ha resucitado, con brazo potente, a su Hijo y lo ha constituido Señor de la historia venciendo definitivamente a la muerte. Nuestras vidas, en el encuentro con el Resucitado han quedado transformadas y su Espíritu nos ha hecho testigos de la salvación de Dios. Hecha añicos la piedra del sepulcro, somos ungüento perfumado para sanar y vendar heridas, para alentar la esperanza y pasar por la vida haciendo el bien, como nuestro Maestro.
Retomamos el pulso a la vida cotidiana con el rostro radiante, como aquellos discípulos, porque hemos visto al Señor. Compartiendo con los jóvenes los diferentes encuentros de Pascua, una vez más, he experimentado la brisa fresca del Espíritu que cambia nuestras vidas y hace nuevas todas las cosas. Y ahora, de vuelta al “lago” de la vida cotidiana, hemos de contar a todos lo que hemos visto y oído: Jesucristo, muerto y resucitado, es la Vida plena y el horizonte de nuestra existencia.
Nuestra espiritualidad salesiana es una espiritualidad pascual. Los que hemos tenido la suerte de orar y celebrar la fe en el templo a Don Bosco en I Becchi, sobre la casita natal de nuestro padre, nos hemos sentido subyugados por la imponente talla del Resucitado que preside el templo. La misma capilla Pinardi, en Valdocco, tiene en el frontispicio la representación de la resurrección del Señor en una invitación constante a compartir la vida a manos llenas como tantas veces, en aquel mismo lugar, hiciera Don Bosco.
No podemos olvidar tampoco que, como si fuese expresión de la vida nueva que nos ofrece el Resucitado, el inicio del Oratorio en Valdocco tiene lugar un domingo de Pascua de 1846. Así lo narra el propio Don Bosco en las “Memorias del Oratorio”:
“No busqué más. Corrí enseguida con los jóvenes; los reuní a mi alrededor y me puse a gritar con voz potente: ‘Ánimo, hijos míos, ya tenemos un Oratorio más estable que en el pasado; tendremos iglesia, sacristía, locales para clases y terreno de juego. El domingo, el domingo iremos al nuevo Oratorio que se encuentra allá en casa Pinardi (...) Al domingo siguiente, solemnidad de Pascua, 12 de abril, trasladamos todos los enseres de la iglesia y los juegos, para tomar posesión del nuevo local”.
Pascua de Resurrección: comienzo de una nueva andadura. También para nosotros. Como Don Bosco, corremos hacia los jóvenes para alentar la esperanza en un futuro mejor para todos; el futuro de Dios que hoy adelantan nuestras manos comprometidas y nuestro corazón apasionado. Con ellos queremos caminar para que muchos encuentren al Señor de la Vida.
Como en Emaús, arderá nuestro corazón en la fracción del pan y en la escucha de la palabra. Será la fuerza que nos hará volver a Jerusalén para anunciar a todos que Cristo, nuestra esperanza, ha resucitado.
Una espiritualidad pascual: la de la confianza y el testimonio, la del optimismo y el encuentro fraterno, la del compromiso por la vida y la entrega sin reservas. Como el Maestro.
¡Feliz Pascua de Resurrección! Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 5 de abril de 2009

