jueves, 17 de enero de 2013

Don Bosco, un pobre campesino


El viaje que realiza Don Bosco a París en 1883 resultó ser una auténtica apoteosis. Ya anciano y con numerosos achaques, con la obra salesiana en pleno desarrollo y con importante reconocimiento social y eclesial, su visita a las casas salesianas y a los benefactores franceses fue un viaje en el que la sociedad parisina expresó al santo sacerdote una profunda estima y gran veneración.
Don Bosco tiene 68 años y está envejecido. Busca dinero desesperadamente para terminar la construcción de la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. Como decía a menudo caminando encorvado y con paso lento, subiendo y bajando escaleras en las casas de sus benefactores, “Llevo la Iglesia del Sagrado Corazón a cuestas”.
El viaje por toda Francia durará cuatro meses, del 31 de enero al 31 de mayo. Fue agotador. Pero aquel viaje, como el que posteriormente realizará a España, contribuirá notablemente a forjar la imagen pública del “hombre de Dios”. Como bien reconoce uno de sus biógrafos más populares, Teresio Bosco, “Estos últimos trabajos no estuvieron al servicio de un templo, ni de los jóvenes pobres, sino de toda una generación que corría el riesgo de perder el sentido de Dios y los más grandes valores de la vida. Esta generación, en Francia y en España, descubre en él ‘el sentido de Dios’ y del ‘prodigarse por los demás’”.
Y así fue. Después del recibimiento entusiasta y de la emoción de la acogida, le acompañó el fervor de los católicos parisinos durante las cinco semanas que permaneció en la ciudad. Recibía visitas y se dejaba fotografiar: “Es un buen modo de interesar a la gente por mi obra”, decía.
Después de la apoteosis y de una colecta más que sustanciosa, volviendo en el tren hacia Turín, Don Bosco reflexiona sobre lo vivido. Nos recogen su conversación con Don Rua las mismas Memorias Biográficas:

“Es algo singular. ¿Recuerdas, Rua, el camino que va de Butigliera a Morialdo? Allí a la derecha, hay una colina; en la colina una casita; y, desde la casita al camino, se extiende por la pendiente un prado. Aquella pobre casita era mi vivienda y la de mi madre; a aquel prado llevaba yo de muchacho dos vacas a pacer. Si todos esos señores supieran que han conducido en triunfo a un pobre aldeano de I Becchi, ¿qué te parece?... Son bromas de la Providencia”.

Bromas de la Providencia. Aquel campesino sabía bien lo que decía. Dios había estado grande con él, como lo está siempre con los pequeños y los pobres. Es a los humildes a quienes ensalza el Señor colmándolos de bienes. Y a aquel vaquero de I Becchi la Providencia le había salido al encuentro llevándolo como en alas de águila y protegiéndolo en la palma de su mano. Y ahora, envejecido y desgastado en el ocaso de su existencia, ante la inmensidad de la obra acometida y la intensidad de lo vivido,  los ojos del anciano se llenan de lágrimas reconociendo que sólo es un hijo de campesinos a quien Dios lo rodeó de misericordia.
 Fue un triunfo su viaje a Francia. Pero el verdadero triunfo es el de la mirada al camino desde la cúspide de la montaña contemplando el atardecer para reconocer, con la misma  humildad de la fatiga en el sendero, que todo es Dios. 

1 comentario:

georgi dijo...

gracias por tus palabras al oído Pepe, gracias