miércoles, 16 de enero de 2013

Sin un céntimo


Cuenta el fiel secretario Viglietti en su crónica que el 16 de agosto de 1886 Don Durando, prefecto de la Congregación, entró en la habitación de Don Bosco y cogió todo el dinero del que Don Bosco disponía en ese momento para poder hacer frente a pagos imperiosos de la casa.
            Apenas salió de la habitación, entró una persona que esperaba para ver a Don Bosco y del que el secretario no ha trascrito el nombre. El anónimo personaje se sintió sorprendido al escuchar de Don Bosco:

-       Perdone si le he hecho esperar. Ha venido el prefecto de la Congregación y se ha llevado todo el dinero que tenía… y aquí ha quedado el pobre Don Bosco sin un céntimo…
-       Pero Don Bosco… y si en este momento usted tuviera urgente necesidad de una suma, ¿cómo haría?
-       ¡Oh, la Providencia!, dijo Don Bosco.
-       Providencia, providencia… está bien… exclamó aquel Señor. Pero ahora está sin dinero y si tuviese necesidad no dispondría de nada.

Cuenta Viglietti que Don Bosco lo miró con calma; sonriendo y con una mirada “inspirada” le dijo a aquel señor que fuera a la antesala y que allí encontraría una persona que traía un donativo para Don Bosco.

-       ¿Cómo dice? ¿De verdad? ¿Y quién se lo ha dicho?
-       Nadie me lo ha dicho… Yo lo sé y lo sabe María Auxiliadora. Vaya, vaya a ver.

Se acercó a la antesala y, en efecto, allí había un señor al que le preguntó:

-       ¿Viene usted a ver a Don Bosco?
-       Sí… vengo a entregar un donativo a Don Bosco.

Todos se quedaron de piedra. La Providencia. Siempre la Providencia. La que  nunca abandonó a Don Bosco y siempre salió al paso de sus necesidades por muy acuciantes que éstas fueran. Don Bosco lo sabía y confiaba. 

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