Domenico Palestrino era un coadjutor salesiano a quien Don Bosco confió el cuidado del santuario de María Auxiliadora del que fue su sacristán y su custodio durante cuarenta y cinco años. Hombre bueno y sencillo, se ganó la confianza de Don Bosco que vio siempre en él el rostro de la santidad. Confió en él no sólo en el encargo delicado de cuidar el santuario sino que en no pocas ocasiones le pedía rezar por las necesidades imperiosas de la Congregación, seguro de que sus oraciones eran escuchadas. Don Bosco estaba convencido de que era un “pobre sacerdote” pero que tenía en Valdocco “muchos jóvenes santos”. Entre ellos, sin duda, el señor Palestrino. Después de haber hecho el noviciado, fue admitido enseguida a la profesión perpetua debido a su extraordinaria bondad y a su profunda espiritualidad.
Don Viglietti nos ha conservado en su crónica un episodio delicioso y lleno de la humanidad de Don Bosco, sufriente y cercano a la muerte, que pide a su secretario que llame al buen Palestrino. Era el 24 de enero de 1888. Relata Don Viglietti:
“(Esta mañana) Don Bosco se sintió muy mal. Los médicos los encontraron como si hubiera retrocedido un mes. Hoy me mandó llamar a Palestrino, el sacristán, me dijo que le dijera que todo el tiempo que le quedaba estuviese rezando a Jesús y a María porque en estos últimos momentos se mantuviera con fe viva esperando su hora. Yo llamé a Palestrino, habló con Don Bosco: él le repitió lo mismo llorando y lo bendijo. Don Bosco esta tarde se encuentra bastante mejor; él dice que es gracias a la oración de Palestrino”.
Estas líneas tienen un hondo significado. Don Bosco está a punto de morir y se pone en manos de uno de sus muchachos confiado en la fuerza de su oración. Es más, está convencido que la leve mejoría que siente al atardecer es consecuencia de la santidad y de la sencilla oración de uno de sus más humildes salesianos.
Pero Don Bosco no le pide a Palestrino que rece para curarse. Le ruega que ore al Señor para que pueda mantenerse firme en la fe hasta el último momento. Nuestro padre sabe que el momento está cerca. Se siente en el tramo final. Y sólo pide que Dios le dé fuerzas y lo mantenga con una fe viva esperando su momento. ¡Grande Don Bosco! Sabe que su vida está en manos del Señor y solo desea ser fiel hasta el final. Las fuerzas flaquean. Y aquí interviene la oración: “Señor dame fuerzas y mantenme firme en la fe hasta el final”. Un santo que experimenta su debilidad y sabe de la santidad de su salesiano pidiéndole su intercesión ante el Padre. Fuera de lo común.
La escena evoca el ambiente de piedad de Valdocco. Se respira espiritualidad y la presencia de Dios es experimentada con mucha fuerza. Así lo vivió Don Bosco y así lo transmitió a sus salesianos y a los jóvenes del Oratorio. Dios se ocupa de nosotros. Escucha nuestra plegaria y no nos abandona nunca. Bien es sabido que cuando Don Bosco, en plena actividad, tenía alguna intención especial mandaba a sus mejores muchachos a rezar ante Jesús sacramentado. Estaba convencido de que Dios escucha más fácilmente la oración de los pequeños y sencillos.
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