domingo, 25 de octubre de 2009

EL "OTRO" DON BOSCO

Mis queridos amigos:
En 1863, casi cuatro años después de la fundación de los salesianos, Don Bosco decide dar un paso decisivo para el desarrollo de su obra. Considera que ha llegado el momento para trasplantar la experiencia de Valdocco fuera de Turín. Sin duda, se trata de una decisión delicada y el Rector Mayor de la naciente Congregación quiere tener las garantías necesarias para que el carisma pueda desarrollarse en nuevas presencias. Es la primera experiencia fuera de la “casa madre” y hay que tratar de asegurar que el espíritu se mantenga intacto.
Puestos a pensar, fija su mirada - sin dudar - en quien mejor podrá llevar adelante el proyecto con garantías. No hay otro que Miguel Rua, desde el inicio de la fundación Prefecto de la Congregación. Miguel acaba de ser ordenado hace tres años. Es un joven sacerdote pero desempeña su responsabilidad, como lo ha hecho siempre, con gran sentido de fidelidad a la Regla y de lealtad a Don Bosco. Capacidades le sobran y su experiencia al lado de su padre desde el principio lo hacen el mejor intérprete posible de su pensamiento y de su acción.
La obra que va a comenzar es un pequeño seminario en Mirabello, de acuerdo con el Sr. Obispo y demás autoridades del lugar. Y Don Bosco comunica a Don Rua su decisión. Es de imaginar que la nueva responsabilidad inquieta al joven Miguel que, a buen seguro, balbuceará algunas dificultades. Pero Don Bosco está seguro: Don Rua dirá que sí y afrontará el reto con todas las consecuencias.
Pasadas las primeras impresiones, Don Bosco saldrá al paso del lógico temor de quien ha sido hasta ahora su mano derecha:

- No te preocupes, Miguel, harás de Don Bosco en Mirabello. Y lo harás muy bien.
- Pero Don Bosco, no sé si seré capaz…
- Intenta hacerte amar siempre, Miguel, intenta hacerte amar…

El joven Rua no olvidará jamás aquellas palabras llenas de afecto y confianza. Fue Don Bosco en Mirabello. Junto a él, un puñado de clérigos y un grupo de los mejores muchachos de Valdocco que fueron auténtico fermento en medio de los compañeros con los que comenzaron el curso. De nuevo, los jóvenes fueron co-fundadores de la nueva presencia salesiana, la primera fuera de Turín. Y la obra salesiana se implantó con fidelidad echando fuertes raíces aún con las dificultades propias de todo inicio.

- Nada te turbe, Miguel, nada te turbe…

Y aquel “otro” Don Bosco, con corazón confiado, supo ponerle rostro a la bondad y una sonrisa creativa al carisma salesiano que empezaba a desarrollarse con una fuerza arrolladora.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

sábado, 17 de octubre de 2009

BROMAS DE LA PROVIDENCIA

Mis queridos amigos:
El viaje que realiza Don Bosco a París en 1883 resultó ser una auténtica apoteosis. Ya anciano y con numerosos achaques, con la obra salesiana en pleno desarrollo y con importante reconocimiento social y eclesial, su visita a las casas salesianas y a los benefactores franceses fue un viaje en el que la sociedad parisina expresó al santo sacerdote una profunda estima y gran veneración.
Don Bosco tiene 68 años y está envejecido. Busca dinero desesperadamente para terminar la construcción de la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. Como decía a menudo caminando encorvado y con paso lento, subiendo y bajando escaleras en las casas de sus benefactores, “Llevo la Iglesia del Sagrado Corazón a cuestas”.
El viaje por toda Francia durará cuatro meses, del 31 de enero al 31 de mayo. Fue agotador. Pero aquel viaje, como el que posteriormente realizará a España, contribuirá notablemente a forjar la imagen pública del “hombre de Dios”. Como bien reconoce uno de sus biógrafos más populares, Teresio Bosco, “Estos últimos trabajos no estuvieron al servicio de un templo, ni de los jóvenes pobres, sino de toda una generación que corría el riesgo de perder el sentido de Dios y los más grandes valores de la vida. Esta generación, en Francia y en España, descubre en él ‘el sentido de Dios’ y del ‘prodigarse por los demás’”.
Y así fue. Después del recibimiento entusiasta y de la emoción de la acogida, le acompañó el fervor de los católicos parisinos durante las cinco semanas que permaneció en la ciudad. Recibía visitas y se dejaba fotografiar: “Es un buen modo de interesar a la gente por mi obra”, decía.
Después de la apoteosis y de una colecta más que sustanciosa, volviendo en el tren hacia Turín, Don Bosco reflexiona sobre lo vivido. Nos recogen su conversación con Don Rua las mismas Memorias Biográficas.

