Su nombre era Wentinam “¿Quién me ama?”. Esto quería decir su nombre en su lengua materna: Wentinam “¿Quién me ama?” ¿Quién te ama? ¡Dios te ama! ¡Nosotros te hemos querido! Y aquí estamos contigo, rogando al Señor por ti, rogando al Señor por nosotros, para que tu vida y tu historia no sólo queden en nuestra memoria, sino que queden en nuestro corazón, allí donde los sentimientos son más puros, más auténticos, más de Dios. Y te recordaremos siempre porque fuiste de los nuestros, de nuestra casa, de nuestra familia, de los hijos de Don Bosco, nuestro hijo, y nuestro hermano, y nuestro amigo.
Ya no tienes más estrechos que cruzar, ni más desiertos que atravesar, ni más sueños que perseguir. Ya no hay más montes en los que ocultarte ni más vallas que saltar. Hiciste tu última travesía. Esta si te condujo a la tierra prometida, la que soñaste, la que anhelaste, la que viniste buscando en esta orilla al dejar atrás un futuro incierto. Diste un salto hacia delante y mira, Dios te escuchó. Pedías un milagro y el milagro se cumplió: ya no hay más sombras en tu vida, ni más sed, ni más dolor. Sólo te queda el amor.
Viniste y te abrimos nuestra puerta. Compartimos el techo y la mesa, la vida y los sueños. Hicimos solo lo que teníamos que hacer: acoger y compartir. ¿No es ese el Evangelio de Jesús? El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge a mí... No se puede especular con el Evangelio, no se puede especular con las vidas de las personas, no se puede especular con la intensidad con la que se abraza a un hombre, a un ser humano cuando éste clama, sangrando por la boca, una oportunidad y una mano que le sostenga.
Fuiste hombre de fe profunda. Te fortalecía la confianza en el Dios que te precedía. Tenaz hasta la extenuación, experimentaste tantas veces cómo el Señor te sostenía. ¿Te acuerdas cuando me contaste que ni siquiera una serpiente a tu lado te hizo mal? Sabías que Dios te llevaba como en alas de águila, en la palma de su mano, siempre por delante abriendo el mar para ti... siempre abriendo el mar.
Alentaste la esperanza de un futuro mejor. No sólo para ti. “Mi primera falta delante de Dios – me dijiste - será existir sin hacer nada por la humanidad, sobre todo por la humanidad marginal, abandonada a su suerte, aquellos a los que la sociedad llama sin la menor vergüenza ‘chicos de la calle’, muy sucios bajo los sacos en el mercado o en las calles; ellos nos descubren el rostro de Dios escondido bajo las miserias que nuestras desigualdades sociales les han provocado”. Querías volver pronto a África para – como tú mismo decías - hacer fructificar la semilla. Hombre luchador, hombre de esperanza recia, hombre de sueños.
Y ahora sólo te queda el amor. El amor que la vida, en muchas ocasiones, te negó. Pero has sabido besar, has sabido hablar al corazón y has conquistado la amistad de muchos, el cariño de tu madre y tus hermanos que quedaron allá en tu aldea, el cariño de los salesianos que te acogieron en Kara, de los niños a los que acompañaste en los pequeños hogares como educador; de los amigos que cuidaste en tu país, de los salesianos que hemos sido tu familia y tu casa en estos meses, de amigos, médicos, enfermeras, de todos a los que conociste y supiste hablarles al corazón.
Y ahora sólo te queda el amor. Wentinam “¿Quién me ama?” Dios te ama, Cyriaque, Dios te abraza, Dios te ha conducido, abierto el mar, a la Vida Plena. Intercede, ante el Padre, para que tu viaje, tu historia y tu mirada cruzada con la nuestra en la travesía, no hayan sido en vano.
Ya no tienes más estrechos que cruzar, ni más desiertos que atravesar, ni más sueños que perseguir. Ya no hay más montes en los que ocultarte ni más vallas que saltar. Hiciste tu última travesía. Esta si te condujo a la tierra prometida, la que soñaste, la que anhelaste, la que viniste buscando en esta orilla al dejar atrás un futuro incierto. Diste un salto hacia delante y mira, Dios te escuchó. Pedías un milagro y el milagro se cumplió: ya no hay más sombras en tu vida, ni más sed, ni más dolor. Sólo te queda el amor.
