lunes, 4 de octubre de 2010

HAZTE QUERER

Para la familia salesiana, el mes de octubre es el mes de Don Rua. Y lo es todavía más este año, en el centenario de su muerte, preparando ya su fiesta el próximo día 29.
Y en octubre de 1863 sucedió un episodio decisivo en la vida del que, años más tarde, sería el primer sucesor de Don Bosco. Miguel Rua llegó a Mirabello el día 12, acompañado de su madre Juana María (la nueva mamá Margarita en la nueva fundación), a tomar posesión de su nuevo cargo como director de la casa. Mirabello era la primera presencia salesiana fuera de Turín. El nuevo director llevaba en la escuálida maleta una gran tarea: ser Don Bosco en el primer oratorio trasplantado fuera de la cuna de la Congregación. No es difícil imaginar los sentimientos que embargaban al joven sacerdote y la responsabilidad que sentía en su corazón ante esta nueva etapa de la naciente Sociedad Salesiana.
Pero con la sencillez de los que tienen su mirada puesta en Dios, Miguel acometió la empresa con confianza. Sabía que las cosas no iban a ser fáciles. La comunidad que Don Bosco enviaba para hacerse cargo de la misión era muy joven y más bien inexperta. Miguel, el director, era el único sacerdote. Completaban el grupo cinco clérigos y cuatro jóvenes que aún no eran salesianos. Tiempos de creatividad y magnanimidad, tiempos de audacia y confianza inusitada en Dios. Tiempos, dirían algunos, de temeridad. Pero tiempos, para Don Bosco y Don Rua, de impulso y novedad que abrían inmensas posibilidades a la reciente fundación.
Y así, después de muchas negociaciones con el ayuntamiento de la ciudad, con el beneplácito del obispo y con el apoyo de una familia benefactora de Don Bosco, se plantaba la semilla salesiana fuera de Turín en el recién estrenado otoño de 1863. El colegio no tardó en llenarse de chiquillos y enseguida tomó vida el nuevo proyecto a imagen y semejanza de Valdocco.
Don Bosco le envío a Miguel una larga carta de obediencia dándole algunos consejos de padre que, a buen seguro, Don Rua guardaría siempre en el corazón. De entre ellos, Don Bosco destacó uno: “Hazte querer antes que hacerte temer”. El padre conocía bien el carácter del hijo. Lo conocía desde pequeño y creció junto a él. De inteligencia poco común y con enormes capacidades, sin embargo su aparente severidad no pasaba desapercibida a Don Bosco. Pero sabía bien que Rua tenía madera de santo y que sería capaz de vencer su carácter transformándolo en amabilidad y simpatía. No se equivocó. Miguel fue el rostro de Don Bosco en Mirabello. Muy pronto se ganó el corazón de todos y cumplió a la perfección el mandato de su maestro: se hizo querer tanto que cuando Don Bosco - dos años más tarde - lo llamó de nuevo a Turín, nadie quería que se fuera.
El joven Rua cumplió extraordinariamente bien su cometido en Mirabello. Había tenido buena escuela. Crecido a la sombra de Don Bosco, aprendió de él a hacerse querer, a mostrar afecto desde la entrega y la generosidad hacia todos, a tener siempre a punto la palabra amable y el gesto oportuno que ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Podía estar tranquilo Don Bosco: aquel pequeño a quien partía a la mitad la mano bromeando había comenzado a compartir en serio las responsabilidades de la nueva Congregación llamada a extenderse muy pronto en los cinco continentes. Mirabello fue el primer banco de pruebas. Miguel Rua el primero que hizo de Don Bosco fuera de Valdocco. Todo un logro. Fue el primer paso de un largo camino en el que el joven Rua alargó hasta los confines del mundo cuando el manantial se convirtió en un ancho rio.