Para Don Bosco, pensar en sus muchachos era – desde el inicio – pensar en pan que poder ofrecer cada mañana para afrontar con fuerza la jornada; ropa con la que vestir ante la desnudez de la pobreza; trabajo con condiciones dignas que posibiliten a los chavales ser personas; escuela en la que instruir y hacer crecer el sentido de la responsabilidad; cariño para todos los que no habían experimentado nunca el calor del afecto; futuro más esperanzador para los que la vida les había negado todo… Era, en definitiva, la expresión del corazón del padre que piensa siempre y en primer lugar en sus hijos. Era presencia cercana y palabra amistosa; mirada buena y empeño por abrir puertas en la vida de sus muchachos; gesto cariñoso y desvelos nocturnos pensando cómo hacer.
Pero, sobre todo, Don Bosco los preparó para el trabajo y para afrontar la vida con decisión. La capacitación y la inserción laboral se convirtieron en opciones estratégicas para Don Bosco. Y junto a este prepararles para la vida, la propuesta religiosa ofrecía la oportunidad de acompañar a los jóvenes hacia Dios, dador de todo bien. Su propuesta se hizo realidad en un proyecto que ayudó a los muchachos a ser ciudadanos honestos y artífices de transformación social al tiempo que cristianos comprometidos portadores de valores capaces de regenerar el tejido social de la sociedad de su tiempo.
Escribe Don Bosco en las Memorias del Oratorio, refiriéndose a los orígenes de Valdocco y el inicio de los talleres en el oratorio:
“Apenas se pudo disponer de otras habitaciones, aumentó el número de aprendices artesanos, que llegó a ser de quince; todos escogidos de entre los más abandonados y en peligro” (en el original añade: 1847).
Don Bosco escogió, lo expresa él mismo con claridad, a los jóvenes más abandonados y en peligro para el inicio de su oratorio. En nuestra familia, la preocupación por los últimos, por los más pobres, por los más abandonados ha sido siempre una constante y es una herencia comprometedora que hemos recibido de nuestro padre.
Por eso, para nosotros, uno de los criterios de significatividad de nuestras presencias salesianas deberá ser siempre la atención a los jóvenes más pobres y abandonados. Hemos de cultivar nuestra sensibilidad hacia los últimos. Nuestra opción preferencial deberá exigir también decisiones de gobiernos que conduzcan a nuestras obras hacia proyectos sociales de prevención y de atención a los excluidos. Una auténtica profecía para nuestro tiempo y una frontera que alcanzar en nuestro volver a Don Bosco.
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