Viniste y te abrimos nuestra puerta. Compartimos el techo y la mesa, la vida y los sueños. Hicimos solo lo que teníamos que hacer: acoger y compartir. ¿No es ese el Evangelio de Jesús? El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge a mí... No se puede especular con el Evangelio, no se puede especular con las vidas de las personas, no se puede especular con la intensidad con la que se abraza a un hombre, a un ser humano cuando éste clama, sangrando por la boca, una oportunidad y una mano que le sostenga.
Fuiste hombre de fe profunda. Te fortalecía la confianza en el Dios que te precedía. Tenaz hasta la extenuación, experimentaste tantas veces cómo el Señor te sostenía. ¿Te acuerdas cuando me contaste que ni siquiera una serpiente a tu lado te hizo mal? Sabías que Dios te llevaba como en alas de águila, en la palma de su mano, siempre por delante abriendo el mar para ti... siempre abriendo el mar.
Alentaste la esperanza de un futuro mejor. No sólo para ti. “Mi primera falta delante de Dios – me dijiste - será existir sin hacer nada por la humanidad, sobre todo por la humanidad marginal, abandonada a su suerte, aquellos a los que la sociedad llama sin la menor vergüenza ‘chicos de la calle’, muy sucios bajo los sacos en el mercado o en las calles; ellos nos descubren el rostro de Dios escondido bajo las miserias que nuestras desigualdades sociales les han provocado”. Querías volver pronto a África para – como tú mismo decías - hacer fructificar la semilla. Hombre luchador, hombre de esperanza recia, hombre de sueños.
Y ahora sólo te queda el amor. El amor que la vida, en muchas ocasiones, te negó. Pero has sabido besar, has sabido hablar al corazón y has conquistado la amistad de muchos, el cariño de tu madre y tus hermanos que quedaron allá en tu aldea, el cariño de los salesianos que te acogieron en Kara, de los niños a los que acompañaste en los pequeños hogares como educador; de los amigos que cuidaste en tu país, de los salesianos que hemos sido tu familia y tu casa en estos meses, de amigos, médicos, enfermeras, de todos a los que conociste y supiste hablarles al corazón.
Y ahora sólo te queda el amor. Wentinam “¿Quién me ama?” Dios te ama, Cyriaque, Dios te abraza, Dios te ha conducido, abierto el mar, a la Vida Plena. Intercede, ante el Padre, para que tu viaje, tu historia y tu mirada cruzada con la nuestra en la travesía, no hayan sido en vano.
NB. Cyriaque era togolés. Vino a España "sin papeles" buscando una vida mejor y persiguiendo un sueño. A los pocos meses de estar entre nosotros un cancer de hígado acabó con su vida. Justo el día antes de morir, ironías de la vida, nos llegó el permiso de residencia por el que tanto luchamos durante meses. Dejó entre nosotros una profunda huella. Un hombre tenaz, luchador, con una confianza inquebrantable en Dios. Este mes de febrero hace cuatro años de su muerte. Con todo el cariño.
1 comentario:
¡¡Qué vivencia más conmovedora!!
Gracias amigo por hacernos participes de ella, no he podido dejar de emocionarme.
Aquí en málaga lo estamos viendo en vuestras obras de la fundación Proyecto D. Bosco.
Los jóvenes que se atienden son casi todos “extranjeros” aunque no me gusta el término es así.
También están esperanzado a una vida mejor, lo palpé cuando hace unos días lo visitamos algunos de nosotros que colaboramos con ellos. Les vi esas caras de ansias por saber algo para tener derechos, casi todos de forma ilegales. Te sientes impotente de no poder cambiar esté mundo tan injusto.
¡¡Gracias a Dios hay muchos hombres y mujeres que en su corazón no hay fronteras, sino Amor !!
Un abrazo amigo. Josefa
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