jueves, 23 de julio de 2009

EL PRESTIDIGITADOR DE LOS NUMEROS O LA LOTERIA ILEGAL

Mis queridos amigos:
De todos es conocida la creatividad de Don Bosco para hacer frente a las necesidades de sus obras y especialmente para la búsqueda de recursos ante las dificultades de los muchachos pobres y abandonados.
En una carta fechada en agosto de 1872, Don Bosco escribe al alcalde de Turín, el Conde Felice Rignon, pidiendo ayuda pública para su obra a favor de los jóvenes pobres de los arrabales de la ciudad. Leemos en la carta:

“Un numero extra-grande (de jóvenes de Valdocco) sea por descuido de la familia sea porque mal vestidos o por propia disipación se quedan vagantes todo el día con daño para ellos mismos y con molestia para la autoridad de la seguridad pública. Para intentar atender a estos pobres muchachos, además de las clases nocturnas he abierto también algunas clases diurnas. Este año, pudiendo tener algunos locales más, el número de los alumnos creció notablemente y en el presente su número efectivo sobrepasa los trescientos”.

En efecto, en el curso 1871-1872, Don Bosco había abierto clases elementales para los externos y había de ingeniárselas para atender a los “cerca de mil” jóvenes externos y a los “850 internos” de Valdocco, tal como le escribía en una nueva carta al alcalde e Turín en 1875 pidiéndole ayuda. Números inflados o no, lo cierto es que, como él mismo reconocía en alguna carta a otro benefactor, “la necesidad crea la virtud y el hambre hace salir al lobo de la madriguera”.
Y así era. Aquel mismo año Don Bosco monta de nuevo una lotería, aunque en esta ocasión camuflada como subasta en la que el lote estrella era una reproducción de un cuadro de Rafael titulado “La Madonna di Foligno”. Junto al cuadro, se sorteaban otros cien regalos entre los compradores.
Durante todo un año hizo repartir los números a amigos, benefactores, conocidos… recaudando una considerable cantidad para sus obras que daba un respiro a la maltrecha economía del Oratorio y que estaba especialmente destinada al hospicio de Sampierdarena.
Pero la justicia no miró para otro lado ante las irregularidades y por mucho que Don Bosco hablase de beneficencia no logró convencer al intendente de las finanzas que, finalmente, declaró ilegal la operación y llevó el caso a los tribunales. En la sentencia declararon culpable a Don Bosco y le impusieron una multa importante y la confiscación definitiva del cuadro subastado.
No obstante, el juez reconocía la finalidad benéfica de la subasta y alababa la intención del propio Don Bosco.
Finalmente, ante una súplica de gracia ante el Rey, éste concedía el indulto a Don Bosco con un decreto que llegó al Oratorio el 11 de noviembre de 1975, día del adiós a los primeros salesianos que partían hacia América.
Aventuras y desventuras de un sacerdote ingenioso y audaz que hacía de todo para recaudar fondos y poder llevar adelante sus obras en favor de la juventud pobre y abandonada.
La prensa anticlerical de la época lo llamaba “Don Busca”, pero lo cierto es que más allá del despreciativo apelativo, Don Bosco no perdía ocasión de poner de relieve el aspecto social y político de su obra ante un estado liberal que miraba incluso con simpatía las obras de aquel sacerdote emprendedor y tenaz.
Prestidigitador de los números, con furbizzia (astucia, sagacidad), supo plantar cara a la realidad, alargando la solidaridad por el bien de sus muchachos.
Vuestro amigo
José Miguel Núñez

miércoles, 15 de julio de 2009

LA DEUDA DEL PANADERO

Mis queridos amigos:
Corría el año 1852 cuando en el Oratorio de Valdocco se vinieron literalmente abajo los sueños de Don Bosco.
Con gran esfuerzo, no pocos sacrificios y mucha confianza en la Providencia se habían comenzado las obras de un nuevo edificio que ampliaba notablemente la vieja construcción. Se trataba de albergar a más muchachos y disponer de más espacios para clases y talleres.
Las obras se desarrollaron con gran rapidez pero la estación otoñal ganó la partida antes de que pudieran terminarse los trabajos. Un violento aguacero se desencadenó y golpeó con insistencia la ciudad de Turín durante varios días. Hubo que interrumpir la construcción y el agua, filtrada por entre vigas y listones, arrastró la argamasa todavía fresca debilitando el edificio recién levantado.
Era de esperar. Cercanos a la medianoche del día 2 de diciembre, un ruido estrepitoso anunció lo que estaba sucediendo. En el edificio colindante, los chavales dormían y se despertaron sobresaltados corriendo despavoridos intuyendo la desgracia. En pocos minutos, todo se vino abajo y con las paredes y el armazón del techo se derrumbaron también las ilusiones y esperanzas que sostenían el empeño y el sacrificio de tanto tiempo.
Por fortuna, no hubo que lamentar desgracias personales. Y eso que se temía que pudiera venirse abajo también el viejo edificio, dado que la nueva construcción se apoyaba en sus muros. Como atestiguó el ingeniero del ayuntamiento que inspeccionó el lugar al día siguiente, había motivos para “dar gracias a la Virgen de Consolación porque aquella pilastra se sostiene por milagro y, de caer, hubiese sepultado entre ruinas a Don Bosco y a los treinta muchachos acostados en el dormitorio que está debajo”.
Pero no había tiempo para el desaliento. Valorados los daños, Don Bosco se puso de nuevo manos a la obra. Hubo que esperar al buen tiempo, pero apenas se pudo, se reanudaron los trabajos.
¿De dónde sacar tanto dinero? La Providencia venía una y otra vez al encuentro de las necesidades del santo sacerdote. No faltaron los bienhechores que, con gran generosidad, hacían llegar a Valdocco los recursos necesarios.
Como el mismo Don Bosco recuerda en las “Memorias del Oratorio”, este constante goteo de ayudas y solidaridades era el “pan nuestro de cada día”. Y nunca mejor dicho. Ante tantos gastos y necesidades, el panadero no cobraba hacía tiempo. En aquellos días, como en tantos otros momentos, el panadero – cuenta Don Bosco – “empezaba a poner dificultades en el suministro del pan”.
¿Quién sabe cuántas veces habría avisado a Don Bosco de la deuda contraída con él? ¿Cuántas veces habría amenazado con dejar de servirle? Pero los chicos del Oratorio sabían que el Padre Dios les daría siempre el pan de cada día.
Así fue. Entre todos los benefactores y amigos de la obra de Don Bosco, el Conde Cays (que años más tarde se hará salesiano y sacerdote), saldó la vieja deuda de 1200 francos con el panadero. Y continuó el suministro. Y hubo nuevo edificio. Y nuevas escuelas. La Providencia.
Tiempos épicos de necesidad y de gracia. De confianza ilimitada en Dios y de temeridad. Pero los sueños se hacen siempre realidad cuando de por medio está la tenacidad de la fe, el aliento de la esperanza y el ardor de la caridad. Y Dios hace llegar siempre el pan a sus hijos, aunque para ello alguien tenga antes que pagar la deuda con el panadero.
Vuestro amigo
José Miguel Núñez

jueves, 9 de julio de 2009

"¿TIEMPOS DIFICILES? TIEMPO DE HACER EL BIEN"

Mis queridos amigos:
En el año 1848 Don Bosco trataba por todos los medios de dar estabilidad a la obra emprendida en Valdocco y buscaba – con creatividad – maneras nuevas de acompañar a sus muchachos y ayudarles a crecer y a madurar como personas y como cristianos.
Aunque no faltaban las fuerzas ni la confianza en Dios, sin embargo el día a día no estaba exento de dificultades que hacían muy duro el camino. Así lo describe Don Bosco en las memorias del oratorio:
“Los muchachos, congregándose en varios puntos de la ciudad, en las calles y en las plazas, consideraban lícito cualquier ultraje al sacerdote o a la religión. Yo mismo fui agredido varias veces en casa y en la calle. Cierto día, mientras enseñaba el catecismo, entró una bala de fusil por la ventana; me perforó la sotana, entre el brazo y las costillas, y abrió un gran agujero en la pared. En otra ocasión, un sujeto bastante conocido, a pleno díAñadir imagena y encontrándome en medio de una multitud de niños me agredió con un largo cuchillo en la mano (…) resultaba, pues, muy difícil dominar a tan desenfrenada juventud”.
¡Tiempos difíciles! Dirán muchos a su alrededor. Pero Don Bosco no se arredró y se arremangó la camisa para encontrar alternativas y abrir nuevas perspectivas a sus muchachos. Don Bosco no se lamentó, no tuvo tiempo para quejarse de cómo estaban los jóvenes y lo mal que estaba la sociedad. Con una mirada penetrante sobre la realidad, con gran espíritu de iniciativa y con flexibilidad, con sacrificio y confianza en la Providencia, se puso manos a la obra:
“Apenas se pudo disponer de otras habitaciones, aumentó el número de aprendices artesanos, todos escogidos de entre los más abandonados y en peligro”.
“Apenas se pudo”, señala Don Bosco. Con un fuerte sentido del realismo pero con tenacidad y optimismo fue capaz de plantarle cara a la desolación y ponerse manos a la obra. Les ofreció a los muchachos un hogar, una familia y la posibilidad de crecer como personas. Una empresa de gigantes, una pequeña gota en el océano pero que llenó de sentido la vida del propio Don Bosco y – sobre todo – de sus jóvenes.
Y después vinieron los talleres, y la escuela, y los contratos, y la propuesta evangelizadora y catequética… Don Bosco, en ese mismo año, escogió a un buen grupo de sus mejores muchachos y les ofreció la posibilidad de vivir una experiencia de ejercicios espirituales. ¡Ejercicios espirituales! Parecía de locos. Ejercicios espirituales a aquellos muchachos pobres, abandonados y peligrosos… Muchos debieron pensar que Don Bosco era un ingenuo, que se equivocaba de lleno, que era como dar margaritas a los cerdos. ¡Cómo si los pobres no tuvieran derecho a que se les anuncie el Evangelio de Jesucristo! La experiencia fue tan buena, dice el propio Don Bosco, que a partir de aquel momento se repitió la experiencia cada año. Y de aquel puñado de muchachotes de la primera hora surgieron sus primeros colaboradores. El ambiente en el Oratorio cambió por completo.
¡Tiempos difíciles! No sé si peores o mejores que los nuestros. Pero como Don Bosco, no podemos perder el tiempo en lamentos y con confianza hemos de arremangarnos los brazos para encontrar veredas nuevas por las que anunciar a los jóvenes que Jesucristo es el Señor de la Vida.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez