lunes, 4 de octubre de 2010

HAZTE QUERER

Para la familia salesiana, el mes de octubre es el mes de Don Rua. Y lo es todavía más este año, en el centenario de su muerte, preparando ya su fiesta el próximo día 29.
Y en octubre de 1863 sucedió un episodio decisivo en la vida del que, años más tarde, sería el primer sucesor de Don Bosco. Miguel Rua llegó a Mirabello el día 12, acompañado de su madre Juana María (la nueva mamá Margarita en la nueva fundación), a tomar posesión de su nuevo cargo como director de la casa. Mirabello era la primera presencia salesiana fuera de Turín. El nuevo director llevaba en la escuálida maleta una gran tarea: ser Don Bosco en el primer oratorio trasplantado fuera de la cuna de la Congregación. No es difícil imaginar los sentimientos que embargaban al joven sacerdote y la responsabilidad que sentía en su corazón ante esta nueva etapa de la naciente Sociedad Salesiana.
Pero con la sencillez de los que tienen su mirada puesta en Dios, Miguel acometió la empresa con confianza. Sabía que las cosas no iban a ser fáciles. La comunidad que Don Bosco enviaba para hacerse cargo de la misión era muy joven y más bien inexperta. Miguel, el director, era el único sacerdote. Completaban el grupo cinco clérigos y cuatro jóvenes que aún no eran salesianos. Tiempos de creatividad y magnanimidad, tiempos de audacia y confianza inusitada en Dios. Tiempos, dirían algunos, de temeridad. Pero tiempos, para Don Bosco y Don Rua, de impulso y novedad que abrían inmensas posibilidades a la reciente fundación.
Y así, después de muchas negociaciones con el ayuntamiento de la ciudad, con el beneplácito del obispo y con el apoyo de una familia benefactora de Don Bosco, se plantaba la semilla salesiana fuera de Turín en el recién estrenado otoño de 1863. El colegio no tardó en llenarse de chiquillos y enseguida tomó vida el nuevo proyecto a imagen y semejanza de Valdocco.
Don Bosco le envío a Miguel una larga carta de obediencia dándole algunos consejos de padre que, a buen seguro, Don Rua guardaría siempre en el corazón. De entre ellos, Don Bosco destacó uno: “Hazte querer antes que hacerte temer”. El padre conocía bien el carácter del hijo. Lo conocía desde pequeño y creció junto a él. De inteligencia poco común y con enormes capacidades, sin embargo su aparente severidad no pasaba desapercibida a Don Bosco. Pero sabía bien que Rua tenía madera de santo y que sería capaz de vencer su carácter transformándolo en amabilidad y simpatía. No se equivocó. Miguel fue el rostro de Don Bosco en Mirabello. Muy pronto se ganó el corazón de todos y cumplió a la perfección el mandato de su maestro: se hizo querer tanto que cuando Don Bosco - dos años más tarde - lo llamó de nuevo a Turín, nadie quería que se fuera.
El joven Rua cumplió extraordinariamente bien su cometido en Mirabello. Había tenido buena escuela. Crecido a la sombra de Don Bosco, aprendió de él a hacerse querer, a mostrar afecto desde la entrega y la generosidad hacia todos, a tener siempre a punto la palabra amable y el gesto oportuno que ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Podía estar tranquilo Don Bosco: aquel pequeño a quien partía a la mitad la mano bromeando había comenzado a compartir en serio las responsabilidades de la nueva Congregación llamada a extenderse muy pronto en los cinco continentes. Mirabello fue el primer banco de pruebas. Miguel Rua el primero que hizo de Don Bosco fuera de Valdocco. Todo un logro. Fue el primer paso de un largo camino en el que el joven Rua alargó hasta los confines del mundo cuando el manantial se convirtió en un ancho rio.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

NUEVOS FRENTES DE ACCION

El genio creativo de Don Bosco no se queda encerrado en Valdocco. Quedarán siempre vivas las intuiciones educativas y pastorales de los comienzos, pero su espíritu seguirá desarrollándose buscando con creatividad nuevos frentes de acción para seguir respondiendo a las necesidades de los jóvenes de su tiempo.
En efecto, la obra de Don Bosco avanza y evoluciona. Tras la fundación de la Congregación y la consolidación de las primeras casas fuera de Turín, el proyecto salesiano se abre a nuevos horizontes. A partir de 1870, la asunción de nuevos colegios en diferentes municipios de Italia posibilitará nuevas perspectivas a la acción educativa de la todavía incipiente Congregación.
Hay quien piensa que estos años suponen un punto de inflexión en el proyecto salesiano que comienza un proceso imparable de “colegización”. Quizás sorprenda saber que los colegios son adoptados con plena anuencia de Don Bosco que vislumbra nuevas posibilidades pastorales en el trabajo de los salesianos con adolescentes y jóvenes en el ámbito de la educación formal. Es consciente de la “emergencia educativa” en Italia y en Europa y se pone manos a la obra percibiendo en la escuela una plataforma idónea para sus objetivos.
Queda intacta la finalidad de la Congregación y Don Bosco no renuncia a trabajar con los jóvenes más pobres. Pero probablemente intuye que el compromiso con las escuelas cívicas queridas por los municipios italianos marcan una nueva época y suponen un servicio importante ante otras formas de “peligro” para los jóvenes en una sociedad industrial permanentemente en cambio.
Don Bosco mismo impulsa algunas de estas escuelas poniendo a su disposición muchos de los medios de los que disponía y a sus mejores hombres. Siempre a la vanguardia, el santo turinés tratará de traducir su sistema preventivo también en la acción educativa con las clases medias, convencido de la posibilidad de ayudar a los jóvenes a insertarse en la sociedad como honrados ciudadanos y buenos cristianos, con capacidad transformadora y el suficiente impulso creativo como para hacer surgir una nueva realidad social.
Siglo y medio más tarde, renovamos nuestro compromiso con la escuela porque creemos, con Don Bosco, en la identidad de una plataforma educativa y pastoral con capacidad de generar cambios en la sociedad del siglo XXI. La escuela salesiana, heredera de aquellas primeras escuelas cívicas del Piamonte del último cuarto de siglo del XIX asumidas por Don Bosco, están llamadas a ser una respuesta a la emergencia educativa traduciendo las grandes intuiciones del santo de los jóvenes desde la apuesta por la calidad y una convencida acción evangelizadora en las sociedades complejas y plurales, democráticas y libres del viejo continente.

martes, 21 de septiembre de 2010

AQUI ESTOY, EN MEDIO DE VOSOTROS

A inicios del año 1872 Don Bosco se recuperaba en la ciudad de Varazze de la penosa enfermedad que lo había tenido postrado por más de tres meses y alejado, pues, de su querido Oratorio de San Francisco de Sales. A pesar de haber estado a las puertas de la muerte, su pensamiento estaba siempre en Turín, su corazón, en medio de sus muchachos. En febrero escribía a Don Rua expresándole su deseo de estar pronto en casa:

“El jueves próximo, si Dios quiere, estaré en Turín. Siento una gran necesidad de llegar. Yo vivo aquí con el cuerpo, pero mi corazón, mis pensamientos y hasta mis palabras están siempre en el Oratorio, en medio de vosotros”.
Este es Don Bosco. Siempre “en medio de los jóvenes” aunque esté lejos por mil razones. Es verdad que a medida que la obra salesiana se extendía y asumía nuevos frentes de acción Don Bosco se veía obligado a estar cada vez más tiempo fuera de Turín. Sin embargo, siempre anhelaba volver, siempre un recuerdo afectuoso para todos, siempre el deseo de recuperar el pulso de la vida cotidiana en medio de las tareas de la casa madre.
Siempre que las ocupaciones se lo permitían, Don Bosco volvía al Oratorio. Y si estaba en casa, a lo largo de la jornada se empleaba a fondo para estar con sus salesianos y sus muchachos: confesaba, estaba en el patio, tenía una palabra para todos, daba las buenas noches, se hacía presente en el ejercicio mensual de la buena muerte (retiro), daba conferencias a los salesianos y a los jóvenes… ¡No paraba!
En unas buenas noches del 31 de marzo de 1876, según recoge Don Barberis en su crónica, Don Bosco insistió a sus muchachos:

“Tened esto en vuestra cabeza. Aunque os parezca que estoy ocupado, me siento siempre muy contento cuando venís a buscarme en la Iglesia o fuera de ella…”

Y es que Don Bosco, a pesar de los años, se sentía siempre feliz en medio de sus chicos. Especialmente intensa era su implicación en los momentos importantes de la vida de la casa: fiestas de la Virgen, tiempos litúrgicos fuertes, mes de mayo, los ejercicios espirituales… Su celo pastoral lo llevaba a pasar horas en el confesonario, a preparar sermones, a disponer los “recuerdos” de los ejercicios espirituales, a implicar a unos y otros para que todo resultase bien.
No me cabe duda de que Don Bosco sigue “aquí, en medio de nosotros”, en cada una de nuestras casas. Y que su experiencia en Valdocco sigue siendo para nosotros criterio carismático de fidelidad a los orígenes. Volver a Don Bosco es volver a los jóvenes. También físicamente: presentes en el patio, implicados en la vida de la casa, con la palabra y el gesto oportuno para el que se acerca, con la sonrisa acogedora y la mirada bondadosa para con todos.
“Cerca o lejos, siempre pienso en vosotros”, dirá Don Bosco en la Carta de Roma de 1884. Fue la expresión de toda su vida. Como acentuó Don Rua, su más inmediato colaborador y uno de sus primeros jóvenes en el Oratorio, “No dio paso, no pronunció una palabra, no se comprometió con ninguna empresa que no tuviera como objeto la salvación de los jóvenes… Lo único que realmente le interesó fueron las almas”.
Volvamos a Valdocco también nosotros. Como Don Bosco, siempre en medio de los jóvenes. Con la mente, con el corazón, con la palabra. Recuperemos nuestra patria.

domingo, 11 de julio de 2010

IL BOLLETTINO SALESIANO

De todos es conocida la habilidad de Don Bosco para encontrar soluciones reales a las situaciones que se le iban presentando a medida que su obra avanzaba. Con gran creatividad, nuestro Padre estuvo siempre a la altura de su tiempo y apostó por la vanguardia en muchos campos, también en lo que se refiere a los medios de comunicación.
En 1877, ante el volumen que iba adquiriendo el proyecto y la cantidad de cooperadores (bienhechores) que se iban agregando de una u otra forma a la obra salesiana, Don Bosco pensó sacar adelante una publicación destinada a perdurar en el tiempo. Se trata del Boletín Salesiano.
La primera vez que Don Bosco habla públicamente de su idea en torno al Boletín que entendía publicar fue el 7 de febrero de 1877 en el contexto de las Conferencias de San Francisco de Sales cuyos destinatarios eran cooperadores, bienhechores y amigos de su obra. Don Bosco anunció:

“Se ha establecido, a este propósito, estampar un Boletín que será como el periódico de la Congregación, porque son muchas las cosas que se deberán comunicar a los llamados Cooperadores. Será un Boletín periódico, como un lazo de unión entre Cooperadores y Salesianos”.

Meses más tarde Don Bosco contaba con comenzar la publicación concretamente en julio el mismo año. Pero diversas dificultades hicieron que se retrasara hasta agosto. En noviembre del mismo año, Don Bosco nombraba a Don Bonetti (en ese momento Director de la casa de Borgo S. Martino) primer director del Boletín Salesiano. El proyecto estaba en marcha. El Boletín se sostendría económicamente con las aportaciones voluntarias de sus lectores. Un milagro más que se haría palpable mucho tiempo después en todos los ámbitos en los que el propio Boletín se fue desarrollando.
El primer Capítulo General de la Congregación que se celebró en aquel 1877 se discutió del Boletín y en sus deliberaciones, leemos: “El Boletín Salesiano es un vínculo de unión entre los Cooperadores”. Y con estos mimbres y esta convicción se pone en marcha una de las publicaciones más exitosas de nuestra historia. El Boletín no se interrumpirá y pasará de nación en nación a medida que la Congregación se extendía. Vinculado siempre con el centro, el Boletín Salesiano tuvo desde sus inicios vocación universal. Hoy el Boletín Salesiano se publica en 56 ediciones distintas, 29 lenguas y se extiende en 135 países del mundo.
Una vez más Don Bosco nos enseña a ser audaces. Una vez más nuestro Padre da cauce a la creatividad impulsando un proyecto con vocación de perdurabilidad. Una vez, el Santo de los jóvenes se las ingenia para que su obra pueda seguir adelante y su familia se consolide. Por sus frutos los conocerás.

martes, 22 de junio de 2010

DON BOSCO ES EXCEPCIONAL

Queridos amigos:
Muchos de los biógrafos de Don Bosco recogen agradecidos en sus escritos el episodio de 1861 sucedido en Valdocco y referido a la constitución de una “comisión extraordinaria” para recoger y conservar la memoria del santo sacerdote y de los avatares de la obra salesiana.
Sus muchachos, los que han crecido junto a él y se han hecho hombres a su lado, están convencidos de que en Don Bosco hay mucho de sobrenatural. No quieren que se pierda la memoria de cuanto ha acontecido de extraordinario en la vida y en la obra del padre y deciden tomar nota y conservar por escrito todo lo que suceda en torno a la figura de Don Bosco.
Don Alasonatti, Don Rua, Juan Cagliero y otros salesianos se reúnen para establecer los criterios y acordar cómo proceder para transmitir fielmente los hechos. Durante años, se leerán muchos de estos testimonios en el Capítulo Superior para verificar entre todos la veracidad de lo narrado.
Es un acontecimiento sencillo pero de suma importancia. Sin duda, será clave para el futuro y la transmisión a las nuevas generaciones de cuanto aconteció y fue vivido en primera persona por testigos oculares. Pero la constitución de la comisión también es relevante porque expresa dos cosas: el afecto inmenso de sus muchachos por Don Bosco a quien conocían bien y a quien le debían todo; y porque es una señal inequívoca del convencimiento de que Don Bosco era extraordinario.
Sin duda, es el cariño hacia Don Bosco lo que motiva esta decisión. Pero no sólo. No sería justo pensar que es sólo el afecto de aquellos muchachos hacía quien consideraban santo lo que motiva escribir y conservar hechos que al fin y al cabo están desfigurados por la admiración con el objetivo de engrandecer su figura.
Como escribirá Don Lemoyne en las Memorias Biográficas:

“Podemos estar bien seguros de la verdad de cuanto nos dejaron tales testigos. En el curso de los años, entraron otros para continuar su trabajo con el mismo afecto a Don Bosco y a la verdad”

No hay razones serias para dudar de la veracidad de lo narrado. Posiblemente hay algunos elementos subrayados y acentos aquí y allá que son motivados más por el ambiente de veneración hacia la figura del santo sacerdote que por una lectura más objetiva de la realidad. Pero el conjunto de los testimonios reflejan el devenir de una época que para sus protagonistas resultó fascinante y en la que los signos de la Providencia eran familiares.
No cabe duda de que hay que agradecer el trabajo de aquella comisión y de los que participaron en ella años más tarde. Gracias a este servicio han llegado hasta nosotros infinidad de detalles de la intrahistoria salesiana que de otra manera se hubieran perdido irremediablemente.
Está claro que el registro de todo lo que Don Bosco decía y hacia tiene sus límites. Se percibe con frecuencia el deseo de verificar la virtud y la santidad de Don Bosco a costa de sacrificar otros aspectos más humanos del Fundador que quedan definitivamente velados u ocultos. Ningún hijo que admira y venera a su padre pone a la luz sus defectos y límites. Es un pecado de omisión pero justificable desde la óptica de la admiración y afecto que aquellos muchachos profesan al hombre, al sacerdote y al santo.
Estos límites no ofuscan, sin embargo, la percepción – en su conjunto – de que Don Bosco es un hombre excepcional en el que los dones de naturaleza y de gracia son manifiestos en el vivir cotidiano. Una santidad ordinaria que es percibida por cuantos lo rodean como un don sobrenatural que Dios concede a sus elegidos. Es lo excepcional en lo cotidiano lo que hace de Don Bosco un gigante de la santidad, porque en la debilidad y en el límite la fuerza de Dios aparece arrolladora y sobreabundante.
Aquellos primeros salesianos supieron percibir y transmitirnos con acierto la excepcionalidad de un pobre sacerdote fuertemente tocado por la gracia en el que Dios hizo grandes cosas. Ellos fueron testigos y lo que vieron y oyeron es lo que nos han transmitido. Aunque a veces les pudiera el cariño. Ni más ni menos. Gracias.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

sábado, 22 de mayo de 2010

AUXILIO DE LOS CRISTIANOS

Mis queridos amigos:
El 30 de octubre de 1835, el joven Juan Bosco entraba en el Seminario para inicial su preparación al sacerdocio La tarde anterior, Mamá Margarita, llamó a su hijo y le dijo:
“Querido Juan (...) Cuando viniste al mundo te consagré a la Santísima Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la devoción a nuestra Madre; ahora te aconsejo ser todo suyo: ama a los compañeros devotos de María y, si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María”
El mismo Don Bosco recuerda con cariño las palabras de su madre en las Memorias del Oratorio. Juan, con lágrimas en los ojos, le respondió:
“Madre, le agradezco cuanto ha dicho y hecho por mí; sus palabras no han sido dichas en vano y las conservaré como un tesoro durante toda la vida”.
¡Y verdaderamente así fue! Don Bosco no sólo no olvidó nunca las palabras de su madre sino que las vivió de forma admirable en todo momento. María, la Madre de Jesús, estuvo siempre presente en su camino vocacional. En aquel sueño providencial, cuando tan solo era un chiquillo, la mujer que le habló lo cogió de la mano como madre y maestra y no lo apartó de su lado nunca más.
Mamá Margarita consagró al pequeño Juan a la Virgen y le recomendó la devoción a la Madre de Jesús. Don Bosco aprendió, en las rodillas de aquella campesina llena de sabiduría, a descubrir la presencia mediadora de Santa María en medio de la Iglesia, atendiendo los ruegos de los discípulos de su Hijo y recordándonos siempre: “Haced lo que El os diga”.
María, Inmaculada, Consolación y Auxilio de los cristianos fueron devociones que Don Bosco vivió intensamente descubriendo en estas advocaciones a la mujer que le pidió que fuera humilde, fuerte y robusto y le mostró el campo donde debía trabajar: los jóvenes más pobres y abandonados.
María Auxiliadora, en Valdocco, fue la mamá de la casa; se paseaba por los patios, tocaba los corazones de los muchachos, extendía su manto sobre ellos y era para todos el consuelo y la fortaleza en tantos momentos de dificultad.
Don Bosco supo inculcar en la vida de sus jóvenes una devoción recia y filial hacia la Madre de Jesús. ¡Cuántas veces pidió a su hijo que convirtiera el agua en vino en el Oratorio para que continuase habiendo fiesta! ¡Cuántas veces intercedió para que el Señor multiplicase los panes y los peces (y las castañas) en las pobres manos de nuestro padre! ¡Cuántas veces atendió las súplicas de los chavales arrodillados a los pies de su imagen!
Nos estamos preparando a la fiesta de María Auxiliadora. En estos días comenzamos su novena y nuestra casa viste sus mejores galas y se respira un aire de alegría por todas partes. En la casa de Don Bosco hemos aprendido a invocarla como Auxiliadora, dispensadora de todas las gracias de su Hijo, mediadora e intercesora ante Dios, Madre cercana y entrañable en toda ocasión.
En medio de los afanes de cada día, acerquémonos a María Auxiliadora y pongamos bajo su mirada nuestras dificultades y esperanzas. Ella, como ha hecho siempre, nos acogerá bajo su manto y nos susurrará al oído que no tengamos miedo porque su Hijo nos sostiene y nos da la vida en abundancia.
Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

