Mis queridos amigos:
Nos lo ha transmitido una tradición que algunos llaman “menor”. Puede que, desde luego, no sea uno de lo grandes episodios de la vida de Don Bosco, pero a mi me parece un relato entrañable y uno de los más deliciosos de la vida de nuestro padre.
Cuentan que aquella mañana un joven sacerdote paseaba por las calles de Turín dándole vueltas, quizás, a cómo ingeniárselas para darle estabilidad a su incipiente oratorio que acogía chicos de los arrabales de la ciudad. Aunque absorto en sus preocupaciones, decidió, al ver la barbería insólitamente vacía, entrar a afeitarse. Con sorpresa, una vez en el interior de local, se da cuenta de que el patrón no está. Se topa, sin embargo, con un chaval adolescente que barre el suelo.
- ¡Hola! Soy Don Bosco. ¿No está tu patrón?
- No, Señor. Ha salido un momento, comentó tímidamente aquel joven.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó el cura con una sonrisa acogedora y simpática.
- Carlos, señor.
- ¿Cuántos años tienes, Carlos?
- 15.
- ¿Sabes afeitar, Carlos?
- Bueno... yo..., no sé, llevo sólo dos días, exclamó atemorizado el muchacho.
- Ya que tu patrón no está... ¿por qué no lo intentas?
- Pero..
- Vamos, no te preocupes. Empieza a enjabonarme.
El chico replicó todavía un poco, pero para entonces Don Bosco estaba sentado ya en el sillón de la barbería con ademán de colocarse él mismo el babero. Carlos dejó la escoba y casi temblando terminó de colocar al cura en su asiento y lo dispuso para el afeitado. Don Bosco continuó con la conversación casi sin tregua, y el muchacho empezó, a regañadientes, a enjabonar el rostro del cura.
En esas estaban cuando de repente entra el patrón y al ver al aprendiz afeitando a su cliente dio una voz preocupada e impositiva:
- ¡No! Quieto muchacho, déjalo. Ya sigo yo. Don Bosco, perdone, pero todavía no ha aprendido a afeitar.
- Bueno, no importa. Con alguien tendrá que aprender. Deje que siga él...
- Pero Don Bosco...
- No se preocupe. Ya nos hemos hecho amigos y seguro que lo hará muy bien.
El patrón refunfuñó, pero por respeto al sacerdote, permitió seguir al aprendiz. El muchacho reemprendió la tarea con más confianza y haciendo de la necesidad virtud continuó el afeitado. A duras penas llegó al final pero resultó todo un triunfo. Aquel cura simpático parecía diferente a los demás.
Podemos imaginar que de aquel afeitado Don Bosco se llevó a casa más de un corte en la piel, pero se llevó también el corazón de aquel chico. Carlos no se separaría nunca más de Don Bosco. Fue su amigo. Creció con él en el oratorio, fue uno de sus primeros colaboradores y estuvo siempre a su lado hasta su muerte.
Carlos le devolvió a Don Bosco, ya anciano, aquel corazón de plata que los antiguos alumnos de todo el mundo conocen tan bien. Corazón salesiano, corazón agradecido, corazón como el del padre que supo querer tanto a los que nunca nadie había querido.
Tradición menor, dicen. Puede que sea así. Pero refleja a las mil maravillas quien era aquel cura de sonrisa ancha y mano siempre tendida: dar el primer paso, confiar en el joven, hacerlo protagonista, creer en sus posibilidades, ganar su corazón. Si, la educación es cosa del corazón. Este es su legado. Nosotros, los herederos de su sueño.
Vuestro amigo
José Miguel Núñez
Nos lo ha transmitido una tradición que algunos llaman “menor”. Puede que, desde luego, no sea uno de lo grandes episodios de la vida de Don Bosco, pero a mi me parece un relato entrañable y uno de los más deliciosos de la vida de nuestro padre.
Cuentan que aquella mañana un joven sacerdote paseaba por las calles de Turín dándole vueltas, quizás, a cómo ingeniárselas para darle estabilidad a su incipiente oratorio que acogía chicos de los arrabales de la ciudad. Aunque absorto en sus preocupaciones, decidió, al ver la barbería insólitamente vacía, entrar a afeitarse. Con sorpresa, una vez en el interior de local, se da cuenta de que el patrón no está. Se topa, sin embargo, con un chaval adolescente que barre el suelo.
- ¡Hola! Soy Don Bosco. ¿No está tu patrón?
- No, Señor. Ha salido un momento, comentó tímidamente aquel joven.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó el cura con una sonrisa acogedora y simpática.
- Carlos, señor.
- ¿Cuántos años tienes, Carlos?
- 15.
- ¿Sabes afeitar, Carlos?
- Bueno... yo..., no sé, llevo sólo dos días, exclamó atemorizado el muchacho.
- Ya que tu patrón no está... ¿por qué no lo intentas?
- Pero..
- Vamos, no te preocupes. Empieza a enjabonarme.
El chico replicó todavía un poco, pero para entonces Don Bosco estaba sentado ya en el sillón de la barbería con ademán de colocarse él mismo el babero. Carlos dejó la escoba y casi temblando terminó de colocar al cura en su asiento y lo dispuso para el afeitado. Don Bosco continuó con la conversación casi sin tregua, y el muchacho empezó, a regañadientes, a enjabonar el rostro del cura.
En esas estaban cuando de repente entra el patrón y al ver al aprendiz afeitando a su cliente dio una voz preocupada e impositiva:
- ¡No! Quieto muchacho, déjalo. Ya sigo yo. Don Bosco, perdone, pero todavía no ha aprendido a afeitar.
- Bueno, no importa. Con alguien tendrá que aprender. Deje que siga él...
- Pero Don Bosco...
- No se preocupe. Ya nos hemos hecho amigos y seguro que lo hará muy bien.
El patrón refunfuñó, pero por respeto al sacerdote, permitió seguir al aprendiz. El muchacho reemprendió la tarea con más confianza y haciendo de la necesidad virtud continuó el afeitado. A duras penas llegó al final pero resultó todo un triunfo. Aquel cura simpático parecía diferente a los demás.
Podemos imaginar que de aquel afeitado Don Bosco se llevó a casa más de un corte en la piel, pero se llevó también el corazón de aquel chico. Carlos no se separaría nunca más de Don Bosco. Fue su amigo. Creció con él en el oratorio, fue uno de sus primeros colaboradores y estuvo siempre a su lado hasta su muerte.
Carlos le devolvió a Don Bosco, ya anciano, aquel corazón de plata que los antiguos alumnos de todo el mundo conocen tan bien. Corazón salesiano, corazón agradecido, corazón como el del padre que supo querer tanto a los que nunca nadie había querido.
Tradición menor, dicen. Puede que sea así. Pero refleja a las mil maravillas quien era aquel cura de sonrisa ancha y mano siempre tendida: dar el primer paso, confiar en el joven, hacerlo protagonista, creer en sus posibilidades, ganar su corazón. Si, la educación es cosa del corazón. Este es su legado. Nosotros, los herederos de su sueño.
Vuestro amigo
José Miguel Núñez
2 comentarios:
¡¡Cómo le dio confianza D.Bosco a este joven tímido!!
Nosotros intentamos con los chavales que nos rodean de darle algo muy importante, hacerlo que se sientan queridos, que ellos pueden con lo que hacen.
No hace mucho me dijo una joven de 16 años de málaga, que cuando fuera mayor quería ser como yo,¡¡ ufu qué responsabilidad!! No terminó allí su conversación, ya que me dijo que rezaba por mí (estuve operada), pues según ella yo le ayudaba a ser eficaz.
No creo que sea obra mía, ya que Dios se vale de nosotros y somos un cablecito de unión con Él y los que nos rodean.
Gracias amigo, me fascina la vida de nuestro Fundador.
Un abrazo, desde ya muchísimas felicidades en su onomástica. Josefa González
Que historia tan bonito Jose Miguel!! Como confió Don Bosco en las manos inexpertas del joven.. haciendo con él dos grandes cosas: la primera, enseñarlo en el oficio que desempeñaba, y la segunda, hacer de su corazón un corazón salesiano. Y no solo fueron esas dos cosas, sino que cambió el rumbo de su vida por completo! Que grande Don Bosco! Que Dios nos ayude, para como él, hacer cambiar el rumbo de la vida de nuestros chavales, y hagamos de ellos buenos cristianos y honrados ciudadanos.
Un abrazo!
M.Ángeles Mazo .Rota.
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