5 DE ABRIL DE 1846: DOMINGO DE RAMOS EN TURIN

Mis queridos amigos:
El Domingo de Ramos de 1846 fue también, casualidades de la vida, 5 de abril. En aquellos días Don Bosco andaba preocupado por dar una sede estable a su incipiente Oratorio. El tiempo se agotaba sin encontrar una solución después de los últimos intentos fallidos. El alquiler del prado Filippi no resulto. Tuvieron que abandonar el lugar semanas más tarde porque el dueño les había dado un ultimatum ante los destrozos de cada domingo. Los habían echado de todas partes y cerrado las puertas de donde había llamado con la esperanza de una respuesta positiva.
La dificultad, la incertidumbre y la soledad de aquellos momentos las narra él mismo con mucha crudeza en las Memorias de Oratorio:
“Al contemplar aquella multitud de niños y jóvenes, yo pensaba en la rica mies que esperaba a mi sacerdocio y sentía mi corazón estallar de dolor. Estaba solo, sin ninguna ayuda, casi sin fuerzas y con la salud debilitada, y ya no sabía donde reunir a mis pobres muchachos. Para esconder mi dolor, vagaba por sitios solitarios. Recuerdo que se me llenaron los ojos de lágrimas... Entonces, levantándolos hacia el cielo, supliqué: “¡Oh Dios mío! Indícame un lugar en el que pueda reunirme el domingo con mis chicos o dime que he de hacer…”.
Estas palabras fueron escritas mucho más tarde, pero revelan el sufrimiento de unos momentos duros que quedaron marcados en su mente y en su corazón aquel domingo de pasión.
Solo, sin ayuda, casi sin fuerzas… Una situación extrema que Don Bosco vivió intensamente hasta el punto de experimentar un gran dolor en el corazón. Sentía, quizás, que todos los esfuerzos habían sido en vano y que la débil obra apenas comenzada podría terminar en breve sin que hubiera podido hacer nada para evitarlo.
Sabía que sólo podía levantar los ojos al cielo: “Dime, Dios mío, que tengo que hacer…”.
No hubo ningún ángel. Solo un hombre llamado Pancracio Soave que, en nombre del Señor Pinardi le hizo una oferta inesperada:
- “He oído que el señor cura anda buscando un lugar para un laboratorio… Conozco uno. El cobertizo de un amigo mío que se llama Pinardi. Se lo alquila por 300 liras al año, con contrato…

Finalmente un techo. Un cobertizo, unas paredes en mal estado, un terreno… las primeras raíces. Casi cinco años tardaría Don Bosco en comprar la casa Pinardi y los terrenos adyacentes, pero la semilla estaba plantada. Dios escuchó. Y Don Bosco comenzó a sentir más firme el suelo bajo sus pies.
Fue su particular domingo de pasión en aquel lejano 1846. Pero Don Bosco aprendía a confiar cada vez más en la Providencia en cada experiencia de provisionalidad, de abandono, de dificultad, de soledad. Dios abría siempre el camino e indicaba una senda nueva.
Con razón, aquel Domingo de Ramos, después de tantas incertidumbres, pudo decir a sus muchachos sonriente y entusiasmado: “¡El domingo que viene tendremos nuestro propio lugar para el Oratorio! El 12 de abril de 1846, Don Bosco tomó posesión del cobertizo Pinardi. Su nueva casa. Nuestra Porciúncula. Aquel día fue el inicio de una nueva andadura. Era Pascua de Resurrección.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

martes, 31 de marzo de 2009

SALVE, DON BOSCO SANTO!

Mis queridos amigos:
El día 1 de abril celebraremos el 75 aniversario de la canonización de Don Bosco. Un momento para recordar con alegría y en el que agradecer a Dios la obra maestra de la santidad de nuestro padre, como un fruto maduro del Espíritu.
La celebración no puede pasarnos desapercibida y se enmarca en el contexto de los 150 años de la fundación de la Congregación Salesiana. Lo sabemos bien. Don Bosco, con un grupo de muchachos de la primera hora, funda nuestra familia. Crecieron con él y junto a él descubrieron horizontes nuevos por los que valía la pena apostar la vida entera. Frailes o no frailes aquellos jóvenes decidieron quedarse con Don Bosco porque el pan prometido nunca se agotaba y era repartido a manos llenas a los pobres; el trabajo anunciado era la alegría de la entrega cotidiana y sin reservas; el paraíso, una esperanza cierta que hundía sus raíces en la misericordia y la ternura de Dios.
Si, Miguel, Juan, Francisco, José y tantos otros de aquellos chicos decidieron quedarse en casa, con el padre, con el amigo, con el maestro, con el santo. Su mirada profética les cautivó, su corazón de buen pastor les habló de Dios, sus manos operosas y solidarias les parecían cauces que abrían un mundo nuevo y mejor para todos.
Todos respiraron el mismo aire, vibraron con sus sueños y se sintieron subyugados por su pasión apostólica. Con él afrontaron dificultades increíbles, se entusiasmaron con proyectos que parecían imposibles y se dejaron llevar por una confianza inquebrantable en la acción de Dios que conduce la historia.
Se sintieron contagiados de un optimismo radical, creyeron incondicionalmente en la obra emprendida y adhirieron con todo el corazón a una propuesta de radicalidad evangélica vivida en la esencialidad del día a día.
Junto a Don Bosco sanaron heridas y pasaron por la vida haciendo el bien; vieron milagros y testimoniaron la acción y el poder de Dios que nunca abandona a los que creen en él.
De él aprendieron que la santidad salesiana es ferial; que en la casa de Don Bosco la santidad consiste en estar siempre alegres; que lo importante es hacer extraordinarias las cosas sencillas de cada día y que los jóvenes son el lugar privilegiado del encuentro con Dios.
Los propios jóvenes, testigos privilegiados de la acción del espíritu en la obra salesiana, forjaron la santidad de nuestro padre. Fueron los jóvenes los que hicieron grande a Don Bosco. Lo llevaron en volandas por un emparrado de rosas y espinas. A pesar de que su sotana era demasiado sutil, de ella se colgaron muchos chavales. Con el corazón intacto, perdió la vida en un desvivirse cotidiano de piernas hinchadas, agotamiento y progresiva ceguera. Solo resistió el corazón. Corazón magnánimo. Corazón de buen pastor. Si, Don Bosco fue santo junto a sus jóvenes, a los que siempre esperó en el paraíso.
¡Retornar a Don Bosco, Santo! Para todo salesiano y para los que sienten herederos de su sueño, es una invitación provocadora, apasionante, comprometedora. Es una llamada a vivir con más autenticidad y fidelidad nuestra vocación salesiana. La santidad de nuestro padre nos interpelar y hemos de prestar el oído al Espíritu que sopla, hace resonar su voz en nuestra historia y hace nuevas todas las cosas. Es la hora de volver a partir de Don Bosco para hacer nuestro su camino de santidad junto a los jóvenes más pobres.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 27 de marzo de 2009

CERCA O LEJOS SIEMPRE PIENSO EN VOSOTROS...