martes, 27 de abril de 2010

LOS SALESIANOS "EXTERNOS"

Queridos amigos:
Muchos pensarán que Don Bosco se adelantó a los tiempos en algunas de sus intuiciones y proyectos. Una de ella es, sin duda, la idea de corresponsabilidad laical en la animación y compromiso por los jóvenes pobres en sus obras. En efecto, Don Bosco quiso desde el primer momento rodearse de un vasto movimiento de personas para la salvación de la juventud. Sacerdotes, religiosos y seglares unidos en la causa del Reino a favor de de los pequeños, abandonados y en peligro.
Su idea iba mucho más allá de la simple colaboración económica en un ejercicio de caridad habitual en la sociedad católica y bien estante de su época. Se trataba, si, de ejercer la caridad con el próximo para – como dirá en más de una ocasión – “afanarse por todos los medios posibles y cooperar a la salvación de los jóvenes”.
Esta idea que le rondaba por la cabeza hacía mucho tiempo, Don Bosco intentó concretarla en varias ocasiones y por varios cauces. Se trataba de unir todas las fuerzas de bien, especialmente laicales, que pudieran a adherir a su proyecto y entregarse – aún en el mundo – a la juventud pobre, abandonada y en peligro.
La primera ocasión llegó en 1850, antes de la fundación de la propia Congregación, impulsando un grupo de seglares católicos para apoyar la obra de los Oratorios que se desarrollaba con fuerza en Turín. La iniciativa no cuajó y ele proyecto terminó por ser abandonado.
Un segundo intento vendría con la oportunidad que le ofrecía la aprobación de las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales. Don Bosco añade a la Regla un capítulo dedicado a los “salesianos externos”. En él se expresaba la idea de salesianos seglares que, viviendo en su familia y en con su trabajo, pudiesen comprometerse en el servicio a los jóvenes compartiendo el espíritu y la misión de la Sociedad salesiana.
Por increíble que parezca, esta era la idea más genuina de Don Bosco sobre los seglares asociados a su obra. Auténticos salesianos en el mundo en sintonía y en comunión con los salesianos consagrados y corresponsables – diríamos hoy – en la misión juvenil y popular.
Naturalmente, esta concepción se adelantaba al espíritu del Concilio Vaticano II. Lo que hoy podría ser considerado como un signo de los tiempos o una intuición de futuro, en aquel momento suscitó no poca hilaridad y un importante rechazo en la Congregación romana. El resultado fue la eliminación de dicho capítulo de las Reglas de los salesianos. La Congregación debía ser sólo y estrictamente una congregación religiosa con miembros todos ellos consagrados.
Importante revés para las intenciones del Fundador que, sin embargo, no cejo en su empeño de llevar adelante lo que consideraba una inspiración carismática para su obra en la Iglesia: e convocar a todas las fuerzas posibles para que, también desde la secularidad, se pudiera trabajar al servicio de los jóvenes pobres.
Años más tarde, aprobadas por fin en 1874 las Constituciones salesianas, pensó en dar forma ese mismo año a lo que él llamó la Unión de San Francisco de Sales. Es el esbozo de lo que algún tiempo más tarde sería la Pía Unión de cooperadores Salesianos (1876). En ella se convoca a los católicos que quieran:
- Hacerse bien a sí mismos ejerciendo la caridad con el prójimo, especialmente con los niños y jóvenes pobres.
- Participar en las obras de caridad que llevan adelante los salesianos.
- Atender a los niños pobres, recogerlos de la calle en las propias casas y librarles de los peligros.

Muchos no lo entendieron, entre ellos los mismos salesianos. Pero Don Bosco estaba convencido de que era una inspiración del Espíritu y de que sería una institución de gran valor para la propia Sociedad Salesiana y para la Iglesia.
Don Bosco, una vez más, se adelantó a su tiempo. En su corazón y en su mente estaban los salesianos externos, seglares que – en el mundo – adherían al proyecto evangelizador de la Congregación Salesiana compartiendo espíritu y misión. Todavía faltaba casi un siglo para que el Concilio Vaticano II recuperase un modelo eclesial en el que el compromiso de todos los bautizados fuese parte esencial e integrante de la misión de una Iglesia de comunión en la que ministerios y carismas surgen al servicio del pueblo de Dios.
Todavía faltaban también ciento veinticinco años para que la propia Sociedad Salesiana adquiriera mayor conciencia de la corresponsabilidad entre salesianos y seglares que comparten el carisma y la misión de San Juan Bosco.
Los salesianos externos fueron – sin duda – una intuición genial.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 18 de abril de 2010

¡TE ESPERAMOS!

Queridos amigos:
Don Bosco realizó en los últimos años de su vida un viaje a España con la finalidad de seguir recabando fondos para financiar sus obras y, especialmente, la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. Además, había expresado en varias ocasiones su deseo de visitar a sus “amigos de España”. Los salesianos estaban ya en la ciudad condal desde 1884 gracias a la caridad y a la generosidad de personas admiradoras de la obra de Don Bosco. Invitado por insignes benefactores, entre ellos Doña Dorotea de Chopitea, viajó a Barcelona y permaneció en la ciudad entre el 8 de abril y el seis de mayo de 1886.
Fue un viaje difícil, largo y penoso. Acompañaron al Santo su secretario Don Viglettti y el propio don Rua, por aquel entonces Vicario del Rector Mayor. Ambos fueron testigos de la espléndida acogida que le dispensó la ciudad y del afecto de todos los barceloneses que no dejaron de visitarle y de reclamar por todas partes por donde pasaba su bendición. Acompañaba a Don Bosco una aureola de santidad y muchos querían encontrar al hombre de Dios para pedir su intercesión en alguna gracia.
La salud del anciano sacerdote era muy precaria. Ya durante el trayecto, ante la debilidad física que manifestaba y los problemas que se fueron sucediendo se pensó en suspender el viaje y volver a Turín. Pero ante la insistencia de Don Bosco, deseoso de encontrar a sus amigos españoles, dispusieron todo para poder seguir adelante con el programa establecido, aunque con las mayores precauciones y cuidados posibles. El secretario Vigletti, el 4 de abril escribe a Lemoyne en Turín:

- “Papá tiene mucho ánimo a pesar de su debilidad física”

El recibimiento fue espléndido y las atenciones afectuosas y delicadas. La sociedad barcelonesa sabía de la llegada del santo sacerdote y le dispensó una calurosa bienvenida. Se hicieron eco los periódicos de la ciudad y durante días Don Bosco atendió a todos, recibió a todos y bendijo a todos los que se acercaban hasta él para escuchar una palabra de aliento, un consejo espiritual o simplemente tocar su sotana.
Pero un hecho extraordinario marcará de manera especial estos primeros días de estancia en Barcelona. Entre los días 9 y 10 de abril, Don Bosco soñó. Lo contó emocionado a Don Rua, a su secretario Viglietti y a Don Branda, Director de Sarriá. Se trataba de un sueño “misionero”. Don Bosco vio miles de jóvenes que le gritaban: “¡Te esperamos!”. Y apareció también un grupo de muchachos conducidos por una pastorcita que le indicó países y lugares desconocidos. Ésta trazó una línea desde Santiago de Chile a Pequín a través de África. La pastorcita le dijo:

- Ahora te haces una idea exacta de lo que deben hacer tus salesianos.
- Pero ¿cómo podremos hacer? Las distancias son inmensas, los sitios de difícil acceso y no somos todavía suficientes.

La pastorcita indicó todavía puntos en India o en China, donde habría nuevos noviciados. Todos estaban emocionados al escuchar todo esto convencidos de que se trataba de un signo del cielo, como había sucedido en tantas otras ocasiones.
Al terminar el relato, Don Bosco exclamó:

- ¡Oh, cómo nos quiere María!

Don Viglietti registró todo con sumo cuidado en su cuaderno de crónicas del viaje. Don Rua no olvidaría nunca aquel sueño convencido de que todo se cumpliría algún día. No podía saber entonces que sería él mismo, siendo Rector Mayor, quien enviaría a los hijos de Don Bosco a África y a Asia siendo testigo de la extraordinaria expansión de la Congregación. El primer sucesor de Don Bosco confió siempre en el cumplimiento de aquella premonición.
“Cómo nos quiere María”, había exclamado Don Bosco. Era, una vez más, la expresión convencida de que María Auxiliadora acompañaba e intercedía siempre por la Congregación. Estas revelaciones le acompañaron toda la vida y Don Bosco entendió que podía ir adelante porque la bendición de Dios y la mediación materna de la Virgen nunca faltarían.
Así lo transmitió a sus hijos y así lo han vivido generaciones y generaciones de salesianos que han corroborado una y mil veces que la confianza en María Auxiliadora genera siempre milagros.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 9 de abril de 2010

CON EL PAPA

Queridos amigos:
Todos sabemos del amor incondicional de Don Bosco hacia el Sucesor de Pedro. Durante toda su vida alimentó un afecto filial hacia el papa de Roma y así lo quiso transmitir también a sus muchachos y posteriormente a sus salesianos. Reconocía una y otra vez ante sus hijos que cualquier fatiga sería siempre poca con tal de servir a la Iglesia.
No eran tiempos fáciles para el papado ni para la Iglesia en general que sufría los envites del movimiento liberal marcado por un fortísimo anticlericalismo. En 1860 se produjeron importantes tensiones entre la Iglesia y el movimiento de la nueva Italia que se estaba forjando poco a poco. Los estados pontificios estaban seriamente amenazados y los territorios que circundaban Roma estudiaban anexionarse al Piamonte.
Pio IX, ante las amenazas, reaccionó violentamente y excomulgó a los impulsores de tal expolio. La tensión con la sede de Pedro era cada vez mayor y defender la causa de Pio IX no resultaba fácil en ninguna parte. En Turín, los defensores del Pontífice se veían amenazados y en no pocos casos vigilados y vejados. En el Oratorio de Valdocco, en aquel verano de 1860 se sufrieron varios registros bajo la acusación de propaganda a favor de la causa del Papa y en contra de los liberales que era como querer frenar la libertad y el progreso.
Es de imaginar la indignación de Don Bosco por los acontecimientos que se estaban viviendo. No solo por el asedio al Oratorio sino, sobre todo, por la amenaza contra la Iglesia católica en la persona de su cabeza, el Obispo de Roma y primado de la Iglesia universal. En este contexto se sitúa el gesto entrañable de la colecta de los chicos del Oratorio para apoyar simbólicamente al Papa y mostrar su adhesión al Vicario de Cristo.
Una curiosa carta de Don Bosco a Miguel Rua se entiende mejor en esta perspectiva de asechanza contra la Iglesia católica y la tensión que el mismo Don Bosco debía estar viviendo a causa de estos acontecimientos. El joven Rua se preparaba inmediatamente a su ordenación sacerdotal. Desde el lugar donde estaba haciendo sus ejercicios espirituales escribe a Don Bosco pidiéndole algunos consejos. Don Rua le escribe en francés y Don Bosco le responde en latín:

“Al queridísimo hijo Miguel Rua al que saludo en el Señor:
Me has enviado una carta escrita en francés y has hecho bien. Sé francés sólo en la lengua y en el hablar, pero de ánimo, de corazón y de obras sé intrépida y generosamente romano”.

Le siguen a estas observaciones algunos consejos en vistas a la ordenación. Curiosa anotación de nuestro padre preocupado, sin duda, por el momento difícil que atraviesa el papado que para él es la causa de la catolicidad.
Don Rua no olvidaría esta recomendación. Será, él también como hijo de Don Bosco, ardiente defensor de la Iglesia representada en el Romano Pontífice. A pesar de los graves problemas que debió afrontar muchos años más tarde - siendo ya Rector Mayor - con la Santa Sede, su docilidad y fidelidad a la Santa Iglesia Romana permanecieron siempre inalterables. Romano de ánimo y de corazón.

Tal fue el amor que Don Bosco, con el lenguaje y la teología de su tiempo, supo inculcar a sus hijos en los que se refiere al Papa y a la defensa de la Iglesia católica. La futura congregación salesiana nacería bajo el signo de la fidelidad a la verdadera Iglesia de Jesucristo y al Sucesor de Pedro.

domingo, 28 de marzo de 2010

ERA EL DIA DE PASCUA

Mis queridos amigos:
Hace tan solo unas semanas me encontraba en Valdocco y tuve la oportunidad de disponer de una mañana entera para estar tranquilo, reflexionar y rezar en la capilla Pinardi. No pude evitar sentir, como tantas otras veces cuando vuelves a casa después de un largo tiempo, una emoción sin límites al recordar nuestra historia, nuestros orígenes y, sobre todo, a nuestro padre.
Todo comenzó en un cobertizo. Hoy, la capilla Pinardi recuerda con un estupendo fresco del Resucitado en el frontal de la pequeña iglesia que aquel domingo de abril, cuando Don Bosco y sus muchachos llegaron a aquel lugar, era Pascua. Él mismo lo recuerda en las Memorias del Oratorio:
“Reuní a los chicos a mi alrededor y me puse a gritar con voz potente: ‘Ánimo, hijos míos, ya tenemos un Oratorio más estable que en el pasado; tendremos iglesia, sacristía, locales para clases y terreno para jugar. El domingo iremos al nuevo Oratorio que se encuentra allá en casa Pinardi’, y les señalaba el lugar (…) Al domingo siguiente, solemnidad de Pascua, 12 de abril, trasladamos todos los enseres de la iglesia y los juegos, para tomar posesión del nuevo local”.
Don Bosco recordó bien aquella fecha. Era Pascua de Resurrección. Como si de un nuevo renacer se tratase, como si Cristo Resucitado, liberado de los lazos de la muerte, abriese de nuevo en dos el mar para que Don Bosco y sus muchachos, atravesando hacia la otra orilla, llegasen la tierra prometida: Valdocco era el cumplimiento del sueño, el lugar señalado por Dios para llevar adelante su obra liberadora a favor de los jóvenes más abandonados y en peligro.
Y lo cierto es que la espiritualidad salesiana, nacida al hilo de la vida en aquellos años de acción significativa del Espíritu, es profundamente pascual. Es una espiritualidad de la vida nueva, de la alegría y de la fiesta, de la confianza en el Padre, de la oportunidad – siempre actual – de recomenzar para aquellos muchachos que han perdido expectativas en el margen de la historia.
Es una espiritualidad muy pegada a la realidad pero profunda y con hondas raíces. Sencilla en sus formas pero con la frescura de quien bebe cada día en las fuentes más auténticas del encuentro con el Resucitado en la Eucaristía, en la Palabra, en la entrega a los que más lo necesitan.
Así educó Don Bosco a sus muchachos. Así seguimos viviendo todos los que hemos respirado el aire del carisma salesiano. Lo recordaba hace unos días ante el imponente Cristo Resucitado que preside el templo a Don Bosco en I Becchi. Justo sobre el lugar donde Don Bosco nació, la imagen del Resucitado nos recuerda que Dios envió a un hombre, cuyo nombre era Juan, e hizo de él buena noticia liberadora para los jóvenes de todos los tiempos y de su historia, historia salvadora.
Como una nueva creación, la obra salesiana es el cumplimiento de la promesa de Dios. Su Hijo nos ha invitado al banquete del Reino y ha hecho de nosotros personas nuevas.
Hoy, los salesianos y los que compartimos corresponsablemente el espíritu y la misión de San Juan Bosco, como testigos del Resucitado estamos comprometidos a acompañar a los jóvenes hacia une tierra nueva que mana leche y miel.
Cuando dentro de unos días celebremos la Pascua, no nos olvidemos que hay caminos nuevos por los que caminar, junto a los jóvenes, hacia la estatura de Jesucristo, el Señor de la Vida.
Buena semana. Buena Pascua del Señor.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 21 de marzo de 2010

DOMINGO DE RAMOS EN TURIN

Mis queridos amigos:
El Domingo de Ramos de 1846 fue 5 de abril. En aquellos días Don Bosco andaba preocupado por dar una sede estable a su incipiente Oratorio. El tiempo se agotaba sin encontrar una solución después de los últimos intentos fallidos. El alquiler del prado Filippi no resulto. Tuvieron que abandonar el lugar semanas más tarde porque el dueño les había dado un ultimatum ante los destrozos de cada domingo. Los habían echado de todas partes y cerrado las puertas de donde había llamado con la esperanza de una respuesta positiva.
La dificultad, la incertidumbre y la soledad de aquellos momentos las narra él mismo con mucha crudeza en las Memorias de Oratorio:


“Al contemplar aquella multitud de niños y jóvenes, yo pensaba en la rica mies que esperaba a mi sacerdocio y sentía mi corazón estallar de dolor. Estaba solo, sin ninguna ayuda, casi sin fuerzas y con la salud debilitada, y ya no sabía donde reunir a mis pobres muchachos. Para esconder mi dolor, vagaba por sitios solitarios. Recuerdo que se me llenaron los ojos de lágrimas... Entonces, levantándolos hacia el cielo, supliqué: “¡Oh Dios mío! Indícame un lugar en el que pueda reunirme el domingo con mis chicos o dime que he de hacer…”.

Estas palabras fueron escritas mucho más tarde, pero revelan el sufrimiento de unos momentos duros que quedaron marcados en su mente y en su corazón aquel domingo de pasión.
Solo, sin ayuda, casi sin fuerzas… Una situación extrema que Don Bosco vivió intensamente hasta el punto de experimentar un gran dolor en el corazón. Sentía, quizás, que todos los esfuerzos habían sido en vano y que la débil obra apenas comenzada podría terminar en breve sin que hubiera podido hacer nada para evitarlo.
Sabía que sólo podía levantar los ojos al cielo: “Dime, Dios mío, que tengo que hacer…”.
No hubo ningún ángel. Solo un hombre llamado Pancracio Soave que, en nombre del Señor Pinardi le hizo una oferta inesperada:

- “He oído que el señor cura anda buscando un lugar para un laboratorio… Conozco uno. El cobertizo de un amigo mío que se llama Pinardi. Se lo alquila por 300 liras al año, con contrato…

Finalmente un techo. Un cobertizo, unas paredes en mal estado, un terreno… las primeras raíces. Casi cinco años tardaría Don Bosco en comprar la casa Pinardi y los terrenos adyacentes, pero la semilla estaba plantada. Dios escuchó. Y Don Bosco comenzó a sentir más firme el suelo bajo sus pies.
Fue su particular domingo de pasión en aquel lejano 1846. Pero Don Bosco aprendía a confiar cada vez más en la Providencia en cada experiencia de provisionalidad, de abandono, de dificultad, de soledad. Dios abría siempre el camino e indicaba una senda nueva.
Con razón, aquel Domingo de Ramos, después de tantas incertidumbres, pudo decir a sus muchachos sonriente y entusiasmado: “¡El domingo que viene tendremos nuestro propio lugar para el Oratorio!". El 12 de abril de 1846, Don Bosco tomó posesión del cobertizo Pinardi. Su nueva casa. Nuestra Porciúncula. Aquel día fue el inicio de una nueva andadura. Era Pascua de Resurrección.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 14 de marzo de 2010

SERÁ LA IGLESIA MADRE...

Mis queridos amigos:
De Todos es sabido el amor de Don Bosco por la Madre del Señor invocada como Consolación, Inmaculada y – sobre todo - auxilio de los cristianos. Así lo vivió desde muy pequeño en I Becchi y así lo transmitió a sus muchachos en el Oratorio cuando María era sentida como de casa, la madre de todos los días que nunca abandona a sus hijos.
En plena madurez de su obra a favor de los jóvenes pobres, pocos años después de los primeros pasos de la Congregación Salesiana, el santo de Turín concibe el proyecto de construir una gran Iglesia dedicada a María Auxiliadora. Será, dirá a sus muchachos, la Iglesia Madre de la Congregación.
Pero ¿de dónde sacará los recursos? Como reconoce una noche de 1862 a uno de sus muchachos, Pablo Albera, “No tengo un centavo, no sé de dónde sacaré el dinero, pero eso no importa. Si Dios lo quiere se hará”.
Una vez más el sueño y la confianza. Una vez más la tenacidad ante proyectos que parecen inalcanzables para quien tiene entusiasmo y buen ánimo pero los bolsillos vacíos. Y sin embargo, el soñador está cierto de que la empresa se llevará a cabo porque “el Señor lo quiere”. Como si de un pacto con la eternidad se tratase, Don Bosco ejecuta sus “negocios” al dictado de un proyecto que parece rozar lo sobrenatural. En aquel mismo año de 1862, Juan Cagliero – otro de sus chicos del Oratorio - , confiesa que Don Bosco le habló de su proyecto. Su testimonio quedó recogido en las Memorias Biográficas:

En 1862 me dijo Don Bosco que pensaba construir una iglesia grandiosa y digna de la Virgen Santísima.
- Hasta ahora, dijo, hemos celebrado solemnemente la fiesta de la Inmaculada. Pero la Virgen quiere que la honremos con el título de María Auxiliadora: corren tiempos muy tristes y necesitamos que la Virgen Santísima nos ayude a conservar y defender la fe cristiana. ¿Y sabes por qué?
- Creo – respondí – que será la “iglesia madre” de nuestra futura Congregación, y el centro de dónde saldrán todas nuestras obras a favor de la juventud.
- Lo has adivinado, me dijo: María Santísima es la fundadora y será la gran sostenedora de nuestras obras”.

Y así fue. En 1863 comenzaron las obras y en 1868 se consagraba la nueva Basílica dedicada a María Auxiliadora. Como Don Bosco dijo en muchas ocasiones, la Virgen pensó a que llegara el dinero necesario. Naturalmente no sin grandes esfuerzos por parte del propio Don Bosco.
Milagro o no, lo cierto es que la audacia en el emprender grandes proyectos y la certeza de la ayuda divina, impulsaban el trabajo de nuestro padre que no se ahorró – sin embargo - fatigas y sacrificios para salir al encuentro de la Providencia.
“No tengo un centavo…”. ¿Cuántas veces se repetiría esta escena? Es el destino del pobre que todo lo espera y que ha decidido fiarse de quien en sueños susurra caminos nuevos por los que caminar con audacia y una pizca de temeridad.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

domingo, 7 de marzo de 2010

ALZAD LOS OJOS Y MIRAD HACIA LO ALTO

Mis queridos amigos:
Don Bosco escribió en 1847 un manual de oración para sus muchachos del Oratorio. Lo tituló “El joven instruido” y fue una referencia constante en la vida de Valdocco y de la futura Congregación Salesiana durante generaciones. No era tan sólo un manual, sino que además contenía una propuesta espiritual donde nuestro padre expresó su manera de entender la vida cristiana de los jóvenes.
En el prólogo, Don Bosco escribió:

“Queridos jóvenes, os amo de todo corazón y me basta que seáis jóvenes para que os quiera mucho (…) Alzad los ojos, hijos míos y mirad hacia lo alto…”.

Se trata, ni más ni menos, que de una propuesta de santidad juvenil. Un camino de espiritualidad muy en conexión con la vida de los muchachos, muy de todos los días, muy cercano a la realidad cotidiana. Don Bosco no pedía grandes “prácticas de piedad” a los chicos del Oratorio, pero les enseñaba siempre a hacer de lo ordinario algo “extraordinario”: era una propuesta que invitaba a levantar la mirada para fijar los ojos en Dios.
“Levantar la mirada hacia lo alto” es caer en la cuenta de que la presencia de Dios impregna la vida de cada día dándole un sentido nuevo y diferente. Es alzar los ojos de la tierra, del metro cuadrado que a veces tanto nos agobia, de aquello que no nos deja vivir tranquilos y nos roba la paz del corazón, de lo que nos desasosiega o no nos deja ser verdaderamente libres. Es, sobre todo, experimentar la cercanía de Dios que nos quiere y nos señala siempre un horizonte más pleno que alcanzar.
Para Don Bosco, la espiritualidad es la experiencia cotidiana y sencilla de la cercanía de Dios, de su bondad misericordiosa, de su preocupación por nosotros.
¿No fue eso lo que le enseñó Mamá Margarita en I Becchi? Cuando se sentaban a la puerta de la casa en las noches de verano, siendo Juan tan solo un niño, le invitaba a mirar a lo alto, a fijar la mirada en el cielo para ayudarle a comprender que Dios es un padre bueno que en su infinita bondad encendía las estrellas cada noche para nosotros.
Aquel humilde campesino creció convencido de que “un pedazo de paraíso lo arregla todo”. Siempre había una estrella que contemplar, un cielo que admirar, un agradecimiento que musitar en el silencio de la noche porque Dios se preocupaba siempre por sus muchachos y nunca los abandonaba. Estaba seguro de que, por muy fuerte que soplaran los vientos, la confianza inquebrantable en Dios iluminaba siempre, de forma nueva, la realidad.
Fue precisamente este “amor providente” de Dios que tantas veces experimento en su vida, el que Don Bosco quiso transmitir a sus muchachos. En “El joven instruido”, en su espiritualidad, la primacía la tiene siempre Dios y su amor de Padre.
Apuntemos siempre a lo importante. En nuestra propia experiencia creyente, en nuestra propuesta de crecimiento en la fe para nuestros jóvenes, no perdamos nunca de vista dónde está lo esencial: la espiritualidad juvenil salesiana es un camino sencillo hacia la santidad en el que aprendemos, desde la vida diaria, a mirar siempre hacia lo alto, a levantar los ojos hacia Dios. Y siempre habrá un cielo por el que agradecer, cada noche, tanta providencia.

Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

miércoles, 3 de marzo de 2010

LA EPIDEMIA DE CÓLERA

En julio de 1854 la ciudad de Turín se disponía a hacer frente a una epidemia de cólera que amenazaba con hacer grandes estragos, sobre todo entre la población más débil y desprotegida. Desde las administraciones públicas se daban instrucciones para la prevención de manera que se pudiera hacer frente a la enfermedad en las mejores condiciones higiénicas y sanitarias posible.
Inevitablemente, a finales de julio, la epidemia empezó a golpear en los barrios más pobres extendiéndose con facilidad a toda la ciudad.
Don Bosco tenía albergados en casa a casi un centenar de muchachos e hizo todo lo que estuvo en su mano para que el Oratorio conservara condiciones higiénicas y los muchachos pudieran estar preservados ante la mortal enfermedad.
Pero enseguida se dio cuenta de que no era suficiente. No podía permanecer encerrado en su casa asegurando el cuidado de sus chicos mientras allá fuera la gente se moría y sufría lo indecible. Una vez más, la casa del pobre se hace cauce de solidaridad y Don Bosco decide proponer a sus muchachos unirse al movimiento de voluntarios que se está organizando por toda la ciudad. Un día, dijo a sus muchachos:

¿Quién quiere venir a ayudar a los enfermos de cólera?

Después de la sorpresa inicial, un grupo de aquellos chavales de la calle decidieron dar el paso adelante confiando en la palabra de Don Bosco: a nadie atacará el mal con tal de que nos confiemos a la Virgen y tratemos de vivir en la gracia de Dios. Y sin más seguridad que unas cuantas normas higiénicas y una gran fe en Dios, se pusieron en marcha con una generosidad increíble.
Solidaridad real, la de los muchachos de Don Bosco. No especularon. Sólo se fiaron del padre y, con él, pusieron su confianza en Dios y en la mediación materna de la Madre del Señor. No sabemos cuántos fueron ni sus nombres. Pero entre ellos estuvieron Miguel Rua, Juan Cagliero y Luis Anfossi, todos adolescentes entre los catorce y los diecisiete. Los tres, formarán parte, años más tarde del grupo que – con Don Bosco – fundará la Congregación Salesiana.
Ninguno de ellos, nadie en el Oratorio, fue golpeado por la enfermedad. Nadie se contagió. Se cumplió la promesa de Don Bosco. El trabajo de los chicos fue extraordinario. El periódico L’Armonia, dedicó una pequeña crónica a los jóvenes del Oratorio en su edición del 16 de septiembre:

“Animados por el espíritu de su padre más que superior, Don Bosco, se acercan con valentía a los enfermos de cólera, inspirándoles ánimo y confianza, no sólo con palabras sino con los hechos; cogiéndoles las manos, haciéndoles fricciones, sin hacer ver horror o miedo. Es más, entrando en la casa de un enfermo de cólera se dirigen a las personas aterrorizadas, invitándoles a retirarse si tienen miedo, mientras que ellos se ocupan de todo lo necesario”.

Todos en la ciudad admiraron su valor y su entrega generosa. Y es que en la escuela de Don Bosco se aprende a hacer de la solidaridad un estilo de vida, de la fe la razón de la entrega y de la confianza en la Providencia un impulso apostólico y audaz. De tal palo, tal astilla.

miércoles, 24 de febrero de 2010

COMETE ESTA MANZANA Y PIÉNSALO UN POCO

Mis queridos amigos:
Coincidiréis conmigo en que, a veces los recuerdos más sencillos que guardamos en nuestra mente son los más elocuentes y expresivos. Los pequeños sucesos aparentemente sin importancia le dan la viveza necesaria y el colorido más hermoso a la realidad que atesora nuestra memoria.
Eso sucede también con nuestra historia salesiana. Los recuerdos más simples de aquellos primeros años del inicio del Oratorio nos sitúan ante la frescura de un manantial naciente que nos regala el agua cristalina y fresca de un torrente en crecida.
Juan Bautista Francesia, uno de los primeros muchachos que se quedan con Don Bosco en Valdocco, nos ha transmitido el recuerdo de pequeños sucesos que acaecían en un perdido rincón del Piamonte italiano. No tienen la portada de los grandes acontecimientos transformadores que suceden contemporáneamente en el país, pero si tienen la hondura de una pequeña historia salvadora para centenares de muchachos que se arremolinan en las fábricas, en los arrabales de la ciudad, en las calles y en las plazas buscando instintivamente sobrevivir. Carne de cañón.
Escribe Francesia que la cocina de Mamá Margarita se convertía, en el otoño lluvioso y en el largo invierno, en un espacio familiar y refugio caliente para todos los muchachos que se acercaban al fuego buscando un poco de calor y también de afecto. En el hogar y en la más absoluta pobreza se entretejen páginas hermosas de lo que podríamos llamar, sin exagerar, la cuna de la obra salesiana.
Un muchacho, torturado por las bromas pesadas de sus compañeros, encuentra refugio junto a mamá Margarita que le regala un racimo de uvas y bromea con él hasta arrancarle una sonrisa.
El chaval que ha hecho de un libro una pelota y juega con él hasta destrozarlo. Mamá Margarita, dándose cuenta, le llama la atención reprendiéndolo enérgicamente. Al momento, viéndolo mortificado, piensa: “tras la herida, hace falta el aceite”, y le da con cariño una manzana.
Un muchacho que tiene hambre y se cuela en la cocina entreteniéndola para aprovechar su descuido y robar un pedazo de queso. Mamá Margarita, lavando las verduras, se da cuenta y le recrimina: “¡Bien! La conciencia es como las cosquillas, hay quien las siente y quien no las siente”. Y le da un buen tirón de orejas acompañado de una sonrisa.
Sentando un día junto a ella a un muchacho que andaba por mal camino, le dijo con la bondad y la energía de una madre: “Debo decirte algo importante. ¿No te das cuenta de que has cambiado? Yo sé lo que te pasa. Te descuidas en tus responsabilidades y has dejado de rezar. Eres el último en ir a la Iglesia y vas con mala gana. Si Dios no te ayuda ¿Qué pretendes hacer en la vida? Cómete esta manzana y piénsalo un poco”.
Para los chicos que se portaban bien, tenía también su palabra al oído: “Bien, les decía. Don Bosco y el Señor están contentos de ti. Sigue así”.
Razón, religión y cariño. Los tres pilares en los que se fundamenta el sistema preventivo. Valdocco fue un taller para experimentar – en vivo y en directo – el método educativo de nuestro padre. Don Bosco lo aprendió de Margarita. Y bien podríamos decir que el proyecto salesiano tiene mucho de la mirada bondadosa y tierna de la madre. Esta es nuestra memoria, nuestra historia. El manantial donde volver siempre a beber el agua fresca del espíritu salesiano. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez

miércoles, 17 de febrero de 2010

UN ESTRECHO SUEÑO

Su nombre era Wentinam “¿Quién me ama?”. Esto quería decir su nombre en su lengua materna: Wentinam “¿Quién me ama?” ¿Quién te ama? ¡Dios te ama! ¡Nosotros te hemos querido! Y aquí estamos contigo, rogando al Señor por ti, rogando al Señor por nosotros, para que tu vida y tu historia no sólo queden en nuestra memoria, sino que queden en nuestro corazón, allí donde los sentimientos son más puros, más auténticos, más de Dios. Y te recordaremos siempre porque fuiste de los nuestros, de nuestra casa, de nuestra familia, de los hijos de Don Bosco, nuestro hijo, y nuestro hermano, y nuestro amigo.
Ya no tienes más estrechos que cruzar, ni más desiertos que atravesar, ni más sueños que perseguir. Ya no hay más montes en los que ocultarte ni más vallas que saltar. Hiciste tu última travesía. Esta si te condujo a la tierra prometida, la que soñaste, la que anhelaste, la que viniste buscando en esta orilla al dejar atrás un futuro incierto. Diste un salto hacia delante y mira, Dios te escuchó. Pedías un milagro y el milagro se cumplió: ya no hay más sombras en tu vida, ni más sed, ni más dolor. Sólo te queda el amor.
Viniste y te abrimos nuestra puerta. Compartimos el techo y la mesa, la vida y los sueños. Hicimos solo lo que teníamos que hacer: acoger y compartir. ¿No es ese el Evangelio de Jesús? El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge a mí... No se puede especular con el Evangelio, no se puede especular con las vidas de las personas, no se puede especular con la intensidad con la que se abraza a un hombre, a un ser humano cuando éste clama, sangrando por la boca, una oportunidad y una mano que le sostenga.
Fuiste hombre de fe profunda. Te fortalecía la confianza en el Dios que te precedía. Tenaz hasta la extenuación, experimentaste tantas veces cómo el Señor te sostenía. ¿Te acuerdas cuando me contaste que ni siquiera una serpiente a tu lado te hizo mal? Sabías que Dios te llevaba como en alas de águila, en la palma de su mano, siempre por delante abriendo el mar para ti... siempre abriendo el mar.
Alentaste la esperanza de un futuro mejor. No sólo para ti. “Mi primera falta delante de Dios – me dijiste - será existir sin hacer nada por la humanidad, sobre todo por la humanidad marginal, abandonada a su suerte, aquellos a los que la sociedad llama sin la menor vergüenza ‘chicos de la calle’, muy sucios bajo los sacos en el mercado o en las calles; ellos nos descubren el rostro de Dios escondido bajo las miserias que nuestras desigualdades sociales les han provocado”. Querías volver pronto a África para – como tú mismo decías - hacer fructificar la semilla. Hombre luchador, hombre de esperanza recia, hombre de sueños.
Y ahora sólo te queda el amor. El amor que la vida, en muchas ocasiones, te negó. Pero has sabido besar, has sabido hablar al corazón y has conquistado la amistad de muchos, el cariño de tu madre y tus hermanos que quedaron allá en tu aldea, el cariño de los salesianos que te acogieron en Kara, de los niños a los que acompañaste en los pequeños hogares como educador; de los amigos que cuidaste en tu país, de los salesianos que hemos sido tu familia y tu casa en estos meses, de amigos, médicos, enfermeras, de todos a los que conociste y supiste hablarles al corazón.
Y ahora sólo te queda el amor. Wentinam “¿Quién me ama?” Dios te ama, Cyriaque, Dios te abraza, Dios te ha conducido, abierto el mar, a la Vida Plena. Intercede, ante el Padre, para que tu viaje, tu historia y tu mirada cruzada con la nuestra en la travesía, no hayan sido en vano.






