sábado, 22 de mayo de 2010

AUXILIO DE LOS CRISTIANOS

Mis queridos amigos:
El 30 de octubre de 1835, el joven Juan Bosco entraba en el Seminario para inicial su preparación al sacerdocio La tarde anterior, Mamá Margarita, llamó a su hijo y le dijo:
“Querido Juan (...) Cuando viniste al mundo te consagré a la Santísima Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la devoción a nuestra Madre; ahora te aconsejo ser todo suyo: ama a los compañeros devotos de María y, si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María”
El mismo Don Bosco recuerda con cariño las palabras de su madre en las Memorias del Oratorio. Juan, con lágrimas en los ojos, le respondió:
“Madre, le agradezco cuanto ha dicho y hecho por mí; sus palabras no han sido dichas en vano y las conservaré como un tesoro durante toda la vida”.
¡Y verdaderamente así fue! Don Bosco no sólo no olvidó nunca las palabras de su madre sino que las vivió de forma admirable en todo momento. María, la Madre de Jesús, estuvo siempre presente en su camino vocacional. En aquel sueño providencial, cuando tan solo era un chiquillo, la mujer que le habló lo cogió de la mano como madre y maestra y no lo apartó de su lado nunca más.
Mamá Margarita consagró al pequeño Juan a la Virgen y le recomendó la devoción a la Madre de Jesús. Don Bosco aprendió, en las rodillas de aquella campesina llena de sabiduría, a descubrir la presencia mediadora de Santa María en medio de la Iglesia, atendiendo los ruegos de los discípulos de su Hijo y recordándonos siempre: “Haced lo que El os diga”.
María, Inmaculada, Consolación y Auxilio de los cristianos fueron devociones que Don Bosco vivió intensamente descubriendo en estas advocaciones a la mujer que le pidió que fuera humilde, fuerte y robusto y le mostró el campo donde debía trabajar: los jóvenes más pobres y abandonados.
María Auxiliadora, en Valdocco, fue la mamá de la casa; se paseaba por los patios, tocaba los corazones de los muchachos, extendía su manto sobre ellos y era para todos el consuelo y la fortaleza en tantos momentos de dificultad.
Don Bosco supo inculcar en la vida de sus jóvenes una devoción recia y filial hacia la Madre de Jesús. ¡Cuántas veces pidió a su hijo que convirtiera el agua en vino en el Oratorio para que continuase habiendo fiesta! ¡Cuántas veces intercedió para que el Señor multiplicase los panes y los peces (y las castañas) en las pobres manos de nuestro padre! ¡Cuántas veces atendió las súplicas de los chavales arrodillados a los pies de su imagen!
Nos estamos preparando a la fiesta de María Auxiliadora. En estos días comenzamos su novena y nuestra casa viste sus mejores galas y se respira un aire de alegría por todas partes. En la casa de Don Bosco hemos aprendido a invocarla como Auxiliadora, dispensadora de todas las gracias de su Hijo, mediadora e intercesora ante Dios, Madre cercana y entrañable en toda ocasión.
En medio de los afanes de cada día, acerquémonos a María Auxiliadora y pongamos bajo su mirada nuestras dificultades y esperanzas. Ella, como ha hecho siempre, nos acogerá bajo su manto y nos susurrará al oído que no tengamos miedo porque su Hijo nos sostiene y nos da la vida en abundancia.
Vuestro amigo,
José Miguel Núñez