Mis queridos amigos:
Un saludo afectuoso a todos los niños, jóvenes, profesores, personal no docente, animadores… de nuestra querida Casa Salesiana del “Colegio dos órfãos do Porto”. Hace tan sólo unos días que me despedí de vosotros y os dirijo ahora estas líneas para expresaros mi gratitud y mi amistad.
Los días transcurridos entre vosotros han sido un regalo de parte de Dios para mí. Me he sentido acogido y en casa, rodeado de afecto y de amabilidad. Gracias, muchas gracias por vuestra cercanía y vuestro cariño. Como Don Bosco decía a sus muchachos, sólo puedo deciros que “me habéis robado el corazón” y que vuestro recuerdo continuará estando presente en mi memoria.
Han sido días intensos en los que he tenido la oportunidad de descubrir una casa salesiana significativa y llena de vida; con un proyecto educativo-pastoral rico y creativo; con una comunidad educativo-pastoral identificada con el carisma salesiano y comprometida en la misión juvenil y popular; una familia salesiana implicada en construir el presente y el futuro de la obra de Don Bosco; una comunidad salesiana ejemplar, testimonio creíble de una vida entregada, sencilla y generosa. Y lo mejor de todo, nuestro mayor tesoro, niños y jóvenes que crecen y maduran en la casa de Don Bosco y descubren en ella que vale la pena comprometerse para llegar a ser, como él quería para sus muchachos, buenos ciudadanos porque buenos cristianos.
Deseo de corazón que nuestra querida casa salesiana de O Porto pueda seguir adelante afrontando el futuro con decisión. Los nuevos retos educativo-pastorales y las dificultades con las que nos encontramos en ocasiones, son oportunidades para seguir creciendo. Estoy seguro que tenemos más futuro que pasado. Y si éste fue glorioso, lo que está por venir apunta hacia un horizonte que nos llena de esperanza. Con confianza, con nuestras mejores fuerzas, sigamos adelante convencidos de que se hace camino al andar. En el sendero, no nos faltarán la luz y la fuerza de Dios que nos sostiene y nos conduce.
Una palabra especial para mis amigos del internado. Gracias infinitas por vuestro afecto. Vuestras firmas en las tarjetas, las palabras de Miguel en nombre de todos y la camiseta que me regalasteis son mucho más que un cumplido. Son signos de afecto y amistad que yo acojo con gratitud. Las “buenas noches” de aquel día no fueron improvisadas ni ocasionales. Las palabras de Don Bosco a sus muchachos en su carta desde Roma cuando estaba lejos de Turín, son significativas para mí: “cerca o lejos siempre pienso en vosotros…”. Es el cariño del padre que tiene nostalgia de sus hijos. Las hago mías una vez más pensando en vosotros y en todos los jóvenes que llevo en mi corazón. ¡Qué Dios os bendiga! María Auxiliadora, la madre de la Casa, os acogerá siempre bajo su manto y os protegerá siempre por los caminos de la vida.
Un abrazo. Vuestro amigo José Miguel Núñez

domingo, 15 de marzo de 2009

"DÉJELE QUE SIGA..."

Mis queridos amigos:
Nos lo ha transmitido una tradición que algunos llaman “menor”. Puede que, desde luego, no sea uno de lo grandes episodios de la vida de Don Bosco, pero a mi me parece un relato entrañable y uno de los más deliciosos de la vida de nuestro padre.
Cuentan que aquella mañana un joven sacerdote paseaba por las calles de Turín dándole vueltas, quizás, a cómo ingeniárselas para darle estabilidad a su incipiente oratorio que acogía chicos de los arrabales de la ciudad. Aunque absorto en sus preocupaciones, decidió, al ver la barbería insólitamente vacía, entrar a afeitarse. Con sorpresa, una vez en el interior de local, se da cuenta de que el patrón no está. Se topa, sin embargo, con un chaval adolescente que barre el suelo.

- ¡Hola! Soy Don Bosco. ¿No está tu patrón?
- No, Señor. Ha salido un momento, comentó tímidamente aquel joven.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó el cura con una sonrisa acogedora y simpática.
- Carlos, señor.
- ¿Cuántos años tienes, Carlos?
- 15.
- ¿Sabes afeitar, Carlos?
- Bueno... yo..., no sé, llevo sólo dos días, exclamó atemorizado el muchacho.
- Ya que tu patrón no está... ¿por qué no lo intentas?
- Pero..
- Vamos, no te preocupes. Empieza a enjabonarme.

El chico replicó todavía un poco, pero para entonces Don Bosco estaba sentado ya en el sillón de la barbería con ademán de colocarse él mismo el babero. Carlos dejó la escoba y casi temblando terminó de colocar al cura en su asiento y lo dispuso para el afeitado. Don Bosco continuó con la conversación casi sin tregua, y el muchacho empezó, a regañadientes, a enjabonar el rostro del cura.
En esas estaban cuando de repente entra el patrón y al ver al aprendiz afeitando a su cliente dio una voz preocupada e impositiva:

- ¡No! Quieto muchacho, déjalo. Ya sigo yo. Don Bosco, perdone, pero todavía no ha aprendido a afeitar.
- Bueno, no importa. Con alguien tendrá que aprender. Deje que siga él...
- Pero Don Bosco...
- No se preocupe. Ya nos hemos hecho amigos y seguro que lo hará muy bien.

El patrón refunfuñó, pero por respeto al sacerdote, permitió seguir al aprendiz. El muchacho reemprendió la tarea con más confianza y haciendo de la necesidad virtud continuó el afeitado. A duras penas llegó al final pero resultó todo un triunfo. Aquel cura simpático parecía diferente a los demás.
Podemos imaginar que de aquel afeitado Don Bosco se llevó a casa más de un corte en la piel, pero se llevó también el corazón de aquel chico. Carlos no se separaría nunca más de Don Bosco. Fue su amigo. Creció con él en el oratorio, fue uno de sus primeros colaboradores y estuvo siempre a su lado hasta su muerte.
Carlos le devolvió a Don Bosco, ya anciano, aquel corazón de plata
que los antiguos alumnos de todo el mundo conocen tan bien. Corazón salesiano, corazón agradecido, corazón como el del padre que supo querer tanto a los que nunca nadie había querido.
Tradición menor, dicen. Puede que sea así. Pero refleja a las mil maravillas quien era aquel cura de sonrisa ancha y mano siempre tendida: dar el primer paso, confiar en el joven, hacerlo protagonista, creer en sus posibilidades, ganar su corazón. Si, la educación es cosa del corazón. Este es su legado. Nosotros, los herederos de su sueño.
Vuestro amigo
José Miguel Núñez

domingo, 8 de marzo de 2009

DOMINGO, EL AMIGO DE DIOS

Mis queridos amigos:
El día 9 de marzo celebramos el 152 aniversario de la muerte de Domingo Savio y su recuerdo, más vivo que nunca, nos compromete.
Don Bosco no duda en escribir en su biografía del joven Savio que en el Oratorio, “todos eran amigos de Domingo”. Cuenta Don Bosco cómo era el “alma” de los recreos, bromeaba y creaba un ambiente alegre a su alrededor que hacía que sus compañeros lo buscasen porque a su lado se divertían. Era el compañero vivaz, dicharachero y desenvuelto que se hacía querer por su buen humor, su sencillez y su bondad. Continúa Don Bosco: “Su semblante alegre, su índole vivaz, lo hacían querido de sus compañeros aún de aquellos más gamberros”
Un día en que llegó al Oratorio un chico nuevo, Don Bosco – como en tantas otras ocasiones – pidió a Domingo que estuviese pendiente de él para que se encontrase a gusto desde el principio. Domingo se presentó a él y con amabilidad y cercanía le fue presentando a todos y enseñándole el Oratorio. Es el mismo Don Bosco quien nos transmite una estupenda conversación con Camillo Gavio, que así se llamaba el nuevo compañero: “¿Sabes? – le dijo Domingo - Aquí nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres... empieza también tú a hacer tuyo este programa de vida: ‘servid al Señor en alegría’ ¡Ya verás que bien!”.
Las tres sugerencias de Don Bosco a sus jóvenes: alegría, trabajo y piedad serán las claves del camino de crecimiento de muchos de ellos. En especial, la alegría será una de las características de la espiritualidad que él propondrá siempre a sus muchachos. La alegría que Don Bosco invitaba a vivir brota del corazón y tiene su fuente en la buena noticia del Evangelio y en el encuentro con Jesucristo.
No se trata de una sonrisa forzada y circunstancial, sino del gozo que brota del corazón cuando descubrimos que es posible vivir en armonía porque hemos experimentado el amor de Dios que en Jesucristo nos ha abrazado entrañablemente. Esta es la experiencia de Domingo: sentirse amado por Dios y hacer crecer, en el encuentro con el Señor, espacios interiores de libertad que le hacen vivir en alegría la entrega generosa a los demás.
En la alegría, como valor a cultivar en la vida diaria, encontramos una vereda de crecimiento personal que le da a lo cotidiano un tono particular: capacidad para afrontar las dificultades sin dejarse vencer, ánimo para asumir las responsabilidades de cada día, optimismo para dar nuevos pasos en el compromiso personal, talante bondadoso en el encuentro con las personas para las que siempre tenemos el gesto oportuno y la palabra amable ¿No te parece un camino extraordinario? Es justo ahí, en la vida sencilla de cada día, donde se fragua la santidad simpática de Domingo Savio sin grandes alardes, pero con la profundidad de quien ha decidido no quedarse en la cáscara de las cosas.
¿Sabes? Sólo quien cuida su interioridad alcanza niveles de serenidad y de alegría impensables fuera de esta perspectiva. Cuida tu encuentro el Señor cada día, deja que tu amistad con él abra espacios de libertad en tu interior y ponle, también tú, una sonrisa amable y contagiosa a tu realidad cotidiana. Verás que todo se transforma.
Buena semana. Vuestro amigo
José Miguel Núñez

viernes, 27 de febrero de 2009

DON BOSCO EN ESTADO PURO

Mis queridos amigos:
En la primavera de 1884, entre los meses de abril y mayo, Don Bosco se encontraba en Roma tratando de afrontar los problemas económicos que le estaba originando la construcción de la Basílica del Sagrado Corazón. Además de su preocupación por la situación financiera de la enorme empresa acometida, todavía tenía que vérselas con los últimos flecos de la situación jurídica y canónica de la Sociedad de San Francisco de Sales.
La situación no era de poco, pero probablemente le ocupaba más la mente la creciente preocupación de esos años por tratar de asegurar el espíritu que había visto nacer la Congregación y que corría el riesgo de debilitarse o deformarse. Don Bosco era consciente de los cambios que se iban produciendo con el desarrollo de las casas y el crecimiento de la Congregación. Parece que, con mucha lucidez, el Santo veía con tristeza que algunas de sus grandes intuiciones educativas podrían verse progresivamente re-interpretadas y alejadas de la sensibilidad inicial.
Seguro que contribuía a acrecentar en él la preocupación su propio estado de salud. Don Bosco estaba viejo y se sentía muy cansado. Lo repetirá él mismo en muchas de sus cartas de estos meses y pedirá insistentemente oraciones a sus amigos y benefactores para poder seguir adelante con la ayuda del Señor.
Después de su viaje triunfal por Francia en 1883, Don Bosco se había sentido más débil y enfermo. Las dificultades del viaje a Roma no habían contribuido, precisamente, a mejorar las cosas.
Pero, al mismo tiempo que las preocupaciones le martillean la cabeza y la salud se hacía cada vez más precaria, afloraba en Don Bosco una emotividad con trazos nostálgicos y en forma de proféticas visiones de futuro. Se multiplican los sueños y el deseo de comunicar a todos lo que su corazón sentía y deseaba para sus jóvenes y sus salesianos en el avenir.
Don Francesia, que lo acompañaba en Roma, escribe: “Nuestro amado padre no sabe tener un discurso sin que recuerde los tiempos heroicos del Oratorio”.
Y así es. Son recurrentes en estos meses en Don Bosco, junto al tema de la “salvación” de los jóvenes, la urgente llamada a no olvidar el “método educativo”, el “sistema preventivo”. El amor, la confianza, la amistad, la familiaridad, la bondad en el trato con los jóvenes son un reclamo continuo.
El 25 de abril de 1884, un periódico, Le Journal de Rome, publicaba una entrevista a Don Bosco sobre el “sistema preventivo”. En él leemos las palabras de Don Bosco en 1884:
“Es muy fácil. Yo dejo a los niños la facultad de hacer lo que a ellos les gusta más. El talento consiste en descubrir en los muchachos las semillas de sus buenas disposiciones y aplicarse a desarrollarlas. Como a cada uno le gusta hacer lo que sabe que puede hacer, yo aplico rigurosamente este principio y mis alumnos trabajan todos, no solamente con dinamicidad sino también con amor”.
Don Bosco en estado puro. Viejo y achacoso pero con el corazón de educador que no solo quiere a los jóvenes sino que se hace querer porque los jóvenes saben que los quiere. Es el Don Bosco de la Carta de Roma que, preocupado por el devenir de su obra, vuelve a hacer aflorar lo que ha traspirado por la piel toda la vida, el afecto que se hace familiaridad y que genera la confianza para ganar el corazón. ¿No tendremos que volver a los días de Roma del ya lejano 1884 para encontrar al Don Bosco más maduro? Ya digo, debilitado y enfermo, pero Don Bosco en estado puro.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 30 de enero de 2009

Un corazón tan grande como las arenas de las playas

Mis queridos amigos:
Como el corazón de Dios, el corazón de Don Bosco es misericordioso y compasivo. Con su mirada penetrante, sintió lástima de los jóvenes olvidados en el despoblado de la historia, desguarnecidos, abandonados a su suerte. ¡Cuántas veces resonaría en sus oídos la Palabra: “Vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34).
Su corazón de Buen Pastor le llevó a buscar soluciones creativas: “Dadles vosotros de comer”. Y Dios multiplicó muchas veces aquellos pocos panes y aquellos pocos peces que Don Bosco repartió a manos llenas.
Corazón misericordioso y compasivo que le llevó a gastarse sin guardarse nada para él. Corazón bondadoso y amable que expresaba acogida y benevolencia para todos; corazón entusiasta, lleno de Dios, que contagiaba ilusión y confianza; corazón grande y generoso sostenido por la mística de la urgencia del amor de Dios; corazón magnánimo que le llevo a acometer grandes empresas y afrontar grandes retos; corazón fraterno y bueno que supo insuflar el mismo aire que respiraba a sus propios muchachos; corazón apasionado que amó con total entrega. Así es el corazón de nuestro padre. Así quiere ser el corazón del salesiano.
Pero la mística del da mihi animas está sostenida por la ascética del cetera tolle. ¡Llévate lo demás! Corazón libre y desprendido que le llevó a vivir hasta la heroicidad el olvido de sí mismo.
¡Qué difícil es hoy hablar de ascética y sacrificio! Sin embargo, no se entiende la vida de Don Bosco sin estas realidades necesarias e inevitables para su compromiso con adolescentes y jóvenes. Juan Bosco se educó desde los primeros años en I Becchi en la renuncia y supo vivir toda su vida, desde la opción evangélica, con las manos muy libres y el corazón desapegado de todo lo que pudiera suponer un obstáculo a su entrega.
Recio en sus convicciones, llevó siempre una forma de vida sencilla y austera. La pobreza fue siempre compañera de viaje y la esencialidad un estilo querido y buscado. Cetera tolle!
Son memorables las palabras de Mamá Margarita el día de la ordenación de su hijo: “Recuerda siempre esto, Juan: si algún día llegases a ser rico, no volvería a poner el pie en tu casa”. Madre e hijo compartirán, años más tarde, las páginas más hermosas de la experiencia de Valdocco contagiados por una común sencillez y en un ambiente de pobreza solidaria y exigente.
Sencillez de vida, corazón disponible para servir a los últimos, a los más vulnerables, a los que no importan a nadie, a los que están en el margen de la historia. En el descampado, perdidos y abandonados, muchos jóvenes esperan hoy una palabra de aliento, motivos para esperar, razones para seguir creyendo que hay un futuro más pleno para todos. Con el corazón de Don Bosco, queremos seguir siendo signos y portadores de la bondad, el amor y la misericordia de Dios. Hemos de seguir impulsando, 150 años después, un proyecto apostólico que ha dado vida a un vasto movimiento de personas comprometidas, en el nombre de Jesucristo, en la salvación de los jóvenes más necesitados. “Solo deseo una cosa”, decía Don Bosco a sus muchachos, “que seáis felices aquí y en la eternidad”
¡Da mihi animas, cetera tolle! Don Bosco nos compromete. Su corazón, tan grande como las arenas de las playas, es una invitación a beber de las fuentes, siempre puras, del manantial del Espíritu.
¡Feliz fiesta de Don Bosco!
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

sábado, 24 de enero de 2009

"Magone"

Mis queridos amigos:
El 21 de enero de 1859, hace ahora 150 años, moría en el Oratorio de San Francisco de Sales un adolescente de apenas 14 años llamado Miguel Magone.
Don Bosco lo conoció en el otoño del 1857 en la estación de un pequeño pueblo llamado Carmagnola, a treinta kilómetros de Turín. La tarde estaba lluviosa y una densa niebla lo envolvía todo. Don Bosco esperaba el tren que habría de conducirlo a Turín. Como cuenta él mismo, un grupo de muchachos jugando y forcejeando llamaba la atención de los viajeros por sus gritos y correrías, sus voces atronadoras y empellones en medio de las carreras. Según sus propias palabras, “Entre aquellos gritos sobresalía una voz que, dominando a las demás, era como la de un jefe, repetida por sus compañeros y obedecida por todos”. Así que, un capitán de “bandidos”, pensó Don Bosco. Y en un instante, entre forcejeos y golpes esquivados, se puso en medio de ellos cortando la respiración a más de uno. Todos echaron a correr al ver a aquel cura interrumpiendo sus juegos. Todos, excepto uno que avanzó hasta Don Bosco con aire altivo:

- ¿Quién eres tú para venir a entrometerte en nuestros juegos? Le espetó desafiante.
- Soy un amigo tuyo,
respondió Don Bosco. Y tú ¿quién eres?
- ¿Yo? ¿Quién soy yo? Miguel Magone, capitán de este ejército.

Miguel tenía trece años. Era un chaval que vagabundeaba por las calles y se había hecho con el mando de una banda de muchachos como él: carne de cañón, sin presente ni futuro, con la cárcel en un horizonte más o menos próximo. El párroco de Carmagnola lo describía así: “El joven Magone es un pobre chico, huérfano de padre; teniendo la madre que ganar el pan para su familia, no puede asistirlo ni vigilarlo, y él, abandonado, pasa el tiempo en las calles y en las plazas entre los vagos. Tiene un ingenio despierto y poco común y lo creo de buen corazón; vivo e inquieto, en la escuela es un alborotador. Cuando no está, los profesores respiran…”.
Magone no podía imaginar que aquel encuentro le cambiaría la vida. En efecto, Don Bosco fue su amigo. Lo llevó consigo a Turín y en Valdocco encontró una casa, una familia…un padre y una nueva oportunidad para su vida. Con Don Bosco pudo vivir una experiencia que hoy llamaríamos un auténtico itinerario educativo. Abandonó la calle y comenzó a tomarse en serio sus estudios. Descubrió, como nunca antes, la presencia de Dios en su vida y recorrió un camino de crecimiento en la fe que le llevó hasta el planteamiento y el discernimiento vocacional.
Miguel murió muy pronto, a inicios del 1859, afectado por una enfermedad pulmonar. Pero en este corto espacio de tiempo junto a Don Bosco, encontró sentido a su vida, cogió las riendas de su existencia y experimentó qué significa que alguien confíe en ti.
Este es el secreto de Don Bosco. Confiar en los muchachos y ayudarles a que saquen de dentro de sí las mejores energías para desarrollarse y vivir como personas.
A nuestro alrededor sigue habiendo muchos “magone” que, aunque con ingenio despierto y buen corazón, han perdido ya algunos trenes en la vida porque ésta – por mil circunstancias - les ha robado la posibilidad de ser persona. Hoy, muchos jóvenes siguen viviendo a la intemperie, en la oscuridad, la niebla y el frio. En nombre de Don Bosco queremos seguir tendiendo una mano amiga para adelantar un futuro más cierto a los que no lo tienen y que no siempre sea invierno para los más vulnerables. Esa es nuestra frontera. Hacia ella nos dirigimos.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez