El Domingo de Ramos de 1846 fue 5 de abril. En aquellos días Don Bosco andaba preocupado por dar una sede estable a su incipiente Oratorio. El tiempo se agotaba sin encontrar una solución después de los últimos intentos fallidos. El alquiler del prado Filippi no resulto. Tuvieron que abandonar el lugar semanas más tarde porque el dueño les había dado un ultimatum ante los destrozos de cada domingo. Los habían echado de todas partes y cerrado las puertas de donde había llamado con la esperanza de una respuesta positiva.
La dificultad, la incertidumbre y la soledad de aquellos momentos las narra él mismo con mucha crudeza en las Memorias de Oratorio:
La dificultad, la incertidumbre y la soledad de aquellos momentos las narra él mismo con mucha crudeza en las Memorias de Oratorio:
“Al contemplar aquella multitud de niños y jóvenes, yo pensaba en la rica mies que esperaba a mi sacerdocio y sentía mi corazón estallar de dolor. Estaba solo, sin ninguna ayuda, casi sin fuerzas y con la salud debilitada, y ya no sabía donde reunir a mis pobres muchachos. Para esconder mi dolor, vagaba por sitios solitarios. Recuerdo que se me llenaron los ojos de lágrimas... Entonces, levantándolos hacia el cielo, supliqué: “¡Oh Dios mío! Indícame un lugar en el que pueda reunirme el domingo con mis chicos o dime que he de hacer…”.
Estas palabras fueron escritas mucho más tarde, pero revelan el sufrimiento de unos momentos duros que quedaron marcados en su mente y en su corazón aquel domingo de pasión.
Solo, sin ayuda, casi sin fuerzas… Una situación extrema que Don Bosco vivió intensamente hasta el punto de experimentar un gran dolor en el corazón. Sentía, quizás, que todos los esfuerzos habían sido en vano y que la débil obra apenas comenzada podría terminar en breve sin que hubiera podido hacer nada para evitarlo.
Sabía que sólo podía levantar los ojos al cielo: “Dime, Dios mío, que tengo que hacer…”.
No hubo ningún ángel. Solo un hombre llamado Pancracio Soave que, en nombre del Señor Pinardi le hizo una oferta inesperada:
- “He oído que el señor cura anda buscando un lugar para un laboratorio… Conozco uno. El cobertizo de un amigo mío que se llama Pinardi. Se lo alquila por 300 liras al año, con contrato…
Finalmente un techo. Un cobertizo, unas paredes en mal estado, un terreno… las primeras raíces. Casi cinco años tardaría Don Bosco en comprar la casa Pinardi y los terrenos adyacentes, pero la semilla estaba plantada. Dios escuchó. Y Don Bosco comenzó a sentir más firme el suelo bajo sus pies.
Fue su particular domingo de pasión en aquel lejano 1846. Pero Don Bosco aprendía a confiar cada vez más en la Providencia en cada experiencia de provisionalidad, de abandono, de dificultad, de soledad. Dios abría siempre el camino e indicaba una senda nueva.
Con razón, aquel Domingo de Ramos, después de tantas incertidumbres, pudo decir a sus muchachos sonriente y entusiasmado: “¡El domingo que viene tendremos nuestro propio lugar para el Oratorio!". El 12 de abril de 1846, Don Bosco tomó posesión del cobertizo Pinardi. Su nueva casa. Nuestra Porciúncula. Aquel día fue el inicio de una nueva andadura. Era Pascua de Resurrección.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
Solo, sin ayuda, casi sin fuerzas… Una situación extrema que Don Bosco vivió intensamente hasta el punto de experimentar un gran dolor en el corazón. Sentía, quizás, que todos los esfuerzos habían sido en vano y que la débil obra apenas comenzada podría terminar en breve sin que hubiera podido hacer nada para evitarlo.
Sabía que sólo podía levantar los ojos al cielo: “Dime, Dios mío, que tengo que hacer…”.
No hubo ningún ángel. Solo un hombre llamado Pancracio Soave que, en nombre del Señor Pinardi le hizo una oferta inesperada:
- “He oído que el señor cura anda buscando un lugar para un laboratorio… Conozco uno. El cobertizo de un amigo mío que se llama Pinardi. Se lo alquila por 300 liras al año, con contrato…
Finalmente un techo. Un cobertizo, unas paredes en mal estado, un terreno… las primeras raíces. Casi cinco años tardaría Don Bosco en comprar la casa Pinardi y los terrenos adyacentes, pero la semilla estaba plantada. Dios escuchó. Y Don Bosco comenzó a sentir más firme el suelo bajo sus pies.
Fue su particular domingo de pasión en aquel lejano 1846. Pero Don Bosco aprendía a confiar cada vez más en la Providencia en cada experiencia de provisionalidad, de abandono, de dificultad, de soledad. Dios abría siempre el camino e indicaba una senda nueva.
Con razón, aquel Domingo de Ramos, después de tantas incertidumbres, pudo decir a sus muchachos sonriente y entusiasmado: “¡El domingo que viene tendremos nuestro propio lugar para el Oratorio!". El 12 de abril de 1846, Don Bosco tomó posesión del cobertizo Pinardi. Su nueva casa. Nuestra Porciúncula. Aquel día fue el inicio de una nueva andadura. Era Pascua de Resurrección.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
1 comentario:
¡¡Qué gozada de narración amigo Pepe!!
Cierto,D. Bosco, le costo lagrimas y sudores.Pero es admirable que no abandonara ante tantas negativas (eso pensaba yo cuando leía su biografía) Todo tiene su recompensa, fue tenaz, tenía claro que no podía dejar a esos jóvenes abandonados, su dedicación a ellos es heroica, no dejó a nadie desatendido cuando consiguió su rincón para comenzar su Oratorio.
¡Cuántas gracias daría a Dios por la providencia que le sale al paso!! Estoy segura que su vida estaba llena de Dios, por tanto todo lo que emprendió (aunque le costó) fue bendecido.
Un abrazo amigo. Josefa
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