lunes, 27 de octubre de 2008

Don Bosco decía, Don Bosco pensaba, Don Bosco quería...

Mis queridos amigos:
“Don Rua, si quisiera, haría milagros”. Así se expresa Don Bosco en las Memorias Biográficas refiriéndose a Miguel, uno de sus primeros muchachos en Valdocco, su primer salesiano y su más fiel colaborador hasta su muerte.

Esta semana la familia salesiana celebra su fiesta. El hoy beato es una de las figuras gigantescas de nuestra Congregación y sin embargo, para muchos, un gran desconocido.
Compartió con Don Bosco los primeros momentos del Oratorio, experimentó en primera persona su paternidad y descubrió junto a él horizontes anchos y hermosos para su vida. Se sintió tan amado y quiso tanto a Don Bosco que se quedó para siempre con él y junto a él caminó desde la más absoluta e incondicional fidelidad hacia el que siempre fue su padre.

Como el mismo Don Bosco le dijo cuando solo era un niño, Miguel fue en todo a medias con él. Don Rua creció a su lado, vivió los inicios de la Congregación, fue testigo del crecimiento y la expansión de nuestra familia y más tarde, con la fuerza del Espíritu consolidó la obra iniciada por el padre.
Fue el primer salesiano. Con la emoción y la sencillez de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, Don Rua dejó escrito en su cuaderno de notas cuanto aconteció aquella noche de enero de 1854 en la habitación de Don Bosco:
“El día 26 de enero de 1854, por la noche, nos reunimos en la habitación de Don Bosco. Además de Don Bosco, estábamos Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Nos propuso empezar, con la ayuda del Señor, una temporada de ejercicios prácticos de caridad con el prójimo. Después de ese tiempo, podríamos ligarnos con una promesa y esta promesa se podría transformar, más adelante, en voto. A partir de aquella noche se llamó ‘salesiano’ a todo el que adoptaba aquel género de apostolado”.

Aquel grupo de jóvenes era el presente y el futuro del sueño de Don Bosco que poco a poco se iba haciendo realidad entre los balbuceos de caminos inciertos pero con la determinación y la tenacidad de quien se sabe en manos de Dios.
Un año y algunos meses más tarde, el 25 de marzo de 1855, Miguel realizaba sus primeros votos privados delante de Don Bosco. Nadie más en aquella escena preñada de esperanza y hondamente significativa para nuestra historia salesiana. El acontecimiento tiene la portada de los inicios de las grandes obras. En la humildad de un rincón de Valdocco, sin gestos grandilocuentes, se alumbraba la Congregación Salesiana.

Don Rua trabajó con Don Bosco hasta la extenuación, escribió a su lado páginas hermosas de la historia salesiana y tomó el testigo al frente de la Congregación cuando el padre murió.
Durante su rectorado, la Congregación se consolidó, se extendió y alcanzó un desarrollo como nadie hubiera podido imaginar. Permaneció fiel a Don Bosco imitando de él todo lo que aprendió a su lado. Don Bosco decía, Don Bosco pensaba, Don Bosco quería… Fue su fiel intérprete en tiempos difíciles y para generaciones de salesianos el hilo rojo que los unía al Fundador.
Como Don Bosco, Miguel Rua fue un sacerdote auténtico y veraz, un hombre de su tiempo y un hombre de Dios. Como el maestro, el discípulo también bebió del agua pura del manantial de Valdocco y en aquella irrupción de la gracia el Espíritu le condujo por veredas de santidad. Su memoria es hoy, para nosotros, compromiso de fidelidad.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

domingo, 19 de octubre de 2008

"Si él, ¿por qué yo no?

Mis queridos amigos:
Un día de octubre de 1854 un adolescente de doce años entraba a formar parte de la familia de Don Bosco en Valdocco. Domingo Savio vivió una rica e intensa experiencia en el Oratorio que, si bien no duró más que dos años y medio, dejó sorprendidos a todos porque dejó en el recuerdo colectivo la transparencia de un corazón auténtico, la mirada limpia de un muchacho apasionado por la vida y la recia espiritualidad de quien se había propuesto firmemente seguir a Jesucristo con radicalidad.

Don Bosco debió quedar profundamente impresionado de aquel chico de aspecto frágil pero de alma grande que demostró ser un gigante de la santidad. Junto a él, un pobre cura, Domingo recorrió rápidamente los senderos de una vida espiritual y apostólica de gran calado que no dejó indiferente a ninguno de sus compañeros.
Convencido de la gran estatura evangélica de Savio Domenico, Don Bosco se propuso escribir su biografía enseguida y comenzó a recoger datos. Así, en enero de 1859, casi dos años después de su muerte Don Bosco publicó en las Lecturas Católicas la “Vida del joven Domingo Savio, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales”.
Don Bosco escribió estas páginas con mucho mimo y con el deseo de ofrecer a todos un modelo de virtudes que estimulaba a una santidad sencilla y simpática, al alcance de muchos. Para su redacción, había interrogado a los sacerdotes que lo habían conocido antes de su entrada en el Oratorio y a sus propios compañeros.

Don G. Cugliero maestro en Mondonio, pocos días después de la muerte de Domingo escribió a Don Bosco afirmando que en veinte años de oficio, no había conocido nunca un alumno “tan razonable, diligente, asiduo, estudioso, afable y agradable como Savio Domenico”.
Sus compañeros no dudaron en decir de él que era un “excelente compañero”, un “íntimo amigo” o alguien con un “corazón puro y santo”. La impresión dejada por Domingo fue tal que sus amigos expresaron en la biografía escrita por Don Bosco su admiración, su convicción de que Domingo estaba en el cielo y que, incluso, se encomendaban a él recibiendo gracias que le eran atribuidas sin dudarlo.
Don Bosco no vaciló tampoco en su deseo de llevar adelante la causa de canonización de Domingo. Pero en la publicación de su biografía había también una intención muy clara que tenía como destinatarios a sus muchachos. En la introducción el ofrecía un modelo de vida para todos:

“Mis queridos jóvenes (…) aprovechad de lo que voy a contaros; y decid como San Agustín: ‘Si él, ¿por qué yo no?”Si uno de mis compañeros ha encontrado el tiempo y los medios para lograr ser un auténtico discípulo de Cristo ¿Por qué no podría hacer yo lo mismo?”.

Don Bosco miraba lejos y sabía que proponía un camino de largo alcance pero a portada de mano de sus muchachos. Domingo fue una buena tela y, Don Bosco en su maestría y santidad, logró con la ayuda del Espíritu, una autentica obra de arte. Pero estoy seguro de que en el Oratorio, junto a él, muchos otros jóvenes vivieron un proyecto parecido de entrega y hondura espiritual.

Para nosotros, educadores, no puede ser sólo una referencia épica. Por el contrario, el recuerdo de cuanto aconteció en nuestros orígenes es un acicate para actualizar aquí y ahora una propuesta de espiritualidad y un camino de acompañamiento para los jóvenes de este tiempo. Es también una llamada a la santidad que compromete nuestra propia vivencia evangélica. Creo firmemente que es posible ayudar a nuestros chavales a hacer de Jesucristo el centro de sus vidas. Domingo vivió la santidad junto un santo y en ese ambiente y de esa cuna nació la Congregación y la entera Familia salesiana. Salvadas todas las distancias, si nuestra pastoral juvenil, activada por la caridad pastoral ardiente y contagiosa que caracterizaó a Don Bosco, no tiende a que muchos vivan como Domingo quizás es que estemos equivocando la estrategia.

Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 12 de octubre de 2008

"Aquella fiesta de San Francisco de Sales"

Mis queridos amigos:
La música, el juego, el teatro y la fiesta han formado siempre parte de la vida de nuestra familia y han estado muy presentes en la propuesta educativa de Don Bosco desde los comienzos del Oratorio. Fueron armas de paz y un instrumento preventivo de primer orden del que nuestro padre se sirvió para que sus muchachos encontraran un camino pedagógico que les ayudara a expresarse y a vivir en alegría.

Además del propio testimonio de Don Bosco, por suerte, algunos periódicos de la época han dejado fiel constancia del sentido festivo que se vivía en Valdocco. La redacción del Armonía expresó con detalle cómo se desarrolló la fiesta de San Francisco de Sales en aquel lejano 1858 que, por cuestiones laborales, se trasladó aquel año al domingo 31 de enero (¡qué coincidencia!). Así se desarrolló la jornada según cuenta el periodista:

“Por la mañana hubo comunión general en la que participaron más de cuatrocientos muchachos (…) la misa fue cantada por el profesor Ramello y la orquesta estaba compuesta por chavales, tanto estudiantes como artesanos (…) Quien esté acostumbrado al jaleo y al movimiento de los jóvenes no pudo menos que sorprenderse por el espectáculo de recogimiento y devoción de esta iglesia abarrotada de chicos (…)Sin demasiados asistentes, la sola presencia virtual de su director era suficiente para tener tranquila a toda esta juventud (…).
Después de comer tuvo lugar un concierto variado con orquesta y a continuación un sinfín de juegos que hicieron las delicias de toda a aquella multitud llena de vida.
Después de las Vísperas, Monseñor Balma procedió al bautismo de un adulto (…) La bendición con el Santo Sacramento terminó la función religiosa. Después se pasó a la distribución de premios (…) en los intermedios la música aportaba una nota más alegre aún al acto (…) Quedaba todavía una obra de teatro (…) los jóvenes actores ejecutaron muy bien su papel ganando la simpatía y los aplausos de todos (…)”.

El artículo termina con algunas reflexiones por parte del periodista sobre Don Bosco:

“Así, mezclando lo útil y lo agradable con infinita sabiduría y amor paternal, el excelente y reverendo Don Bosco supo, en el espacio de un día, santificar y alegrar a una multitud de jóvenes que él quiere como a sus hijos y por los que él es amado como un padre”

Sin duda, el relato del periódico es elocuente. Quienes nos hemos educado en una casa salesiana recordamos muchos días como este. Don Bosco estaba convencido que la alegría, el juego, la música y el teatro mejoraban la vida de sus muchachos. Y así, concebía estas jornadas de fiesta en las que lo religioso y la distensión se mezclaban para proponer un ambiente positivo y lleno de vida. Días como éste quedaban fuertemente marcados en la memoria y el corazón de los jóvenes a los que aquel cura simpático quería “como un padre”.

Don Bosco, el músico, el prestidigitador, el saltimbanqui… expresaba todo su potencial creativo al servicio de la evangelización conociendo como nadie el corazón de los jóvenes. Para él era una oportunidad más de ayudar a madurar y a crecer a sus muchachos a los que enseñó que la santidad consiste… en estar siempre muy alegres.


Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 3 de octubre de 2008

Talleres para los pobres

Mis queridos amigos:

En pleno desarrollo y maduración de su obra en Valdocco, Don Bosco abre sus primeros talleres entre 1853 y 1856. Comenzará con talleres de zapatería, sastrería, encuadernación y, algo más tarde, también pondrá en marcha el de carpintería.

Hasta ahora, sus muchachos aprendices habían frecuentado diferentes talleres en la ciudad en los que Don Bosco los colocaba al cuidado de algún patrón que los iniciaba en el oficio. Pero las constantes dificultades económicas de la casa y las necesidades de los propios muchachos hicieron pensar creativamente a Don Bosco que la “producción propia” ayudaría a aliviar la maltrecha economía del Oratorio al tiempo que suministraba ropa y materiales para los propios chicos.
Si a esto le añadimos una segunda preocupación de Don Bosco, esto es, la de sacar a los jóvenes del ambiente malsano de los talleres de la ciudad, la ocasión parecía una buena oportunidad para orientar en una nueva dirección el proyecto de Valdocco.

Así, la estructura de los talleres reproducirá la de los talleres de la ciudad: el patrón, los trabajadores y los aprendices trabajan juntos. Todavía estamos lejos, pues, de una auténtica escuela profesional.

Se trata, pues, también de producir. Don Bosco habrá de ingeniárselas de nuevo para dar a conocer sus talleres y, como no podíamos esperar menos, a sus distinguidos clientes les hará un precio especial… cobrándoles más y tratándoles como a benefactores que contribuyen a la noble causa del Oratorio de San Francisco de Sales. He aquí un testimonio de una nota de prensa publicada en el periódico Armonía que, si bien no está firmada por Don Bosco, es fácil imaginar quien es su inspirador:

Apertura de un taller para los pobres. Con la finalidad de dar trabajo a algunos pobres muchachos acogidos en el oratorio masculino de San Francisco de Sales en Valdocco, bajo la dirección del benemérito sacerdote don Giovanni Bosco, se ha abierto un taller de encuadernación. Las personas que les suministren libros u otros objetos a confeccionar, además de módicos precios, contribuirán al sostenimiento de una obra de beneficencia pública. Nosotros recomendamos calurosamente este proyecto, sabiendo que dieciocho niños que han quedado huérfanos por la reciente epidemia de cólera han sido acogidos allí y que muchos otros lo serán también dentro de poco”.

Don Bosco mira adelante y con su habitual modo de hacer trata de asegurar el funcionamiento de su obra al mismo tiempo que la da a conocer suscitando simpatías y adhesiones. Pero su preocupación está centrada sobre todo en sus muchachos. Seguirá muy de cerca los talleres y los cuidará con mimo eligiendo con atención a los maestros de taller y redactando enseguida un reglamento que expresa muy bien sus expectativas ante la nueva obra: la profesionalidad, la honestidad, la responsabilidad, el respeto, la dimensión religiosa y las prácticas de piedad estaban presentes en la vida cotidiana de los muchachos.

Para Don Bosco, lo sabemos bien, no se trata solo de enseñar un oficio, sino de educar a aquellos jóvenes haciendo de ellos buenos cristianos y honrados ciudadanos. En la nueva etapa de la apertura de los talleres, toda su creatividad y su celo pastoral fueron puestos al servicio de su proyecto educativo-pastoral.

Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez