Mis queridos amigos:
Siendo Don Bosco joven sacerdote hubo de sufrir en más de una ocasión la incomprensión de sus coetáneos y compañeros en el ministerio. La personalidad de Don Bosco era arrolladora y su creatividad pastoral así como su impulso apostólico, no cuadraban demasiado bien con los cánones de la época que atribuían al estado clerical cierta gravedad y compostura.
El clero de Turín no alcanzaba a comprender a aquel sacerdote joven y lleno de vitalidad que andaba siempre rodeado de niños y jóvenes harapientos y maleducados, gente baja sin oficio ni beneficio que no hacía más que provocar malestar y amedrentar a una sociedad bien estante en la que parecía no haber sitio para ellos.
Don Bosco andaba adelante sin hace mucho caso de las habladurías y tratando de abrirse paso entre las dificultades para poder percibir mejor la misión que Dios le tenía encomendada. No dejó de visitar las cárceles ni de congregar un número cada mayor de jóvenes en el patio de la parroquia de San Francisco de Asís, en el Convicto o en los locales del pequeño hospital de Santa Filomena, propiedad de la Marquesa de Barolo.
Lo cierto es que su trabajo y su acción pastoral a favor de los jóvenes abandonados y en peligro de exclusión social no dejaba indiferente a nadie y muchos no lograban entenderlo. Interrogado sobre este asunto el Director del Convicto Eclesiástico y confesor de Don Bosco, Don Cafasso, éste respondió:
“¿Sabéis vosotros quién es Don Bosco? Yo, cuanto más lo conozco, menos lo entiendo. Lo veo simple y extraordinario, humilde y grande, pobre y con vastísimos planes. Contrariado, incapaz casi, sale airoso de sus empresas. ¡Para mí Don Bosco es un misterio! Pero estoy seguro de que trabaja por la gloria de Dios. Dios lo guía. Dios sólo es el fin de sus acciones”.
Las sabias palabras de Don Cafasso expresaban a la perfección la admiración y la sorpresa que le producía aquel joven sacerdote inquieto, tenaz y algo testarudo. Pero el buen confesor sabía que en Don Bosco había mucho de Dios. Será que los santos se reconocen entre sí. Sea como fuere, sabía que había que dejarlo hacer.
Un misterio sí, pero conducido por la mano de Dios. Era imposible, de no ser así, entender el ingente trabajo sostenido por el celo pastoral a favor de las almas de aquel hijo de campesinos que se empeñó en discernir la voluntad de Dios sobre su vida en medio de las cárceles y en los arrabales de la ciudad.
Un misterio, si, pero alentado por la fuerza del Espíritu que le impulsó a declinar la oferta de buenos servicios pastorales con pingües ingresos y estabilidad de por vida para optar por la incertidumbre de un trabajo con jóvenes desarrapados y marginales que sólo creaban problemas y que para muchos eran sólo carne de presidio.
Un misterio, si, pero sostenido por la fuerza inexpugnable de la fe que se hacía esperanza cierta contra viento y marea porque encendido por una caridad comprometida y solidaria.
Don Cafasso lo intuyó bien. Sólo Dios lo guiaba. Sólo Dios. Y Él le dio “piernas de gacela y le hizo caminar por las alturas”. Aunque muchos no lo llegaran a entender. Es lo que sucede cuando se camina con la mirada en el suelo.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
Siendo Don Bosco joven sacerdote hubo de sufrir en más de una ocasión la incomprensión de sus coetáneos y compañeros en el ministerio. La personalidad de Don Bosco era arrolladora y su creatividad pastoral así como su impulso apostólico, no cuadraban demasiado bien con los cánones de la época que atribuían al estado clerical cierta gravedad y compostura.
El clero de Turín no alcanzaba a comprender a aquel sacerdote joven y lleno de vitalidad que andaba siempre rodeado de niños y jóvenes harapientos y maleducados, gente baja sin oficio ni beneficio que no hacía más que provocar malestar y amedrentar a una sociedad bien estante en la que parecía no haber sitio para ellos.
Don Bosco andaba adelante sin hace mucho caso de las habladurías y tratando de abrirse paso entre las dificultades para poder percibir mejor la misión que Dios le tenía encomendada. No dejó de visitar las cárceles ni de congregar un número cada mayor de jóvenes en el patio de la parroquia de San Francisco de Asís, en el Convicto o en los locales del pequeño hospital de Santa Filomena, propiedad de la Marquesa de Barolo.
Lo cierto es que su trabajo y su acción pastoral a favor de los jóvenes abandonados y en peligro de exclusión social no dejaba indiferente a nadie y muchos no lograban entenderlo. Interrogado sobre este asunto el Director del Convicto Eclesiástico y confesor de Don Bosco, Don Cafasso, éste respondió:
“¿Sabéis vosotros quién es Don Bosco? Yo, cuanto más lo conozco, menos lo entiendo. Lo veo simple y extraordinario, humilde y grande, pobre y con vastísimos planes. Contrariado, incapaz casi, sale airoso de sus empresas. ¡Para mí Don Bosco es un misterio! Pero estoy seguro de que trabaja por la gloria de Dios. Dios lo guía. Dios sólo es el fin de sus acciones”.
Las sabias palabras de Don Cafasso expresaban a la perfección la admiración y la sorpresa que le producía aquel joven sacerdote inquieto, tenaz y algo testarudo. Pero el buen confesor sabía que en Don Bosco había mucho de Dios. Será que los santos se reconocen entre sí. Sea como fuere, sabía que había que dejarlo hacer.
Un misterio sí, pero conducido por la mano de Dios. Era imposible, de no ser así, entender el ingente trabajo sostenido por el celo pastoral a favor de las almas de aquel hijo de campesinos que se empeñó en discernir la voluntad de Dios sobre su vida en medio de las cárceles y en los arrabales de la ciudad.
Un misterio, si, pero alentado por la fuerza del Espíritu que le impulsó a declinar la oferta de buenos servicios pastorales con pingües ingresos y estabilidad de por vida para optar por la incertidumbre de un trabajo con jóvenes desarrapados y marginales que sólo creaban problemas y que para muchos eran sólo carne de presidio.
Un misterio, si, pero sostenido por la fuerza inexpugnable de la fe que se hacía esperanza cierta contra viento y marea porque encendido por una caridad comprometida y solidaria.
Don Cafasso lo intuyó bien. Sólo Dios lo guiaba. Sólo Dios. Y Él le dio “piernas de gacela y le hizo caminar por las alturas”. Aunque muchos no lo llegaran a entender. Es lo que sucede cuando se camina con la mirada en el suelo.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
3 comentarios:
Muy buenas noches amigo Pepe.
Cuando leí tu reflexión anoche, me acosté pensando “misterio”
Por más que le daba vueltas, lo que recordaba de su fecunda vida era que había cumplido con la misión que Dios le encomendó, en el tiempo que le tocó vivir.
No era nada de fácil, la miseria, las persecuciones al clero, las calumnias etc.
Él se embarca en un reto, va analizando la vida de los jóvenes, explotados, vendidos al mejor postor por cuatro perras, desamparados.
El tuvo muy claro que su vida eran ellos, ¿cómo lo haría? La Providencia lo iba guiando.
Lo que más admiro de él, su celo apostólico, siempre dispuesto a sanar corazones destrozados por mil y una causas, no dejaba nada para el día siguiente.
Gracias amigo por ir recordándonos la vida de nuestro fundador, tal y cual le tocó vivirla, sin flores ¡¡Qué esas se las dio Dios!! Como nos dice el evangelio de hoy;
¡¡Hemos hecho lo que debíamos hacer!!
Un abrazo Josefa
Gracias amigo, por hacer de tus reflexiones una oración para los que amamos a Cristo y al Santo de los Jóvenes. Gracias
Querido Jose Miguel: Soy un joven sacerdote diocesano de Navarra. antiguo alumno salesiano, enamorado de Don Bosco. ¡Es un misterio de amor! Sí! ¿Cómo se puede decir que me basta que seais jóvenes para amaros? es sólo un misterio de amor. ¡Claro! La santidad de Don Bosco es reflejo de la santidad y del amor del Dios del cielo.
Gracias Padre por Don Bosco, bendice a sus salesianos, y a los que le queremos imitar.
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