martes, 27 de abril de 2010

LOS SALESIANOS "EXTERNOS"

Queridos amigos:
Muchos pensarán que Don Bosco se adelantó a los tiempos en algunas de sus intuiciones y proyectos. Una de ella es, sin duda, la idea de corresponsabilidad laical en la animación y compromiso por los jóvenes pobres en sus obras. En efecto, Don Bosco quiso desde el primer momento rodearse de un vasto movimiento de personas para la salvación de la juventud. Sacerdotes, religiosos y seglares unidos en la causa del Reino a favor de de los pequeños, abandonados y en peligro.
Su idea iba mucho más allá de la simple colaboración económica en un ejercicio de caridad habitual en la sociedad católica y bien estante de su época. Se trataba, si, de ejercer la caridad con el próximo para – como dirá en más de una ocasión – “afanarse por todos los medios posibles y cooperar a la salvación de los jóvenes”.
Esta idea que le rondaba por la cabeza hacía mucho tiempo, Don Bosco intentó concretarla en varias ocasiones y por varios cauces. Se trataba de unir todas las fuerzas de bien, especialmente laicales, que pudieran a adherir a su proyecto y entregarse – aún en el mundo – a la juventud pobre, abandonada y en peligro.
La primera ocasión llegó en 1850, antes de la fundación de la propia Congregación, impulsando un grupo de seglares católicos para apoyar la obra de los Oratorios que se desarrollaba con fuerza en Turín. La iniciativa no cuajó y ele proyecto terminó por ser abandonado.
Un segundo intento vendría con la oportunidad que le ofrecía la aprobación de las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales. Don Bosco añade a la Regla un capítulo dedicado a los “salesianos externos”. En él se expresaba la idea de salesianos seglares que, viviendo en su familia y en con su trabajo, pudiesen comprometerse en el servicio a los jóvenes compartiendo el espíritu y la misión de la Sociedad salesiana.
Por increíble que parezca, esta era la idea más genuina de Don Bosco sobre los seglares asociados a su obra. Auténticos salesianos en el mundo en sintonía y en comunión con los salesianos consagrados y corresponsables – diríamos hoy – en la misión juvenil y popular.
Naturalmente, esta concepción se adelantaba al espíritu del Concilio Vaticano II. Lo que hoy podría ser considerado como un signo de los tiempos o una intuición de futuro, en aquel momento suscitó no poca hilaridad y un importante rechazo en la Congregación romana. El resultado fue la eliminación de dicho capítulo de las Reglas de los salesianos. La Congregación debía ser sólo y estrictamente una congregación religiosa con miembros todos ellos consagrados.
Importante revés para las intenciones del Fundador que, sin embargo, no cejo en su empeño de llevar adelante lo que consideraba una inspiración carismática para su obra en la Iglesia: e convocar a todas las fuerzas posibles para que, también desde la secularidad, se pudiera trabajar al servicio de los jóvenes pobres.
Años más tarde, aprobadas por fin en 1874 las Constituciones salesianas, pensó en dar forma ese mismo año a lo que él llamó la Unión de San Francisco de Sales. Es el esbozo de lo que algún tiempo más tarde sería la Pía Unión de cooperadores Salesianos (1876). En ella se convoca a los católicos que quieran:
- Hacerse bien a sí mismos ejerciendo la caridad con el prójimo, especialmente con los niños y jóvenes pobres.
- Participar en las obras de caridad que llevan adelante los salesianos.
- Atender a los niños pobres, recogerlos de la calle en las propias casas y librarles de los peligros.

Muchos no lo entendieron, entre ellos los mismos salesianos. Pero Don Bosco estaba convencido de que era una inspiración del Espíritu y de que sería una institución de gran valor para la propia Sociedad Salesiana y para la Iglesia.
Don Bosco, una vez más, se adelantó a su tiempo. En su corazón y en su mente estaban los salesianos externos, seglares que – en el mundo – adherían al proyecto evangelizador de la Congregación Salesiana compartiendo espíritu y misión. Todavía faltaba casi un siglo para que el Concilio Vaticano II recuperase un modelo eclesial en el que el compromiso de todos los bautizados fuese parte esencial e integrante de la misión de una Iglesia de comunión en la que ministerios y carismas surgen al servicio del pueblo de Dios.
Todavía faltaban también ciento veinticinco años para que la propia Sociedad Salesiana adquiriera mayor conciencia de la corresponsabilidad entre salesianos y seglares que comparten el carisma y la misión de San Juan Bosco.
Los salesianos externos fueron – sin duda – una intuición genial.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 18 de abril de 2010

¡TE ESPERAMOS!

Queridos amigos:
Don Bosco realizó en los últimos años de su vida un viaje a España con la finalidad de seguir recabando fondos para financiar sus obras y, especialmente, la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. Además, había expresado en varias ocasiones su deseo de visitar a sus “amigos de España”. Los salesianos estaban ya en la ciudad condal desde 1884 gracias a la caridad y a la generosidad de personas admiradoras de la obra de Don Bosco. Invitado por insignes benefactores, entre ellos Doña Dorotea de Chopitea, viajó a Barcelona y permaneció en la ciudad entre el 8 de abril y el seis de mayo de 1886.
Fue un viaje difícil, largo y penoso. Acompañaron al Santo su secretario Don Viglettti y el propio don Rua, por aquel entonces Vicario del Rector Mayor. Ambos fueron testigos de la espléndida acogida que le dispensó la ciudad y del afecto de todos los barceloneses que no dejaron de visitarle y de reclamar por todas partes por donde pasaba su bendición. Acompañaba a Don Bosco una aureola de santidad y muchos querían encontrar al hombre de Dios para pedir su intercesión en alguna gracia.
La salud del anciano sacerdote era muy precaria. Ya durante el trayecto, ante la debilidad física que manifestaba y los problemas que se fueron sucediendo se pensó en suspender el viaje y volver a Turín. Pero ante la insistencia de Don Bosco, deseoso de encontrar a sus amigos españoles, dispusieron todo para poder seguir adelante con el programa establecido, aunque con las mayores precauciones y cuidados posibles. El secretario Vigletti, el 4 de abril escribe a Lemoyne en Turín:

- “Papá tiene mucho ánimo a pesar de su debilidad física”

El recibimiento fue espléndido y las atenciones afectuosas y delicadas. La sociedad barcelonesa sabía de la llegada del santo sacerdote y le dispensó una calurosa bienvenida. Se hicieron eco los periódicos de la ciudad y durante días Don Bosco atendió a todos, recibió a todos y bendijo a todos los que se acercaban hasta él para escuchar una palabra de aliento, un consejo espiritual o simplemente tocar su sotana.
Pero un hecho extraordinario marcará de manera especial estos primeros días de estancia en Barcelona. Entre los días 9 y 10 de abril, Don Bosco soñó. Lo contó emocionado a Don Rua, a su secretario Viglietti y a Don Branda, Director de Sarriá. Se trataba de un sueño “misionero”. Don Bosco vio miles de jóvenes que le gritaban: “¡Te esperamos!”. Y apareció también un grupo de muchachos conducidos por una pastorcita que le indicó países y lugares desconocidos. Ésta trazó una línea desde Santiago de Chile a Pequín a través de África. La pastorcita le dijo:

- Ahora te haces una idea exacta de lo que deben hacer tus salesianos.
- Pero ¿cómo podremos hacer? Las distancias son inmensas, los sitios de difícil acceso y no somos todavía suficientes.

La pastorcita indicó todavía puntos en India o en China, donde habría nuevos noviciados. Todos estaban emocionados al escuchar todo esto convencidos de que se trataba de un signo del cielo, como había sucedido en tantas otras ocasiones.
Al terminar el relato, Don Bosco exclamó:

- ¡Oh, cómo nos quiere María!

Don Viglietti registró todo con sumo cuidado en su cuaderno de crónicas del viaje. Don Rua no olvidaría nunca aquel sueño convencido de que todo se cumpliría algún día. No podía saber entonces que sería él mismo, siendo Rector Mayor, quien enviaría a los hijos de Don Bosco a África y a Asia siendo testigo de la extraordinaria expansión de la Congregación. El primer sucesor de Don Bosco confió siempre en el cumplimiento de aquella premonición.
“Cómo nos quiere María”, había exclamado Don Bosco. Era, una vez más, la expresión convencida de que María Auxiliadora acompañaba e intercedía siempre por la Congregación. Estas revelaciones le acompañaron toda la vida y Don Bosco entendió que podía ir adelante porque la bendición de Dios y la mediación materna de la Virgen nunca faltarían.
Así lo transmitió a sus hijos y así lo han vivido generaciones y generaciones de salesianos que han corroborado una y mil veces que la confianza en María Auxiliadora genera siempre milagros.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 9 de abril de 2010

CON EL PAPA

Queridos amigos:
Todos sabemos del amor incondicional de Don Bosco hacia el Sucesor de Pedro. Durante toda su vida alimentó un afecto filial hacia el papa de Roma y así lo quiso transmitir también a sus muchachos y posteriormente a sus salesianos. Reconocía una y otra vez ante sus hijos que cualquier fatiga sería siempre poca con tal de servir a la Iglesia.
No eran tiempos fáciles para el papado ni para la Iglesia en general que sufría los envites del movimiento liberal marcado por un fortísimo anticlericalismo. En 1860 se produjeron importantes tensiones entre la Iglesia y el movimiento de la nueva Italia que se estaba forjando poco a poco. Los estados pontificios estaban seriamente amenazados y los territorios que circundaban Roma estudiaban anexionarse al Piamonte.
Pio IX, ante las amenazas, reaccionó violentamente y excomulgó a los impulsores de tal expolio. La tensión con la sede de Pedro era cada vez mayor y defender la causa de Pio IX no resultaba fácil en ninguna parte. En Turín, los defensores del Pontífice se veían amenazados y en no pocos casos vigilados y vejados. En el Oratorio de Valdocco, en aquel verano de 1860 se sufrieron varios registros bajo la acusación de propaganda a favor de la causa del Papa y en contra de los liberales que era como querer frenar la libertad y el progreso.
Es de imaginar la indignación de Don Bosco por los acontecimientos que se estaban viviendo. No solo por el asedio al Oratorio sino, sobre todo, por la amenaza contra la Iglesia católica en la persona de su cabeza, el Obispo de Roma y primado de la Iglesia universal. En este contexto se sitúa el gesto entrañable de la colecta de los chicos del Oratorio para apoyar simbólicamente al Papa y mostrar su adhesión al Vicario de Cristo.
Una curiosa carta de Don Bosco a Miguel Rua se entiende mejor en esta perspectiva de asechanza contra la Iglesia católica y la tensión que el mismo Don Bosco debía estar viviendo a causa de estos acontecimientos. El joven Rua se preparaba inmediatamente a su ordenación sacerdotal. Desde el lugar donde estaba haciendo sus ejercicios espirituales escribe a Don Bosco pidiéndole algunos consejos. Don Rua le escribe en francés y Don Bosco le responde en latín:

“Al queridísimo hijo Miguel Rua al que saludo en el Señor:
Me has enviado una carta escrita en francés y has hecho bien. Sé francés sólo en la lengua y en el hablar, pero de ánimo, de corazón y de obras sé intrépida y generosamente romano”.

Le siguen a estas observaciones algunos consejos en vistas a la ordenación. Curiosa anotación de nuestro padre preocupado, sin duda, por el momento difícil que atraviesa el papado que para él es la causa de la catolicidad.
Don Rua no olvidaría esta recomendación. Será, él también como hijo de Don Bosco, ardiente defensor de la Iglesia representada en el Romano Pontífice. A pesar de los graves problemas que debió afrontar muchos años más tarde - siendo ya Rector Mayor - con la Santa Sede, su docilidad y fidelidad a la Santa Iglesia Romana permanecieron siempre inalterables. Romano de ánimo y de corazón.

Tal fue el amor que Don Bosco, con el lenguaje y la teología de su tiempo, supo inculcar a sus hijos en los que se refiere al Papa y a la defensa de la Iglesia católica. La futura congregación salesiana nacería bajo el signo de la fidelidad a la verdadera Iglesia de Jesucristo y al Sucesor de Pedro.