domingo, 17 de mayo de 2009

LA VIRGEN DE DON BOSCO

Mis queridos amigos:
Comenzamos el mes de mayo y parece que todo se transforma en nuestras casas salesianas. Es un mes especial. Un tiempo que sabe a fiesta y alegría pascual, a flores y cantos a la Madre de Jesús, a fervor popular y cariño sin límites a la Virgen de Don Bosco.
Hablar de María Auxiliadora es siempre una alegría. Para mi es recordar tantos otros meses de mayo, tantas fiestas de María Auxiliadora, tantas plegarias a los pies de la Virgen como brotaron de mis labios cuando era tan solo un niño. Pero, sobre todo, es reconocer que Dios ha hecho cosas grandes en mi vida por pura misericordia y que María ha sido siempre intercesión y presencia materna en mi camino de fe.
Al escribir estas líneas, no he podido evitar que la memoria y el corazón volasen hacia los sentimientos más íntimos. De cómo nació en mí el amor a la Virgen de Don Bosco, de cómo aprendí el Rendidos a tus plantas o saludaba a la Madre cada mañana al ir clase. Recuerdo mi infancia, mi colegio salesiano, rostros, lugares, situaciones... años entrañables que quedaron atrás y de los que siempre queda la memoria agradecida y una pincelada fugaz de madura nostalgia.
En ella, algunos recuerdos particularmente gratos de los años de colegio en la casa salesiana; recuerdos que saben de alegría y de fiesta, de veladas inolvidables, de teatro y tardes de fútbol, de aulas y de patio, de amigos, de familia, de juegos y buenos momentos, de salesianos enteros, veraces y apasionados que supieron hacer crecer en mi corazón adolescente la fe en el encuentro con Jesús de Nazaret y el cariño a su madre, la esperanza de un futuro más pleno que está por llegar y el amor generoso que se acrisola en la entrega y en el compromiso cotidianos.
Años hermosos ¿sabéis? Me cautivó tanto Don Bosco que me quedé con él; heredero, también yo de su soñar profético. Y siempre, la Auxiliadora: madre y maestra, mediadora y horizonte de plenitud; siempre la sentí de casa, paseando en los patios y en mis juegos. Ha sido tantas veces fortaleza en mi debilidad y consuelo en mi tristeza; aliento en mi peregrinar en la fe, esperanza en los momentos inciertos... y siempre Auxiliadora.
Aprendí a llamarla e invocarla desde pequeño como Auxilio de los cristianos. Fue para mí, desde entonces, la Virgen de Don Bosco. Estoy seguro que también a mí, como él nos dijo, la Virgen me puso bajo su manto. Es como si en mi vida se cumpliese también la experiencia que Don Bosco nos transmitió: en nuestra familia, todo lo ha hecho ella.
Y así ha sido. No puedo desvincular mi vocación salesiana de la mediación materna de María; no me comprendo a mí mismo sin la cercanía entrañable de la Madre de Jesús en tantos momentos de la vida; no concibo mi maduración espiritual sin la devoción recia y filial a Santa María.
También en mí la confianza se hizo milagro cotidiano por su mediación materna y en tantas ocasiones mi agua se convirtió en vino por la palabra del Señor. Y comprendí sus palabras: Haced lo que él os diga.
Eso traté de hacer cuando el mismo Jesús me pidió ir tras El. Y entonces descubrí que María me precedía en el seguimiento de su Hijo intercediendo siempre, consolando siempre, alentando la esperanza siempre. Y en los momentos más duros, las palabras de Jesús: “Ahí tienes a tu Madre”. También yo quisiera, como el discípulo amado, acogerla como lo más precioso que nos dejó su Hijo.
Vuestro amigo. José Miguel Núñez

lunes, 4 de mayo de 2009

¿SEREMOS AMIGOS?

