“Don Rua, si quisiera, haría milagros”. Así se expresa Don Bosco en las Memorias Biográficas refiriéndose a Miguel, uno de sus primeros muchachos en Valdocco, su primer salesiano y su más fiel colaborador hasta su muerte.
El 29 de octubre la familia salesiana celebra su fiesta. El hoy beato es una de las figuras gigantescas de nuestra Congregación y sin embargo, para muchos, un gran desconocido.
Compartió con Don Bosco los primeros momentos del Oratorio, experimentó en primera persona su paternidad y descubrió junto a él horizontes anchos y hermosos para su vida. Se sintió tan amado y quiso tanto a Don Bosco que se quedó para siempre con él y junto a él caminó desde la más absoluta e incondicional fidelidad hacia el que siempre fue su padre.
Como el mismo Don Bosco le dijo cuando solo era un niño, Miguel fue en todo a medias con él. Don Rua creció a su lado, vivió los inicios de la Congregación, fue testigo del crecimiento y la expansión de nuestra familia y más tarde, con la fuerza del Espíritu consolidó la obra iniciada por el padre.
Fue el primer salesiano. Con la emoción y la sencillez de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, Don Rua dejó escrito en su cuaderno de notas cuanto aconteció aquella noche de enero de 1854 en la habitación de Don Bosco:
“El día 26 de enero de 1854, por la noche, nos reunimos en la habitación de Don Bosco. Además de Don Bosco, estábamos Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Nos propuso empezar, con la ayuda del Señor, una temporada de ejercicios prácticos de caridad con el prójimo. Después de ese tiempo, podríamos ligarnos con una promesa y esta promesa se podría transformar, más adelante, en voto. A partir de aquella noche se llamó ‘salesiano’ a todo el que adoptaba aquel género de apostolado”.
Aquel grupo de jóvenes era el presente y el futuro del sueño de Don Bosco que poco a poco se iba haciendo realidad entre los balbuceos de caminos inciertos pero con la determinación y la tenacidad de quien se sabe en manos de Dios.
Un año y algunos meses más tarde, el 25 de marzo de 1855, Miguel realizaba sus primeros votos privados delante de Don Bosco. Nadie más en aquella escena preñada de esperanza y hondamente significativa para nuestra historia salesiana. El acontecimiento tiene la portada de los inicios de las grandes obras. En la humildad de un rincón de Valdocco, sin gestos grandilocuentes, se alumbraba la Congregación Salesiana.
Don Rua trabajó con Don Bosco hasta la extenuación, escribió a su lado páginas hermosas de la historia salesiana y tomó el testigo al frente de la Congregación cuando el padre murió. Durante su rectorado, la Congregación se consolidó, se extendió y alcanzó un desarrollo como nadie hubiera podido imaginar. Permaneció fiel a Don Bosco imitando de él todo lo que aprendió a su lado. Don Bosco decía, Don Bosco pensaba, Don Bosco quería… Fue su fiel intérprete en tiempos difíciles y para generaciones de salesianos el hilo rojo que los unía al Fundador.
Como Don Bosco, Miguel Rua fue un sacerdote auténtico y veraz, un hombre de su tiempo y un hombre de Dios. Como el maestro, el discípulo también bebió del agua pura del manantial de Valdocco y en aquella irrupción de la gracia el Espíritu le condujo por veredas de santidad. Su memoria es hoy, para nosotros, compromiso de fidelidad.