Mis queridos amigos:
En el “Memorial del Oratorio de San Francisco de Sales (1844-1849)” redactado por el teólogo Borel, fiel colaborador de Don Bosco, leemos la siguiente anotación:
“El domingo 13 de julio, toma de posesión de San Martín. El IV domingo de adviento, abandonado San Martín”.
Nos situamos en el año 1845. Don Bosco y unos cuantos sacerdotes se ocupaban desde hacía meses de un numeroso grupo de jóvenes con los que dieron inicio al catecismo y al propio Oratorio de San Francisco de Sales. Estos primeros momentos del oratorio, lo sabemos bien, constituyeron un auténtico éxodo. Tras la apertura del Ospedaletto a principios de agosto, obra benéfica de la Marquesa Barolo, hubo que buscar otro lugar para la acogida de los muchachos al tener que prescindir de los locales usados hasta el momento. El oratorio se hizo itinerante y la incipiente obra vivió un largo peregrinar (San Pietro in Vincoli, Mulini Dora, casa Moretta, prato Filippi) hasta encontrar una sede estable en Valdocco.
El teólogo Borel se refiere, en su anotación, a la llegada y salida del oratorio de la Iglesia de San Martín, en los molinos Dora. Tras haber pasado allí varios meses, el 14 de noviembre se les comunicó que no podrían usar más dicha capilla tras las protestas de la población por las molestias de los muchachos que en sus juegos y correrías no paraban de gritar y armar jaleo.
A la intemperie, el crudo invierno turinés ponía a prueba a Don Bosco y a sus colaboradores. Por primera vez, con más ilusión que posibilidades económicas, se decidió a alquilar tras habitaciones de una casa cercana al Refugio, a un sacerdote llamado G. A. Moretta para el catecismo de sus muchachos. Semanas más tarde hará lo mismo con un prado cercano propiedad de los hermanos Filippi.
La estancia en casa Moretta durará de diciembre de 1845 a abril de 1946. De nuevo, las quejas de los inquilinos de la casa por las molestias de los muchachos, provocarán que los dueños no renueven el contrato con Don Bosco y, por consiguiente, se hará necesario un nuevo traslado del oratorio.
Duro invierno el de aquellos meses en los que el frio y la oscuridad no eran sólo ambientales. El número de jóvenes crecía y las necesidades se multiplicaban. De casa en casa, parecía que todas las puertas se cerrasen porque para aquellos jóvenes sucios y desarrapados no había sitio en la posada.
Debe ser el destino de los últimos. De los que no importan a nadie. Fue así hace muchos siglos en un lugar de Judea y sigue ocurriendo en tantas partes del mundo. Los más pobres son molestos y son excluidos del sistema.
Cercanos a la Navidad, en tiempos de crisis y recesión económica, el invierno se hace más duro para los que menos tienen. Las puertas siguen cerradas para los que llaman en mitad de la noche, en la oscuridad de la vida, ateridos por el frio del abandono, la soledad o el sinsentido
Habrá que seguir buscando. Quizás una humilde tettoia, un almacén, un prado… Valdocco. Para que muchos que no tienen hogar – ni futuro hacia el que caminar – encuentren la lumbre encendida y el calor del fuego amigo que les abrigue el alma.
En Valdocco, como en Belén, una luz brilló intensamente para cuantos acogieron el misterio del Dios-con-nosotros que se hace abrazo, acogida, casa, futuro, salvación… en la humildad de un cobertizo porque no había sitio para ellos en la posada. Hoy se hace urgente volver a seguir la estrella.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
En el “Memorial del Oratorio de San Francisco de Sales (1844-1849)” redactado por el teólogo Borel, fiel colaborador de Don Bosco, leemos la siguiente anotación:
“El domingo 13 de julio, toma de posesión de San Martín. El IV domingo de adviento, abandonado San Martín”.
Nos situamos en el año 1845. Don Bosco y unos cuantos sacerdotes se ocupaban desde hacía meses de un numeroso grupo de jóvenes con los que dieron inicio al catecismo y al propio Oratorio de San Francisco de Sales. Estos primeros momentos del oratorio, lo sabemos bien, constituyeron un auténtico éxodo. Tras la apertura del Ospedaletto a principios de agosto, obra benéfica de la Marquesa Barolo, hubo que buscar otro lugar para la acogida de los muchachos al tener que prescindir de los locales usados hasta el momento. El oratorio se hizo itinerante y la incipiente obra vivió un largo peregrinar (San Pietro in Vincoli, Mulini Dora, casa Moretta, prato Filippi) hasta encontrar una sede estable en Valdocco.
El teólogo Borel se refiere, en su anotación, a la llegada y salida del oratorio de la Iglesia de San Martín, en los molinos Dora. Tras haber pasado allí varios meses, el 14 de noviembre se les comunicó que no podrían usar más dicha capilla tras las protestas de la población por las molestias de los muchachos que en sus juegos y correrías no paraban de gritar y armar jaleo.
A la intemperie, el crudo invierno turinés ponía a prueba a Don Bosco y a sus colaboradores. Por primera vez, con más ilusión que posibilidades económicas, se decidió a alquilar tras habitaciones de una casa cercana al Refugio, a un sacerdote llamado G. A. Moretta para el catecismo de sus muchachos. Semanas más tarde hará lo mismo con un prado cercano propiedad de los hermanos Filippi.
La estancia en casa Moretta durará de diciembre de 1845 a abril de 1946. De nuevo, las quejas de los inquilinos de la casa por las molestias de los muchachos, provocarán que los dueños no renueven el contrato con Don Bosco y, por consiguiente, se hará necesario un nuevo traslado del oratorio.
Duro invierno el de aquellos meses en los que el frio y la oscuridad no eran sólo ambientales. El número de jóvenes crecía y las necesidades se multiplicaban. De casa en casa, parecía que todas las puertas se cerrasen porque para aquellos jóvenes sucios y desarrapados no había sitio en la posada.
Debe ser el destino de los últimos. De los que no importan a nadie. Fue así hace muchos siglos en un lugar de Judea y sigue ocurriendo en tantas partes del mundo. Los más pobres son molestos y son excluidos del sistema.
Cercanos a la Navidad, en tiempos de crisis y recesión económica, el invierno se hace más duro para los que menos tienen. Las puertas siguen cerradas para los que llaman en mitad de la noche, en la oscuridad de la vida, ateridos por el frio del abandono, la soledad o el sinsentido
Habrá que seguir buscando. Quizás una humilde tettoia, un almacén, un prado… Valdocco. Para que muchos que no tienen hogar – ni futuro hacia el que caminar – encuentren la lumbre encendida y el calor del fuego amigo que les abrigue el alma.
En Valdocco, como en Belén, una luz brilló intensamente para cuantos acogieron el misterio del Dios-con-nosotros que se hace abrazo, acogida, casa, futuro, salvación… en la humildad de un cobertizo porque no había sitio para ellos en la posada. Hoy se hace urgente volver a seguir la estrella.
Buena semana.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
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