NB. Cyriaque era togolés. Vino a España "sin papeles" buscando una vida mejor y persiguiendo un sueño. A los pocos meses de estar entre nosotros un cancer de hígado acabó con su vida. Justo el día antes de morir, ironías de la vida, nos llegó el permiso de residencia por el que tanto luchamos durante meses. Dejó entre nosotros una profunda huella. Un hombre tenaz, luchador, con una confianza inquebrantable en Dios. Este mes de febrero hace cuatro años de su muerte. Con todo el cariño.


martes, 9 de febrero de 2010

ESTOY CONTIGO EN LA BATALLA DE LA VIDA

Mis queridos amigos:
He recibido una carta estos días que me ha llenado de alegría y me ha “pillado” las entrañas. Espero que Tètouwala, mi joven amigo togolés, no se enfade conmigo por compartir con vosotros parte de su historia. Le pedí hace unos meses que me contara cuál había sido su experiencia con los salesianos, especialmente con José Antonio Rodríguez Bejarano, quien lo acogió en el Foyer Don Bosco (Kara – Togo) cuando, siendo sólo un niño, había sido expulsado de su familia acusado de brujería. He aquí parte de su testimonio:

“Hacía dos años que vivía en la calle. Mi propia familia me había abandonado después de la muerte de mi mamá. Mi querida mamá me dejó el 17 de junio de 1990, dos años después de la muerte de mi papá. Acusado de brujería, decidieron que no podía seguir viviendo con nadie y me echaron de casa (...) Pero una nueva página de mi vida se abría cuando otras se habían cerrado. El hombre abandona al hombre, pero Dios nunca lo abandona: el 14 de noviembre de 1992, el P. Antonio se cruzó en mi vida y me llevó a una casa donde vivían muchos otros chavales. En medio de ellos me di cuenta de que su situación era muy semejante a la mía (...).
Tuve la ocasión de retomar los estudios y la paternidad y el afecto que necesitábamos los recibíamos de los salesianos (...) El día a día nos hacía constatar que hay hombres en el mundo que piensan en el bien de los demás y se olvidan de sí mismos. ¡Era un descubrimiento magnífico y maravilloso...! Y lo mejor es que, en medio de aquella situación, me sentía – particularmente – el más querido por el P. Antonio. Yo sabía muy bien que él estaba siempre con los chavales, pero cuando estaba conmigo me transmitía todo el afecto que yo necesitaba. Así nació también mi cariño por él y se hizo grande. Él se convirtió para mí en un padre, en mi papá.
Un día me di cuenta de que no era yo solo el que era amado así. Todos los compañeros con los que hablaba se creían los más queridos. P. Antonio había llegado a ser el papá personal de todos, de cada uno en particular (...). Me hizo la promesa, como a todos mis compañeros, de que estaría siempre con nosotros en nuestra batalla por la vida y que nos sostendría todas las veces que hiciera falta. Pero el buen Dios tenía otros planes...”


Hasta aquí el relato de Tètouwala. José Antonio murió por un paludismo cerebral en 1995. Como el grano que cae en tierra y se rompe para dar fruto, su vida fue para muchos chicos togoleses, una palabra de parte de Dios que les hizo entender cuánto les quería. Hoy, mi amigo Tètouwala estudia tercero de sociología en la Universidad de Lomé y sigue luchando por ser feliz:
“¿Quién lo hubiera creído... ni siquiera yo mismo; yo que solo era un niño de la calle.. Las obras de P. Antonio continuarán fructificando por los siglos. Creo, y lo piensan también muchos de mis compañeros, que P. Antonio pronunció una bendición sobre todos nosotros, sus muchachos...”.
No basta amar... que se den cuenta de que son amados... ¿Te suena, verdad? A José Antonio, dijeron los médicos, le quedó intacto el corazón, sólo el corazón. No podía ser de otra manera: corazón grande, corazón del Buen Pastor, corazón salesiano, corazón apasionado hasta el final.
Uno de los nuestros. Como tú. Como yo.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 29 de enero de 2010

DON BOSCO, EL EVANGELIO DE LOS JOVENES

Mis queridos amigos:
La antigua liturgia de la fiesta de Don Bosco se expresaba así al referirse al Padre y Maestro de la juventud: “Dios le dio a Don Bosco un corazón tan grande como las arenas de las playas de los mares”.
Pocas frases logran expresar con tanta nitidez y tanta contundencia el don de Dios a la Iglesia, a la Familia Salesiana y a los jóvenes: ¡Un corazón tan grande como las arenas de las playas! Corazón de Padre, corazón generoso y entregado, corazón libre y apasionado, corazón magnánimo y misericordioso, corazón de Buen Pastor.
Don Bosco es, sin duda, una buena noticia de parte de Dios para los jóvenes. Cuando sólo tenía nueve años la Providencia le marcó la senda por donde caminar: “No con golpes, con amor”. Y su mirada se hizo bondad; su corazón latió con la fuerza de la caridad; sus manos abiertas fueron solidaridad creativa para transformar la pobreza en un futuro de esperanza.
En el principio fue, claro, la madre. Margarita: una mujer entera y cabal, tierna y fuerte, madre y padre a la vez. Supo contagiar a sus hijos del sentido de Dios que inunda la vida y genera confianza; les enseñó el sentido del trabajo y la solidaridad con los más necesitados. Fue la mejor escuela de santidad de la que aprendió Don Bosco. Margarita Occhiena fue, sin duda, el pecho en el que se acunó la propia Congregación Salesiana.
Y la Maestra... siempre la Maestra que le ayudó a ser fuerte y humilde. Siempre la Madre de la Consolación que lo sostuvo con su auxilio en cada tramo del camino. Siempre la Madre buena que cubrió con su manto a los pequeños de su hijo predilecto, aquel que la soñó como columna fuerte y compañera de camino en el emparrado de rosas.
Si, Juan Bosco fue presencia entrañable de Dios que paseaba por los arrabales de Turín, por las cárceles, por el despoblado de la historia donde vagaban aquellos que no han sido invitados al banquete. Se hizo para ellos: presencia encarnada, palabra de Dios, esperanza inquebrantable. “¡Dios te quiere! ¿No lo notas?” Y abrió para ellos el mar hacia una nueva tierra mil veces prometida y siempre preñada de futuro.
Don Bosco se hizo pan partido para sus queridos jóvenes: “aunque no tuviera más que un pedazo de pan... lo partiría a medias contigo”. Y sus jóvenes sabían que era cierto.
Don Bosco se hizo vino de fiesta para todos: ¡estad alegres! ¡Os lo repito: estad alegres! Y Domingo, Miguel, Juan, Francisco y tantos otros aprendieron que en la casa de Don Bosco “hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.
No hay mayor amor que dar la vida... ¡Qué bien lo entendió Don Bosco! Hasta su último suspiro fue para sus muchachos. Murió cansado, con las piernas hinchadas, casi ciego… como una sotana vieja... Ya se lo profetizó su amigo, el teólogo Borel, cuando Juan volvió a Turín después de recuperarse en I Becchi de la enfermedad que casi lo lleva a la tumba: ¡Lleva usted una sotana demasiado ligera! - le dijo - Se colgarán de ella muchos jóvenes! Así fue. Y aunque gastado, quedó siempre intacto el corazón.
Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan Bosco: una buena noticia para los jóvenes. Auténtico evangelio que sigue resonando aquí y ahora para que, en nombre del único Señor, todos – especialmente los pobres y abandonados - tengan vida y la tengan en abundancia.
¡Feliz Fiesta de Don Bosco a todos!
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 22 de enero de 2010

MARTIN ME HA CUBIERTO CON SU MANTO... (UN RECUERDO SOLIDARIO PARA HAITÍ)

Mis queridos amigos:
Corría el año 1852 cuando en Turín, una tarde de primavera una explosión atronadora rompía en dos la ciudad y sumía en el caos y la destrucción el barrio Dora, muy cerca de Valdocco. Estalló, causando enormes destrozos, el polvorín militar. Hubo 28 víctimas y numerosas pérdidas materiales.
Don Bosco se encontraba en los primeros años de su obra y estaba construyendo la Iglesia de San Francisco de Sales en el Oratorio porque la capillita Pinardi se había quedado definitivamente pequeña para albergar a los jóvenes de la casa. Aunque hubo algunos destrozos, techos caídos y ventanas rotas, no se tuvieron que lamentar grandes pérdidas. El armazón de la nueva Iglesia, todavía por concluir, no sufrió daños importantes.
Don Bosco y sus muchachos corrieron enseguida para ayudar y socorrer a los heridos. Mamá Margarita quedó en casa con algunos chicos para arreglar el desastre.
Cerca del Oratorio, el hospital del Cottolengo había sido golpeado duramente. Mucha destrucción, pánico indescriptible y numerosos heridos. No dudaron ni un instante los chavales de Don Bosco en ir a echar una mano. La solidaridad es como una corriente eléctrica entre quien nada tiene.
Por aquellos días, Don Bosco había realizado una lotería, como hizo tantas veces, para recaudar fondos y poder financiar la construcción de San Francisco de Sales. Tenía 30000 liras (todo un tesoro) preparadas para hacer frente a los gastos y poder concluir las obras. Ante tal desastre, no dudó en llevar al superior del Cottolengo la mitad del dinero que, como oro en paño, tenía guardado para el Oratorio. Enterado el Arzobispo de tal gesto, dio a conocer el hecho y escribió una carta preciosa al propio Don Bosco agradeciéndole su generosidad.
Don Bosco había escuchado muchas veces de boca de mamá Margarita la historia popular de aquel soldado, Martín, que no dudó en compartir la mitad de su capa militar con un mendigo muerto de frio en el camino. Después soñó al Señor con su manto puesto y un letrero que decía: “Martín me ha cubierto con su manto”.
Ir a medias para que otros tengan con qué cubrirse. Nos recuerda este sencillo episodio aquella expresión que Don Bosco repitió tantas veces a sus muchachos más pobres:
- Te quiero tanto que, aunque no tuviera más un pedazo de pan, lo partiría a medias contigo.
Un día, con uno de sus primeros chavales, Miguel Rua, – haciendo el gesto de partir en dos su mano y ofreciéndole la mitad de ella – le decía:
- Tu y yo iremos en todo a medias
Y aquel muchacho, que no entendía nada de lo que Don Bosco le decía, se convirtió en pocos años en su mano derecha y su sucesor.
Ir a medias (que no mediocremente) con Don Bosco. Para compartir nuestra vida y nuestro pan con los que nos necesitan; para estar ahí, en el momento justo cuando todo se derrumba, para no dar rodeos ni mirar hacia otro lado cuando todo estalla; para ser un poco de bálsamo que ayude a cicatrizar heridas; para ser un pedazo de pan tierno y blanco que sacie el hambre de afecto de tantos; para ser signo de esperanza ante tanta desesperanza.Como Don Bosco, pasar por la vida sin dar rodeos ante las necesidades de los demás. Cuando haces tuyo el dolor del apaleado en el camino, quizás encuentres que no tengas para terminar tu proyecto, pero – sin darte cuenta – habrás recibido el ciento por uno.

lunes, 11 de enero de 2010

OS HE PREPARADO UNA "EMBOSCADA"

Mis queridos amigos:
Dicen de él que es uno de los que mejor ha comprendido el espíritu de Don Bosco y ha escrito sobre él. Se llama Alberto Caviglia y estuvo en el Oratorio entre los años 1881-1884 y se quedó para siempre con Don Bosco. De aquel chaval despierto, alegre e inteligente Don Bosco decía bromeando: “Caviglia hará maravillas”.
Y así fue. Una vez más se cumplió la profecía del Santo. Don Caviglia se hizo salesiano y fue uno de los grandes “padres de la Congregación” en aquella etapa inicial que nos une directamente al Fundador. Preparado y brillante, desarrolló un enorme trabajo de publicaciones, ediciones críticas e introducciones a las obras de Don Bosco e innumerables estudios sobre salesianidad, especialmente en torno a la pedagogía y a la espiritualidad de Don Bosco.
Le gustaba decir que Don Bosco le había hecho un “salesiano de raza” forjando en él un hombre de honda espiritualidad y asimilando junto a quien fue su confesor durante los años que permaneció en el Oratorio, su estilo, su creatividad y su corazón apostólico.
Don Caviglia fue un salesiano entusiasta de Don Bosco. Para él, el Santo era el hombre de la bondad, del corazón, de la ternura para con los más pequeños y más pobres. Así se expresaba en una de sus obras (“Don Bosco, un profilo storico”) publicada en 1934:

“Don Bosco es el hombre de la bondad, del buen corazón (…) es la bondad paternal, la ternura y la solicitud maternal para con los pequeños, para con los más pobres entre los pequeños, para con los más pobres y los más pequeños. Nosotros lo hemos conocido, yo le debo todo lo que soy (¡y lo recuerdo con emoción!), nosotros podemos decir que aquel hombre, si ha cometido – por así decirlo – algún error, ha sido siempre el de escuchar más al corazón que a la razón, y entre ésta y aquel jamás dudó ni un momento en la elección”.

Es el testimonio de un hombre que experimentó de cerca, siendo tan solo un muchacho, la extraordinaria humanidad de aquel viejo sacerdote vencido por las pruebas de la vida y los muchos años vividos intensamente pero de sonrisa intacta y corazón afectuoso.
El joven Alberto no pudo conocer de primera mano los años en los que Don Bosco estaba en plena actividad. Sólo pudo percibir, en aquellos pocos años junto a Don Bosco envejecido y enfermo su grandeza de ánimo y su magnanimidad, su afectuosa paternidad y su amistad franca, su profundidad espiritual y su santidad. Y esta experiencia lo marcará para siempre.
Vivió toda su vida salesiana empeñado en transmitir con fidelidad a las nuevas generaciones que no habían conocido a Don Bosco su figura, su obra y su espíritu. Es conocida la anécdota en la que Don Caviglia, ya con muchos años, dirigía a un grupo de salesianos unos ejercicios espirituales y comenzó diciendo: “Estoy aquí para emboscaros”.
Y así fue su vida, un deseo de emboscar a todos empapándonos de su espíritu y transmitiendo una imagen fiel y auténtica de aquel a quien debía todo lo que era y que fue para él, como para todos los que convivieron con él, el padre, el maestro, el amigo.
Gracias Don Alberto. También nosotros hemos caído en tu emboscada.Vuestro amigo, José Miguel Núñez

martes, 5 de enero de 2010

¡QUÉDATE!

Mis queridos amigos:
Un saludo cordial. Avanza el mes de enero y se acerca la fiesta de Don Bosco. Celebrar a nuestro padre es también disponer el corazón para vivir como él y hacer nuestras sus grandes intuiciones espirituales y apostólicas. Esa es la tarea que tenemos por delante y el compromiso que todos nosotros asumimos cada día: ser fieles, con creatividad, a la herencia carismática que el santo de los jóvenes nos ha dejado.
Cuenta el mismo Don Bosco en las Memorias del Oratorio que una tarde lluviosa del mes de mayo (quizás del 1847), un joven de unos quince años se presentó en su casa completamente empapado de agua: “No tengo nada y estoy completamente solo” le dijo, mientras Mamá Margarita trataba de secarle las ropas. Don Bosco, reconoce él mismo, “estaba conmovido”. La respuesta que brotó de su corazón de padre, aún en la penuria de aquel tiempo, no fue otra que “hacerle hueco”: “Quédate”.
Creo que en aquel primer “quédate” podemos descubrir toda la fuerza de un corazón grande y magnánimo que ha comprendido que el amor no entiende de medidas ni de evasivas. Como el samaritano protagonista del relato evangélico, Don Bosco no dio un rodeo; no se apartó del camino; no buscó excusas ni apretó el paso para pasar de largo. Solo abrió la puerta para que aquel muchacho pudiese entrar: “Quédate”.
Y después vinieron muchos más “Quédate” pronunciados con una sonrisa y una mano abierta y solidaria que invitaban siempre a la esperanza. ¿Cuántas veces se repetiría aquella misma escena?
Hemos de aprender de Don Bosco a decir “Quédate”; o lo que es lo mismo: me importas mucho, aquí estoy, cuenta conmigo. Mirando a nuestro padre, hemos de saber expresar también nosotros, como él, la bondad y la cercanía del que no pasa de largo, mira con compasión la realidad y se implica en ella a fondo aunque eso suponga “complicarse” más la vida.
Decir “quédate” a los hermanos es abrir la puerta de la fraternidad para compartir, para disculpar, para comprender, para acompañar. Sin pasar de largo.
Decir “quédate” a los chavales que se nos confían es cruzar la línea de la indiferencia para ganar el corazón desde la cercanía, la paciencia y el cariño. Sin pasar de largo.
Decir “quédate” a los que nos piden una mano o llaman a nuestra puerta en una tarde lluviosa es estar siempre dispuestos a poner al otro en primer lugar, a tender la mano de la amistad, a tener a punto el fuego de la acogida, a encontrar siempre un lugar para poder calentar el alma, a veces tan al aire, de los que se encuentran a la intemperie. Sin pasar de largo.
Don Bosco no dio rodeos. Su corazón, tan grande como las arenas de las playas, fue siempre el hogar de cuantos se acercaron a él buscando un poco de calor. En este mes de Don Bosco, preparar su fiesta es asumir en el día a día el compromiso de saber decir “quédate” siempre que alguien llame a nuestra puerta aterido de frío. ¡Ojalá siempre le abramos!
Un abrazo de vuestro amigoJosé Miguel Núñez