El viaje que realiza
Don Bosco a París en 1883 resultó ser una auténtica apoteosis. Ya anciano y con
numerosos achaques, con la obra salesiana en pleno desarrollo y con importante
reconocimiento social y eclesial, su visita a las casas salesianas y a los
benefactores franceses fue un viaje en el que la sociedad parisina expresó al
santo sacerdote una profunda estima y gran veneración.
Don Bosco tiene 68
años y está envejecido. Busca dinero desesperadamente para terminar la
construcción de la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. Como decía a menudo
caminando encorvado y con paso lento, subiendo y bajando escaleras en las casas
de sus benefactores, “Llevo la Iglesia
del Sagrado Corazón a cuestas”.
El viaje por toda
Francia durará cuatro meses, del 31 de enero al 31 de mayo. Fue agotador. Pero
aquel viaje, como el que posteriormente realizará a España, contribuirá
notablemente a forjar la imagen pública del “hombre de Dios”. Como bien
reconoce uno de sus biógrafos más populares, Teresio Bosco, “Estos últimos trabajos no estuvieron al
servicio de un templo, ni de los jóvenes pobres, sino de toda una generación
que corría el riesgo de perder el sentido de Dios y los más grandes valores de
la vida. Esta generación, en Francia y en España, descubre en él ‘el sentido de
Dios’ y del ‘prodigarse por los demás’”.
Y así fue. Después
del recibimiento entusiasta y de la emoción de la acogida, le acompañó el fervor de los católicos parisinos durante las
cinco semanas que permaneció en la ciudad. Recibía visitas y se dejaba
fotografiar: “Es un buen modo de
interesar a la gente por mi obra”, decía.
Después de la
apoteosis y de una colecta más que sustanciosa, volviendo en el tren hacia
Turín, Don Bosco reflexiona sobre lo vivido. Nos recogen su conversación con
Don Rua las mismas Memorias Biográficas:
“Es algo singular. ¿Recuerdas, Rua, el camino que va de
Butigliera a Morialdo? Allí a la derecha, hay una colina; en la colina una
casita; y, desde la casita al camino, se extiende por la pendiente un prado.
Aquella pobre casita era mi vivienda y la de mi madre; a aquel prado llevaba yo
de muchacho dos vacas a pacer. Si todos esos señores supieran que han conducido
en triunfo a un pobre aldeano de I Becchi, ¿qué te parece?... Son bromas de la
Providencia”.
Bromas de la
Providencia. Aquel campesino sabía bien lo que decía. Dios había estado grande
con él, como lo está siempre con los pequeños y los pobres. Es a los humildes a
quienes ensalza el Señor colmándolos de bienes. Y a aquel vaquero de I Becchi
la Providencia le había salido al encuentro llevándolo como en alas de águila y
protegiéndolo en la palma de su mano. Y ahora, envejecido y desgastado en el
ocaso de su existencia, ante la inmensidad de la obra acometida y la intensidad
de lo vivido, los ojos del anciano se
llenan de lágrimas reconociendo que sólo es un hijo de campesinos a quien Dios
lo rodeó de misericordia.
Fue un triunfo su viaje a Francia. Pero el
verdadero triunfo es el de la mirada al camino desde la cúspide de la montaña
contemplando el atardecer para reconocer, con la misma humildad de la fatiga en el sendero, que todo
es Dios.
1 comentario:
gracias por tus palabras al oído Pepe, gracias
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