lunes, 28 de febrero de 2011

SANTIDAD Y ALEGRIA

Son las palabras del joven Domingo Savio a un compañero que acababa de llegar al Oratorio de San francisco de Sales de Turín:

“Aquí, en la casa de Don Bosco, nosotros hacemos consistir la santidad en vivir muy alegres”.

Es la expresión de la espiritualidad sencilla y profunda que el santo de los jóvenes ayudó a vivir a sus muchachos.

En un ambiente positivo, de extraordinaria familiaridad y confianza, Don Bosco propone a sus chicos una experiencia de hondura creyente y de radicalidad evangélica. En el Oratorio, la educación se convierte en un auténtico “lugar teológico” para la evangelización. Algunos no supieron captarlo, otros vivieron rutinariamente una religiosidad capilar, pero muchos de sus jóvenes encontraron en él un maestro de espíritu que les acompañó en el descubrimiento de Dios, en quien centraron la propia vida porque fue el tesoro más preciado que encontraron nunca.

Junto a Don Bosco experimentaron la bondad y la misericordia de Dios, descubrieron el gozo del perdón y la grandeza del proyecto de vida de las bienaventuranzas del Reino. Jesucristo fue su amigo; su Palabra, camino de vida; la Eucaristía fuerza cotidiana para vivir una entrega cotidiana sencilla y generosa.

Una santidad al alcance de todos. Una propuesta de vida evangélica que llenaba el corazón de gozo y se expresaba en la alegría desbordante, el sentido de la fiesta, la responsabilidad hacia las propias obligaciones y la preocupación por hacer el bien a los demás.

Don Bosco no tenía grandes proyectos educativo-pastorales. Pero el evangelizador evangelizado se hizo compañero de camino y acompañó con maestría el camino de crecimiento y maduración de sus muchachos proponiendo, sin ambages, una pastoral juvenil de la alegría y la santidad cuyo único secreto fue anunciar con la propia vida que Dios es amor y misericordia entrañable. Lo demás fue cosa del Espíritu.

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