Mis queridos amigos:
En el Oratorio de San Francisco de Sales se cuidaba, especialmente, un ambiente positivo donde las personas se encontrasen a gusto, en familia. Las relaciones eran amistosas y los jóvenes se encontraban en seguida “en casa” porque reinaba entre todos una familiaridad excepcional.
“Todos eran amigos de Domingo”, escribe sin dudarlo Don Bosco; y añade: “Sabía hacer el bien a todos”. Tan convencido estaba de la capacidad de liderazgo de muchacho, que le aconsejó estar cerca – especialmente – de aquellos compañeros que tenían mayor dificultad. En recreos, juegos y tiempos de distensión, logró hacerse amigo de muchos de los que más problemas ocasionaban en la casa intentando echarles una mano y ayudándoles a superar sus obstáculos en los estudios. Para todos ellos fue buen amigo y compañero, alguien en quien confiar y poder apoyarse para afrontar las complicaciones de la vida diaria.
La Compañía de la Inmaculada, surgió en el Oratorio – precisamente – a iniciativa de Domingo y con la intención de mejorar el ambiente de la casa ayudando a todos a ser mejores. Domingo se rodeó de un buen grupo de compañeros a los que propuso vivir con autenticidad y compromiso su vida cristiana. A la amistad fuerte con el Señor, cuidada con la celebración de la Eucaristía, la Reconciliación y la oración cotidiana, se unía el compromiso por la responsabilidad personal y el testimonio en medio de los compañeros. En las reuniones semanales de la Compañía se compartía la oración, se revisaba el camino recorrido y se proponían nuevas estrategias para seguir siendo un poco de sal y un poco de luz entre los compañeros. Al comentar estos encuentros y el bien que la Compañía de la Inmaculada hacia en la casa, Don Bosco escribe: “Domingo era de los más animosos, y puede decirse que en estas reuniones llevaba la voz cantante”.
Francesco Cerruti entró en el Oratorio el 11 de noviembre de 1856. Con la tristeza de la lejanía de la casa en el primer día en Valdocco, Francesco encuentra a Domingo Savio. Años más tarde, él mismo recuerda aquel episodio con evidente emoción:
“Me encontraba afligido pensando en mi madre que había dejado sola en Saluggia. El día después cuando tras la comida me encontraba apoyado en una columna completamente pensativo, vino a mi encuentro un joven de rostro sereno que con buenos modos me preguntó: ‘¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?’. ‘Cerruti Francesco’, respondí. ‘¿De qué pueblo eres?’. ‘De Saluggia’. ‘¿En qué curso estás?’ ‘En segundo’. ‘Entonces sabes latín. ¿Sabes de dónde viene la palabra sonámbulo? Viene de somno-ambulare, es decir, caminar en el sueño’.
Entonces, levanté los ojos y le miré fijamente: ‘Pero ¿Quién eres tú?’. ‘Savio Domenico’. ‘¿En qué curso estás?’. ‘En cuarto’. Después me dijo: ‘Entonces, ¿seremos amigos?’. ‘¡Seguro!’, respondí. Desde aquel momento tuve ocasión de encontrarme con él muchas veces y en muchas circunstancias (...) Nuestra estrecha amistad duró hasta el día en dejó el Oratorio y partió hacia Mondonio gravemente enfermo...”.
Domingo nos propone cultivar la amistad sincera; la amistad con mayúsculas, la amistad alegre de quien ha encontrado un tesoro y cuida de él cada día en caminos de ida y vuelta, de reciprocidad, de encuentro. Nos enseña que en la amistad todo es “gratis”: un gesto, una palabra, un regalo, un poco de tiempo… No hay contrapartida, no se exige nada a cambio. La amistad es sólo cosa del corazón. Y en las cosas del corazón no hay deudas ni recibos, sólo manos abiertas y un latido apasionado que se expresa en el cariño verdadero. ¡Feliz fiesta de Domingo Savio!
Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 1 de mayo de 2009

VOLVER A LA FUENTE

Mis queridos amigos:
Puede que para muchos no tengan demasiada importancia porque lo consideran tradición menor. Pero a mi me resulta apasionante volver a releer el testimonio de aquellos que conocieron a Don Bosco y guardaron con celo y fidelidad admirable sus recuerdos. Son los pequeños fragmentos que componen el mosaico del espíritu salesiano y que nos devuelven con todo su colorido el retrato de nuestro padre.
Siempre me llamó la atención la experiencia del encuentro con Don Bosco que tuvieron los primeros salesianos y la fascinación que sintieron hacia él. Como el relato, por ejemplo, que nos dejó escrito de forma autobiográfica uno de los padres de la Congregación Salesiana: Don Giovanni Battista Francesia, uno de aquellos 18 jóvenes que en diciembre de 1859 se reunieron en la habitación de Don Bosco para constituir la Sociedad Salesiana. Así describe su primer encuentro con Don Bosco, siendo todavía un niño:

“En la fiesta de los Santos (1850), un pariente mío mientras jugaba al trompo junto al muro del manicomio de la Via Giuglio, me dijo:

- ¿Quieres que vayamos a ver a Don Bosco?
- ¿Para qué?
- Hoy reparten castañas.
- Pero ¿Quién es Don Bosco?
- Es un sacerdote que recoge muchos chicos en las fiestas y allí se divierten. Hoy reparten castañas, ven.

Yo fui y vi por primera vez lo que era un Oratorio festivo (...) ¡Cuánto me divertí! Pero en lo mejor sonó la campanilla. Vi correr como por encanto a todos los que estaban a mi alrededor. Creyendo que yo también debía huir, corrí por donde me pareció y fui a caer, para mi ventura, junto a Don Bosco, que avanzaba para contener aquella oleada de muchachos que parecía huir no sabría adonde. El inmediatamente me dijo:

- ¿Quieres decirme dos palabras al oído?
- ¡Oh, si!
- ¿Pero sabes lo que significan?
- Si, si, que vaya a confesarme.
- ¡Bravo! Lo has adivinado. ¿Cómo te llamas?
- Giovanni Battista.
- Por ahora, ven conmigo.

Me tomó de la mano y me condujo a la Capilla Pinardi”.

Don Giovanni Battista, ya anciano, recordaba con mucha vivacidad este primer encuentro con Don Bosco. ¡No se le pudo olvidar! Nos recuerda a tantos otros encuentros, a tantos otros diálogos, sonrisas, silbidos y gestos de complicidad. Siempre hubo, además, un avemaria.
Don Bosco se hace cercano, entrañable, cariñoso. Siempre presente entre sus muchachos, para todos tiene la palabra al oído adecuada en el momento preciso. Muchos jóvenes tendrán que “venir y ver”, como el joven Francesia. A nosotros nos toca ponerle rostro, y palabra y gestos de bondad a Don Bosco hoy.
Tradición menor, piensan algunos. Pero a mi me devuelve la frescura de un Don Bosco siempre joven y la fascinación de Valdocco en la pureza de nuestros orígenes. Volver a la fuente. Siempre.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez