miércoles, 24 de febrero de 2010

COMETE ESTA MANZANA Y PIÉNSALO UN POCO

Mis queridos amigos:
Coincidiréis conmigo en que, a veces los recuerdos más sencillos que guardamos en nuestra mente son los más elocuentes y expresivos. Los pequeños sucesos aparentemente sin importancia le dan la viveza necesaria y el colorido más hermoso a la realidad que atesora nuestra memoria.
Eso sucede también con nuestra historia salesiana. Los recuerdos más simples de aquellos primeros años del inicio del Oratorio nos sitúan ante la frescura de un manantial naciente que nos regala el agua cristalina y fresca de un torrente en crecida.
Juan Bautista Francesia, uno de los primeros muchachos que se quedan con Don Bosco en Valdocco, nos ha transmitido el recuerdo de pequeños sucesos que acaecían en un perdido rincón del Piamonte italiano. No tienen la portada de los grandes acontecimientos transformadores que suceden contemporáneamente en el país, pero si tienen la hondura de una pequeña historia salvadora para centenares de muchachos que se arremolinan en las fábricas, en los arrabales de la ciudad, en las calles y en las plazas buscando instintivamente sobrevivir. Carne de cañón.
Escribe Francesia que la cocina de Mamá Margarita se convertía, en el otoño lluvioso y en el largo invierno, en un espacio familiar y refugio caliente para todos los muchachos que se acercaban al fuego buscando un poco de calor y también de afecto. En el hogar y en la más absoluta pobreza se entretejen páginas hermosas de lo que podríamos llamar, sin exagerar, la cuna de la obra salesiana.
Un muchacho, torturado por las bromas pesadas de sus compañeros, encuentra refugio junto a mamá Margarita que le regala un racimo de uvas y bromea con él hasta arrancarle una sonrisa.
El chaval que ha hecho de un libro una pelota y juega con él hasta destrozarlo. Mamá Margarita, dándose cuenta, le llama la atención reprendiéndolo enérgicamente. Al momento, viéndolo mortificado, piensa: “tras la herida, hace falta el aceite”, y le da con cariño una manzana.
Un muchacho que tiene hambre y se cuela en la cocina entreteniéndola para aprovechar su descuido y robar un pedazo de queso. Mamá Margarita, lavando las verduras, se da cuenta y le recrimina: “¡Bien! La conciencia es como las cosquillas, hay quien las siente y quien no las siente”. Y le da un buen tirón de orejas acompañado de una sonrisa.
Sentando un día junto a ella a un muchacho que andaba por mal camino, le dijo con la bondad y la energía de una madre: “Debo decirte algo importante. ¿No te das cuenta de que has cambiado? Yo sé lo que te pasa. Te descuidas en tus responsabilidades y has dejado de rezar. Eres el último en ir a la Iglesia y vas con mala gana. Si Dios no te ayuda ¿Qué pretendes hacer en la vida? Cómete esta manzana y piénsalo un poco”.
Para los chicos que se portaban bien, tenía también su palabra al oído: “Bien, les decía. Don Bosco y el Señor están contentos de ti. Sigue así”.
Razón, religión y cariño. Los tres pilares en los que se fundamenta el sistema preventivo. Valdocco fue un taller para experimentar – en vivo y en directo – el método educativo de nuestro padre. Don Bosco lo aprendió de Margarita. Y bien podríamos decir que el proyecto salesiano tiene mucho de la mirada bondadosa y tierna de la madre. Esta es nuestra memoria, nuestra historia. El manantial donde volver siempre a beber el agua fresca del espíritu salesiano. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

miércoles, 17 de febrero de 2010

UN ESTRECHO SUEÑO

Su nombre era Wentinam “¿Quién me ama?”. Esto quería decir su nombre en su lengua materna: Wentinam “¿Quién me ama?” ¿Quién te ama? ¡Dios te ama! ¡Nosotros te hemos querido! Y aquí estamos contigo, rogando al Señor por ti, rogando al Señor por nosotros, para que tu vida y tu historia no sólo queden en nuestra memoria, sino que queden en nuestro corazón, allí donde los sentimientos son más puros, más auténticos, más de Dios. Y te recordaremos siempre porque fuiste de los nuestros, de nuestra casa, de nuestra familia, de los hijos de Don Bosco, nuestro hijo, y nuestro hermano, y nuestro amigo.
Ya no tienes más estrechos que cruzar, ni más desiertos que atravesar, ni más sueños que perseguir. Ya no hay más montes en los que ocultarte ni más vallas que saltar. Hiciste tu última travesía. Esta si te condujo a la tierra prometida, la que soñaste, la que anhelaste, la que viniste buscando en esta orilla al dejar atrás un futuro incierto. Diste un salto hacia delante y mira, Dios te escuchó. Pedías un milagro y el milagro se cumplió: ya no hay más sombras en tu vida, ni más sed, ni más dolor. Sólo te queda el amor.
Viniste y te abrimos nuestra puerta. Compartimos el techo y la mesa, la vida y los sueños. Hicimos solo lo que teníamos que hacer: acoger y compartir. ¿No es ese el Evangelio de Jesús? El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge a mí... No se puede especular con el Evangelio, no se puede especular con las vidas de las personas, no se puede especular con la intensidad con la que se abraza a un hombre, a un ser humano cuando éste clama, sangrando por la boca, una oportunidad y una mano que le sostenga.
Fuiste hombre de fe profunda. Te fortalecía la confianza en el Dios que te precedía. Tenaz hasta la extenuación, experimentaste tantas veces cómo el Señor te sostenía. ¿Te acuerdas cuando me contaste que ni siquiera una serpiente a tu lado te hizo mal? Sabías que Dios te llevaba como en alas de águila, en la palma de su mano, siempre por delante abriendo el mar para ti... siempre abriendo el mar.
Alentaste la esperanza de un futuro mejor. No sólo para ti. “Mi primera falta delante de Dios – me dijiste - será existir sin hacer nada por la humanidad, sobre todo por la humanidad marginal, abandonada a su suerte, aquellos a los que la sociedad llama sin la menor vergüenza ‘chicos de la calle’, muy sucios bajo los sacos en el mercado o en las calles; ellos nos descubren el rostro de Dios escondido bajo las miserias que nuestras desigualdades sociales les han provocado”. Querías volver pronto a África para – como tú mismo decías - hacer fructificar la semilla. Hombre luchador, hombre de esperanza recia, hombre de sueños.
Y ahora sólo te queda el amor. El amor que la vida, en muchas ocasiones, te negó. Pero has sabido besar, has sabido hablar al corazón y has conquistado la amistad de muchos, el cariño de tu madre y tus hermanos que quedaron allá en tu aldea, el cariño de los salesianos que te acogieron en Kara, de los niños a los que acompañaste en los pequeños hogares como educador; de los amigos que cuidaste en tu país, de los salesianos que hemos sido tu familia y tu casa en estos meses, de amigos, médicos, enfermeras, de todos a los que conociste y supiste hablarles al corazón.
Y ahora sólo te queda el amor. Wentinam “¿Quién me ama?” Dios te ama, Cyriaque, Dios te abraza, Dios te ha conducido, abierto el mar, a la Vida Plena. Intercede, ante el Padre, para que tu viaje, tu historia y tu mirada cruzada con la nuestra en la travesía, no hayan sido en vano.






NB. Cyriaque era togolés. Vino a España "sin papeles" buscando una vida mejor y persiguiendo un sueño. A los pocos meses de estar entre nosotros un cancer de hígado acabó con su vida. Justo el día antes de morir, ironías de la vida, nos llegó el permiso de residencia por el que tanto luchamos durante meses. Dejó entre nosotros una profunda huella. Un hombre tenaz, luchador, con una confianza inquebrantable en Dios. Este mes de febrero hace cuatro años de su muerte. Con todo el cariño.


martes, 9 de febrero de 2010

ESTOY CONTIGO EN LA BATALLA DE LA VIDA

Mis queridos amigos:
He recibido una carta estos días que me ha llenado de alegría y me ha “pillado” las entrañas. Espero que Tètouwala, mi joven amigo togolés, no se enfade conmigo por compartir con vosotros parte de su historia. Le pedí hace unos meses que me contara cuál había sido su experiencia con los salesianos, especialmente con José Antonio Rodríguez Bejarano, quien lo acogió en el Foyer Don Bosco (Kara – Togo) cuando, siendo sólo un niño, había sido expulsado de su familia acusado de brujería. He aquí parte de su testimonio:

“Hacía dos años que vivía en la calle. Mi propia familia me había abandonado después de la muerte de mi mamá. Mi querida mamá me dejó el 17 de junio de 1990, dos años después de la muerte de mi papá. Acusado de brujería, decidieron que no podía seguir viviendo con nadie y me echaron de casa (...) Pero una nueva página de mi vida se abría cuando otras se habían cerrado. El hombre abandona al hombre, pero Dios nunca lo abandona: el 14 de noviembre de 1992, el P. Antonio se cruzó en mi vida y me llevó a una casa donde vivían muchos otros chavales. En medio de ellos me di cuenta de que su situación era muy semejante a la mía (...).
Tuve la ocasión de retomar los estudios y la paternidad y el afecto que necesitábamos los recibíamos de los salesianos (...) El día a día nos hacía constatar que hay hombres en el mundo que piensan en el bien de los demás y se olvidan de sí mismos. ¡Era un descubrimiento magnífico y maravilloso...! Y lo mejor es que, en medio de aquella situación, me sentía – particularmente – el más querido por el P. Antonio. Yo sabía muy bien que él estaba siempre con los chavales, pero cuando estaba conmigo me transmitía todo el afecto que yo necesitaba. Así nació también mi cariño por él y se hizo grande. Él se convirtió para mí en un padre, en mi papá.
Un día me di cuenta de que no era yo solo el que era amado así. Todos los compañeros con los que hablaba se creían los más queridos. P. Antonio había llegado a ser el papá personal de todos, de cada uno en particular (...). Me hizo la promesa, como a todos mis compañeros, de que estaría siempre con nosotros en nuestra batalla por la vida y que nos sostendría todas las veces que hiciera falta. Pero el buen Dios tenía otros planes...”


Hasta aquí el relato de Tètouwala. José Antonio murió por un paludismo cerebral en 1995. Como el grano que cae en tierra y se rompe para dar fruto, su vida fue para muchos chicos togoleses, una palabra de parte de Dios que les hizo entender cuánto les quería. Hoy, mi amigo Tètouwala estudia tercero de sociología en la Universidad de Lomé y sigue luchando por ser feliz:
“¿Quién lo hubiera creído... ni siquiera yo mismo; yo que solo era un niño de la calle.. Las obras de P. Antonio continuarán fructificando por los siglos. Creo, y lo piensan también muchos de mis compañeros, que P. Antonio pronunció una bendición sobre todos nosotros, sus muchachos...”.
No basta amar... que se den cuenta de que son amados... ¿Te suena, verdad? A José Antonio, dijeron los médicos, le quedó intacto el corazón, sólo el corazón. No podía ser de otra manera: corazón grande, corazón del Buen Pastor, corazón salesiano, corazón apasionado hasta el final.
Uno de los nuestros. Como tú. Como yo.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez