Mis queridos amigos:
He recibido una carta estos días que me ha llenado de alegría y me ha “pillado” las entrañas. Espero que Tètouwala, mi joven amigo togolés, no se enfade conmigo por compartir con vosotros parte de su historia. Le pedí hace unos meses que me contara cuál había sido su experiencia con los salesianos, especialmente con José Antonio Rodríguez Bejarano, quien lo acogió en el Foyer Don Bosco (Kara – Togo) cuando, siendo sólo un niño, había sido expulsado de su familia acusado de brujería. He aquí parte de su testimonio:
“Hacía dos años que vivía en la calle. Mi propia familia me había abandonado después de la muerte de mi mamá. Mi querida mamá me dejó el 17 de junio de 1990, dos años después de la muerte de mi papá. Acusado de brujería, decidieron que no podía seguir viviendo con nadie y me echaron de casa (...) Pero una nueva página de mi vida se abría cuando otras se habían cerrado. El hombre abandona al hombre, pero Dios nunca lo abandona: el 14 de noviembre de 1992, el P. Antonio se cruzó en mi vida y me llevó a una casa donde vivían muchos otros chavales. En medio de ellos me di cuenta de que su situación era muy semejante a la mía (...).
Tuve la ocasión de retomar los estudios y la paternidad y el afecto que necesitábamos los recibíamos de los salesianos (...) El día a día nos hacía constatar que hay hombres en el mundo que piensan en el bien de los demás y se olvidan de sí mismos. ¡Era un descubrimiento magnífico y maravilloso...! Y lo mejor es que, en medio de aquella situación, me sentía – particularmente – el más querido por el P. Antonio. Yo sabía muy bien que él estaba siempre con los chavales, pero cuando estaba conmigo me transmitía todo el afecto que yo necesitaba. Así nació también mi cariño por él y se hizo grande. Él se convirtió para mí en un padre, en mi papá.
Un día me di cuenta de que no era yo solo el que era amado así. Todos los compañeros con los que hablaba se creían los más queridos. P. Antonio había llegado a ser el papá personal de todos, de cada uno en particular (...). Me hizo la promesa, como a todos mis compañeros, de que estaría siempre con nosotros en nuestra batalla por la vida y que nos sostendría todas las veces que hiciera falta. Pero el buen Dios tenía otros planes...”
He recibido una carta estos días que me ha llenado de alegría y me ha “pillado” las entrañas. Espero que Tètouwala, mi joven amigo togolés, no se enfade conmigo por compartir con vosotros parte de su historia. Le pedí hace unos meses que me contara cuál había sido su experiencia con los salesianos, especialmente con José Antonio Rodríguez Bejarano, quien lo acogió en el Foyer Don Bosco (Kara – Togo) cuando, siendo sólo un niño, había sido expulsado de su familia acusado de brujería. He aquí parte de su testimonio:
“Hacía dos años que vivía en la calle. Mi propia familia me había abandonado después de la muerte de mi mamá. Mi querida mamá me dejó el 17 de junio de 1990, dos años después de la muerte de mi papá. Acusado de brujería, decidieron que no podía seguir viviendo con nadie y me echaron de casa (...) Pero una nueva página de mi vida se abría cuando otras se habían cerrado. El hombre abandona al hombre, pero Dios nunca lo abandona: el 14 de noviembre de 1992, el P. Antonio se cruzó en mi vida y me llevó a una casa donde vivían muchos otros chavales. En medio de ellos me di cuenta de que su situación era muy semejante a la mía (...).
Tuve la ocasión de retomar los estudios y la paternidad y el afecto que necesitábamos los recibíamos de los salesianos (...) El día a día nos hacía constatar que hay hombres en el mundo que piensan en el bien de los demás y se olvidan de sí mismos. ¡Era un descubrimiento magnífico y maravilloso...! Y lo mejor es que, en medio de aquella situación, me sentía – particularmente – el más querido por el P. Antonio. Yo sabía muy bien que él estaba siempre con los chavales, pero cuando estaba conmigo me transmitía todo el afecto que yo necesitaba. Así nació también mi cariño por él y se hizo grande. Él se convirtió para mí en un padre, en mi papá.
Un día me di cuenta de que no era yo solo el que era amado así. Todos los compañeros con los que hablaba se creían los más queridos. P. Antonio había llegado a ser el papá personal de todos, de cada uno en particular (...). Me hizo la promesa, como a todos mis compañeros, de que estaría siempre con nosotros en nuestra batalla por la vida y que nos sostendría todas las veces que hiciera falta. Pero el buen Dios tenía otros planes...”
Hasta aquí el relato de Tètouwala. José Antonio murió por un paludismo cerebral en 1995. Como el grano que cae en tierra y se rompe para dar fruto, su vida fue para muchos chicos togoleses, una palabra de parte de Dios que les hizo entender cuánto les quería. Hoy, mi amigo Tètouwala estudia tercero de sociología en la Universidad de Lomé y sigue luchando por ser feliz:
“¿Quién lo hubiera creído... ni siquiera yo mismo; yo que solo era un niño de la calle.. Las obras de P. Antonio continuarán fructificando por los siglos. Creo, y lo piensan también muchos de mis compañeros, que P. Antonio pronunció una bendición sobre todos nosotros, sus muchachos...”.
No basta amar... que se den cuenta de que son amados... ¿Te suena, verdad? A José Antonio, dijeron los médicos, le quedó intacto el corazón, sólo el corazón. No podía ser de otra manera: corazón grande, corazón del Buen Pastor, corazón salesiano, corazón apasionado hasta el final.
Uno de los nuestros. Como tú. Como yo.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
“¿Quién lo hubiera creído... ni siquiera yo mismo; yo que solo era un niño de la calle.. Las obras de P. Antonio continuarán fructificando por los siglos. Creo, y lo piensan también muchos de mis compañeros, que P. Antonio pronunció una bendición sobre todos nosotros, sus muchachos...”.
No basta amar... que se den cuenta de que son amados... ¿Te suena, verdad? A José Antonio, dijeron los médicos, le quedó intacto el corazón, sólo el corazón. No podía ser de otra manera: corazón grande, corazón del Buen Pastor, corazón salesiano, corazón apasionado hasta el final.
Uno de los nuestros. Como tú. Como yo.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez
3 comentarios:
¡¡Gracias Pepe por compartir éste testimonio!! No creo que se enfade Tètouwala, es un gran testimonio el que nos deja.
Tuve la impresión al leerlo que era D. Bosco, el sacerdote al que se refiere tu amigo¡¡P. Antonio se cruzó en mi vida!! En cuantas vidas no se cruzo D.Bosco. El P. Antonio se empapó de la vida y obra de nuestro fundador. ¡¡Cada uno de ellos eran los preferidos!! Amor personal, exquisito, cada uno recibió lo que en aquel momento necesitaba. Sintieron el amor pleno del Padre que era para ellos.
¡¡Qué Dios nos siga mandando muchos y santos sacerdote!! Que sean sal de la tierra y luz en este mundo tan falto de Dios.
Un abrazo. Josefa
Hola Pepe que tal? Que historia mas bonita. Triste pero con un final feliz, eso es lo mas importante. Al leerla me he acordado de nuestro querido D. Martín Rodríguez, gran salesiano, gran parroco y muy buena persona, que tanto hizo por nuestro pueblo San Jose del Valle y por nuestra gente (en mi pueblo lo nombramos hijo adoptivo y le pusimos una calle. De aqui se fué a Paraguay y alli sigue. Fundó la casa de DON BOSCOROGA para los niños de la calle, también es muy querido por todos. Desde aqui le mando un beso. Gracias a Dios hay personas como ellos que son tan valientes y humanos(todo lo que se diga es poco). Creo que la mejor forma de pagarle a estas personas es haciendo lo que este chico (el protagnista de la historia)prepararse y hacerse un hombre con todas las de la ley. Un abrazo.
Hola Pepe. Gracias por el testimonio. Me ha hecho estar un poco más cerca de Don Bosco este año, que por circunstancias he estado algo más alejado. Y también me ha hecho reflexionar sobre lo que importa de verdad y lo que no. Lo que está en un primer plano y lo que puede pasar a un segundo plano... Gracias, y buen mes de Febrero. ¡Un abrazo!
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