“Es algo singular. ¿Recuerdas, Rua, el camino que va de Butigliera a Morialdo? Allí a la derecha, hay una colina; en la colina una casita; y, desde la casita al camino, se extiende por la pendiente un prado. Aquella pobre casita era mi vivienda y la de mi madre; a aquel prado llevaba yo de muchacho dos vacas a pacer. Si todos esos señores supieran que han conducido en triunfo a un pobre aldeano de I Becchi, ¿qué te parece?... Son bromas de la Providencia”.

Bromas de la Providencia. Aquel campesino sabía bien lo que decía. Dios había estado grande con él, como lo está siempre con los pequeños y los pobres. Es a los humildes a quienes ensalza el Señor colmándolos de bienes. Y a aquel vaquero de I Becchi la Providencia le había salido al encuentro llevándolo como en alas de águila y protegiéndolo en la palma de su mano. Y ahora, envejecido y desgastado en el ocaso de su existencia, ante la inmensidad de la obra acometida y la intensidad de lo vivido, los ojos del anciano se llenan de lágrimas reconociendo que sólo es un hijo de campesinos a quien Dios lo rodeó de misericordia.
Fue un triunfo su viaje a Francia. Pero el verdadero triunfo es el de la mirada al camino desde la cúspide de la montaña contemplando el atardecer para reconocer, con la misma humildad de la fatiga en el sendero, que todo es Dios.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

miércoles, 14 de octubre de 2009

UNA MUJER EXTRAORDINARIA

Mis queridos amigos:
Dicen que un santo arrastra a otro santo. Lo cierto es que el Espíritu hace su trabajo en el corazón de las personas y en no pocas ocasiones la santidad es contagiosa. Me he preguntado más de una vez qué pudo sentir Don Bosco cuando conoció, casi por casualidad, a una mujer extraordinaria en un pequeño pueblo del Monferrato llamado Mornese. Una joven despierta, con una gran fuerza de arrastre y que transparentaba a Dios en cuanto decía y hacía. Sin duda, pensaría Don Bosco, extraordinaria esta Maín.
María Mazzarello hizo de su vida un canto a la providencia de Dios que está siempre cerca de los pequeños y de los pobres. Una mujer profundamente creyente que supo hacer de Dios el centro de su vida y de su historia. Se sintió amada y escogida y no dudó en responder con todas sus fuerzas a la iniciativa de aquel que le había amado primero. Forjada en la dura vida de los hombres y mujeres del campo, con una tenacidad propia de quien sabe aprovechar y desarrollar todos sus recursos, supo cultivar en la sencillez de la vida cotidiana una espiritualidad de hondas raíces y muy pegada a la realidad de cada día.
De mirada larga, cultivó la amistad con el Señor e hizo crecer en su corazón una fuerte unión con el Dios de la Vida, como están unidos los sarmientos a la vid. Y dio mucho fruto. En la originalidad de dones que el propio Espíritu le concedió, María Mazzarello se puso manos a la obra y con una caridad apostólica de hondo calado fue instrumento del Señor para las jóvenes de Mornese a quienes implicó y comprometió en un servicio educativo-evangelizador con las niñas y jóvenes del pueblo.
Respiró el mismo aire de Don Bosco y cuando se encontraron, ambos descubrieron enseguida que estaban delante de alguien a quien el Espíritu había tocado de manera especial. María Mazzarello sintió que Don Bosco era un Santo, pero Don Bosco experimentó también la grandeza de aquella mujer campesina que hablaba de Dios con familiaridad y con una profundidad inusual. Recorrieron juntos el camino hicieron grandes cosas. María, fiel a la llamada de Dios, consagró su vida al Evangelio con el estilo salesiano que en ella se hizo femenino creativa y originalmente.
Su vida y su obra nos interrogan y comprometen. Fiel al Señor, supo responder con generosidad a su llamada ¿Y tú, te sientes llamado por el Señor? ¿Cómo estás respondiendo a su llamada? Madre Mazarello, tras las huellas de Jesús, inspirada por Don Bosco, nos invita a vivir unidos fuertemente a la vid y decir “si” a un proyecto apostólico que nos conduce al amor.
Lo dicho, una mujer extraordinaria.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 4 de octubre de 2009

