jueves, 31 de enero de 2013

Don Bosco y la transformación social


Don Bosco es consciente de la importancia de la educación de los jóvenes y del pueblo y promueve, en la Italia del siglo XIX, nuevos proyectos de prevención y de desarrollo. Su obra va mucho más allá de una mera acción paliativa y ante una situación socio-política que no tutelaba realmente a los niños y adolescentes, Don Bosco busca incidir en la realidad social de la Turín pre-industrial para hacer que las cosas puedan cambiar.
En su tiempo no se hablaba de los “derechos de los menores”, pero su esfuerzo se dirigió a devolver la dignidad a los jóvenes más vulnerables y a capacitarlos laboralmente para su inserción en la realidad social. Un buen ejemplo lo encontramos en los contratos de aprendizaje firmados “a pie de obra” por el propio Don Bosco, el patrón que asumía al trabajador y el propio joven. Fueron los primeros contratos, conservados aún en el Archivo Central de la Congregación, que entre 1851 y 1854 aseguraban condiciones dignas para los jóvenes aprendices cuando nadie se ocupaba de ellos y eran solo mano de obra barata, carne de explotación laboral. Fue otra revolución, paralela a la que comenzaba a desarrollarse en la Europa industrializada y que dejaba sentir sus primeros síntomas en la Italia de la segunda mitad del siglo XIX.
Don Bosco percibió que no era suficiente aliviar la situación de malestar y de abandono en que vivían sus muchachos (acción paliativa). Cada vez más claramente se sintió llevado a hacer un cambio cultural (acción transformadora), a través de un ambiente y una propuesta educativa que pudiera implicar a muchas personas identificadas con él y con su misión. Se dio cuenta de que no bastaba partir el pan de la solidaridad con los más necesitados, sino que era urgente poner en marcha un proyecto transformador y la llave estaba en la educación. Era necesario hacer palanca sobre los rígidos cánones de la naciente industria y la nueva economía burguesa para propiciar un cambio social. Se trataba, en efecto, de dar más a los que menos tenían y ofrecerles oportunidades para asegurarles la posibilidad de desarrollar todas sus potencialidades.
            La “obra de los Oratorios”, como le gustaba llamar a su proyecto el propio Don Bosco, fue el intento logrado de hacer protagonistas a los jóvenes de su propio futuro, de implicarlos en su desarrollo y en el cambio social, de canalizar todas sus energías de bien para propiciar una realidad nueva en medio de un mundo que nunca presta suficiente atención a los más vulnerables.
Don Bosco es, sobre todo, educador de jóvenes en situación de riesgo y exclusión. He aquí su apuesta en tiempos de ocaso y de cambio de paradigma socio-cultural y económico. Su desarrollo de la “preventividad”, en términos de educación,  ofrece singularidades que se expresan en la experiencia original vivida en Valdocco - Turín en la segunda mitad del siglo diecinueve. Son el propio contexto en el que se desarrolla su obra y los desafíos de los jóvenes en una sociedad en profundo cambio los que determinan la evolución y la madurez de su sistema. Es innegable que el bagaje y la sensibilidad personales, el contexto y las diferentes etapas en las que madura el proyecto salesiano marcan la inspiración básica de su experiencia pedagógica y van forjando al educador-pastor.
Don Bosco es hijo de una época y contemporáneamente transformador y renovador de un tiempo y un contexto que quizás hoy no se entenderían de igual modo sin su aportación educativa, religiosa y social. A nadie se nos escapa que su proyecto, prolongado en el tiempo, tiene la dimensión de las grandes obras que solo los grandes hombres pueden acometer. Al hombre, al educador, al fundador, lo forjó una época; pero se puede afirmar igualmente que un tiempo nuevo se acuñó con su proyecto.

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