MUCHO MÁS QUE LAS COLINAS DEL MONFERRATO

Mis queridos amigos:
Durante muchos años, Don Bosco acostumbró a celebrar la fiesta de Nuestra Señora del Rosario en I Becchi, acompañado de un puñado de muchachos que lo acompañaban con una alegría inimaginable.
Eran los mejores chicos del Oratorio. Para todos era un premio estar con Don Bosco unos días de vacaciones. Primero fueron unos cuantos, pero pronto sobrepasaron el centenar.
El primer destino estable fue su tierra y su casa natal. José, su hermano, acogía con gusto aquella horda de muchachos y los acomodaba como podía en graneros y establos cuidando de proveer lo necesario. Provocarían, a buen seguro, algún disgusto; pero el buen José sabía mirar para otro lado y hacer que las cosas transcurrieran lo mejor posible.
Después de 1858, Don Bosco planeó auténticas marchas por los pueblos del Piamonte y de las provincias limítrofes. Cuidaba con antelación los itinerarios y se confiaba a amigos y bienhechores que los acogían en sus casas o preparaban alguna merienda para aquel ejército dispuesto en batalla cuando de acallar el hambre se trataba. No faltaron nunca la fruta, el pan recién hecho o un pedazo de queso ofrecido con generosidad por los lugareños entusiasmados con aquella algarabía que el sacerdote con fama de santo se empañaba en calmar, sin demasiado éxito las más de las veces.
Nos han llegado algunos hermosos testimonios de aquellos días de fiesta y alegría para tantos jóvenes que disfrutaron de experiencias inolvidables acompañando a Don Bosco. Uno de sus muchachos, Anfossi, dejó escrito esto:

“Siempre recuerdo aquellos viajes. Me llenaban de alegría y maravilla. Acompañé a Don Bosco por los collados del Monferrato desde 1854 a 1860. Éramos un centenar de jóvenes y veíamos la fama de santidad que gozaba ya Don Bosco. Su llegada a los pueblos era un triunfo. A su paso salían los párrocos de los alrededores y ordinariamente también las autoridades civiles. La gente se asomaba a las ventanas o salía a la puerta de la calle, los campesinos dejaban la labor para ver al Santo (…)”.

Toda la pedagogía de Don Bosco encerrada en estos “paseos otoñales”. La familiaridad y la camaradería, la alegría y la fiesta. Tiempo para caminar, como se avanza por los senderos de la vida, y espacio para conversar y trabar amistad. La presencia de Don Bosco es la del adulto que acompaña en el camino. Una presencia amable y buena. Una palabra para todos y el gesto cómplice y solidario con quien tiene más dificultades en llegar a la meta.
La música y la fiesta esponjaban el corazón y desencadenaban las fuerzas de aquellos jóvenes entusiastas que se sentían felices por estar junto al padre a quien tanto admiraban y a quien tan agradecidos le estaban. En perfecta formación, haciendo sonar los instrumentos musicales, la entrada de los muchachos de Don Bosco en aquellos pequeños pueblos del Piamonte debía ser todo un acontecimiento.
A los muchachos les llenaba de “maravilla y alegría”. A Don Bosco, le parecía tocar el cielo disfrutando de la sonrisa de sus jóvenes y de sus cantos de fiesta. No faltaban la oración y la bendición con el Santísimo en la Iglesia del pueblo. El afecto del padre se hacía confianza en la familiaridad del camino vital que, sin saberlo, muchos de aquellos jóvenes recorrieron junto a él. Mucho más que las colinas del Monferrato.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez