martes, 31 de enero de 2012

Don Bosco, Buena Noticia de Dios para los jóvenes

La antigua liturgia de la fiesta de Don Bosco se expresaba así al referirse al Padre y Maestro de la juventud: “Dios le dio a Don Bosco un corazón tan grande como las arenas de las playas de los mares”.

Pocas frases logran expresar con tanta nitidez y tanta contundencia el don de Dios a la Iglesia, a la Familia Salesiana y a los jóvenes: ¡Un corazón tan grande como las arenas de las playas! Corazón de Padre, corazón generoso y entregado, corazón libre y apasionado, corazón magnánimo y misericordioso, corazón de Buen Pastor.

Don Bosco es, sin duda, una buena noticia de parte de Dios para los jóvenes. Cuando sólo tenía nueve años la Providencia le marcó la senda por donde caminar: “No con golpes, con amor”. Y su mirada se hizo bondad; su corazón latió con la fuerza de la caridad; sus manos abiertas fueron solidaridad creativa para transformar la pobreza en un futuro de esperanza.

En el principio fue, claro, la madre. Margarita: una mujer entera y cabal, tierna y fuerte, madre y padre a la vez. Supo contagiar a sus hijos del sentido de Dios que inunda la vida y genera confianza; les enseñó el sentido del trabajo y la solidaridad con los más necesitados. Fue la mejor escuela de santidad de la que aprendió Don Bosco. Margarita Occhiena fue, sin duda, el pecho en el que se acunó la propia Congregación Salesiana.

Y la Maestra... siempre la Maestra que le ayudó a ser fuerte y humilde. Siempre la Madre de la Consolación que lo sostuvo con su auxilio en cada tramo del camino. Siempre la Madre buena que cubrió con su manto a los pequeños de su hijo predilecto, aquel que la soñó como columna fuerte y compañera de camino en el emparrado de rosas.

Si, Juan Bosco fue presencia entrañable de Dios que paseaba por los arrabales de Turín, por las cárceles, por el despoblado de la historia donde vagaban aquellos que no han sido invitados al banquete. Se hizo para ellos: presencia encarnada, palabra de Dios, esperanza inquebrantable. “¡Dios te quiere! ¿No lo notas?” Y abrió para ellos el mar hacia una nueva tierra mil veces prometida y siempre preñada de futuro.

Don Bosco se hizo pan partido para sus queridos jóvenes: “aunque no tuviera más que un pedazo de pan... lo partiría a medias contigo”. Y sus jóvenes sabían que era cierto.

Don Bosco se hizo vino de fiesta para todos: ¡estad alegres! ¡Os lo repito: estad alegres! Y Domingo, Miguel, Juan, Francisco y tantos otros aprendieron que en la casa de Don Bosco “hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.

No hay mayor amor que dar la vida... ¡Qué bien lo entendió Don Bosco! Hasta su último suspiro fue para sus muchachos. Murió cansado, con las piernas hinchadas, casi ciego… como una sotana vieja... Ya se lo profetizó su amigo, el teólogo Borel, cuando Juan volvió a Turín después de recuperarse en I Becchi de la enfermedad que casi lo lleva a la tumba: ¡Lleva usted una sotana demasiado ligera! - le dijo - Se colgarán de ella muchos jóvenes! Así fue. Y aunque gastado, quedó siempre intacto el corazón.

Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan Bosco: una buena noticia para los jóvenes. Auténtico evangelio que sigue resonando aquí y ahora para que, en nombre del único Señor, todos – especialmente los pobres y abandonados - tengan vida y la tengan en abundancia.

viernes, 27 de enero de 2012

Don Bosco, el alma del Oratorio

A pesar de los años y de la progresiva madurez de la obra de Don Bosco, éste no dejó nunca de cuidar la “casa madre”. Valdocco estará siempre presente en su corazón y aunque la mente y los sueños volaban lejos, su alma permanecía unida al Oratorio y su anhelo pastoral lo mantenía en medio de sus jóvenes aunque físicamente estuviese lejos y se prolongaran más de la cuenta sus ausencias de Turín. En febrero de 1870, durante una de sus estancias en Roma, escribe a Don Rua:

“Aunque en Roma no me ocupe únicamente de la casa y de nuestros jóvenes, sin embargo mi pensamiento vuela siempre donde tengo mi tesoro en Jesucristo, a mis queridos hijos del Oratorio. Varias veces al día mi mente les hace una visita”.

Valdocco vive un periodo de madurez y Don Bosco hace navegar la creciente Congregación con las velas desplegadas. Nuevas fundaciones, nuevas fronteras, nuevos proyectos. Su actividad es incansable y su industriosa creatividad parece no tener límites. Su corazón, sin embargo, está en Valdocco.

Vale la pena descubrir en estos años de expansión y desarrollo no sólo al Don Bosco fundador e impulsor de una gran obra sino también al Don Bosco director y animador espiritual del Oratorio. Aunque pasaba largos periodos fuera, cuando estaba en casa se dedicaba en cuerpo y alma a la atención a las personas, a la confesión, a la animación de los chicos, al acompañamiento de los salesianos, al despacho de cuestiones domésticas… Aún cuando estaba ausente, su acción inspiradora ejercía un influjo más que notable y su palabra era iluminadora para sus más inmediatos colaboradores.

Don Bosco fue siempre el alma del Oratorio. Hasta sus últimos días. Aún enfermo y con pocas fuerzas, su actividad fue impresionante y su influjo decisivo. Ya postrado y recluido en su habitación muchas horas al día, recibía aún visitas, atendía asuntos de la casa, daba las buenas noches, confesaba… Para todos tenía una palabra, un gesto amable, una indicación que tomar en consideración.

Para muestra, un botón. Escribe su secretario personal, Don Viglietti, en su crónica el día 10 de abril de 1886 (menos de dos años antes de su muerte):

“Esta mañana Don Bosco tuvo muchas visitas (…) Después de comer, los jóvenes tuvieron un poco de alegría con la actuación de la banda (…) Don Bosco dio a todos un dulce; los jóvenes no cabían en sí de gozo por tener a Don Bosco con ellos. Papá está bastante bien, se le han calmado los dolores y está muy contento”.

Las actividades continuaron por la tarde recibiendo personas, pronunciando una conferencia y recibiendo donativos. Don Bosco tenía setenta y un años y estaba ya muy enfermo. Pero su corazón seguía latiendo y su latido era el de Valdocco. Como lo había sido en las últimas cuatro décadas. Era su casa, su familia, la tierra de la promesa hecha definitivamente realidad. Desde la atalaya de sus muchos años y del largo camino recorrido aquel viejo sacerdote seguirá siendo el alma de una heredad sólo concedida a los de corazón grande y mirada ancha. Más allá de confines y de la muerte su espíritu, el espíritu de Valdocco, seguirá dando vida a las casas salesianas de todos los tiempos.

domingo, 22 de enero de 2012

Apuntando a lo importante

Sabemos bien que en el epistolario de Don Bosco encontramos numerosas cartas dirigidas a jóvenes con los que mantuvo contactos puntuales o relaciones más dilatadas en el tiempo. En ellas, Don bosco se muestra como un buen acompañante espiritual. Toca el corazón de las personas, abre caminos en el proyecto vital de los jóvenes y orienta espiritualmente. Leemos en una de esas cartas dirigida al joven Severino Rostagno en septiembre de 1860:

“Ánimo, pues, hijo mío; sé firme en la fe, crece cada día en el santo temor de Dios; guárdate de los malos compañeros como de las serpientes venenosas, frecuenta los sacramentos de la Confesión y la Comunión; sé devoto de María Santísima y ciertamente serás feliz”.

Severino tenía 15 años y era huérfano de padre. Ese mismo año de 1860, en noviembre, entró en el Oratorio de Valdocco como estudiante, si bien estuvo en la casa sólo un año.

En la carta de septiembre, Don Bosco apunta a lo importante. Es esencial en su mensaje y no divaga. Se habían encontrado, tal como indica precedentemente en la carta, algún tiempo antes en un momento donde intercambiaron pocas palabras. La sencilla conversación debió quedar impresa fuertemente en el corazón del joven Severino porque así lo refirió a Don Bosco en la carta a la cual éste responde y de la que forma parte el párrafo referido. De pocas palabras es también la misiva que Don Bosco le envía, pero éstas tendrán el efecto de provocar la decisión del chico a venir a Valdocco seguramente cautivado por la fuerte personalidad humana y espiritual de aquel sacerdote que le escribe dándole ánimos y alentándole en la fe.

Pero no son sólo palabras genéricas dirigidas formalmente para salir del paso. Don Bosco personaliza el mensaje. Continúa la carta:

“Cuando te vi me pareció entrever algún designio de la Divina Providencia sobre ti; no te digo nada todavía. Si vienes otra vez a verme hablaré más claramente y conocerás la razón de ciertas palabras dichas entonces”.

Después de haberle dado algunas recomendaciones espirituales Don Bosco da un paso más. Hace referencia a su proyecto vital. Le hace preguntarse, cuestionarse, pensar. Parece decirle… ¿Has pensado en tu vida? ¿Has pensado en el proyecto que Dios tiene para ti? Como buen pedagogo, deja un espacio de libertad. Piénsatelo. Y cuando vuelvas a verme, hablamos. Te diré lo que pienso y veremos posibilidades futuras. Don Bosco personaliza, acompaña, ayuda a discernir. No se limita a la cáscara y apunta al interior, al propio camino, al futuro.

Cercano y discreto, Don Bosco abre puertas y es audazmente propositivo. Como con Severino, tratará con miles de jóvenes a lo largo de su vida. Sabrá ganar terreno en la relación personal y abrir espacios de confianza mutua. Desde aquí, desde la realidad personal de cada joven, podrá orientar, ayudar a discernir, acompañar. Es esta capacidad de auscultar el corazón y de generar confianza la que hará que muchos descubran en él un acompañante espiritual que, como un buen maestro, sabe conducir hacia aguas más profundas y abre cauces para crecer y madurar. El Don Bosco de lo grandes proyectos y la infatigable actividad es el mismo que se toma su tiempo para iluminar y alentar, para orientar y proponer, esperando pacientemente que el Espíritu haga madurar la semilla plantada en la buena tierra de sus jóvenes sabiamente cultivada.

lunes, 16 de enero de 2012

Para los jóvenes en peligro

A finales de 1852, como casi siempre, Don Bosco tiene que apretarse el cinturón para poder seguir adelante con su obra. El número creciente de chicos en Valdocco, la atención a los otros dos oratorios que ha asumido en la ciudad y - sobre todo – la construcción de la Iglesia de San Francisco de Sales le hacen verdaderamente difícil sostener económicamente la obra.

el mes de noviembre son enviadas desde Valdocco cartas destinadas a personas influyentes y con posibilidades. Son un grito, una mano extendida, casi como una tabla de salvación ante circunstancias cada vez más complicadas que obstaculizan las intenciones de Don Bosco. En ellas, el santo sacerdote da cuenta con claridad de la relevancia de su proyecto y del desarrollo que va adquiriendo en esta década la incipiente obra de los oratorios. El 8 de noviembre escribe al alcalde de Turín, Giorgio Bellono:

“Sobrecogido por los sentimientos de la más viva gratitud hacia su Ilustrísima y hacia todo el municipio turinés por el generoso subsidió que se me concedió el año pasado a favor de los Oratorios para la juventud en peligro, tengo el honor de hacerle notar que habiendo sido ayudado de esa manera pude continuar con esta obra de beneficencia pública y procurar una colocación a un considerable número de jóvenes abandonados los cuales, con mi plena satisfacción, han abandonado el camino del ocio y del vicio y se han dedicado al trabajo”

Agradeciendo la ayuda recibida, Don Bosco pide un nuevo subsidio para hacer frente “al alquiler, a la manutención de los tres oratorios y para ultimar los muchos gastos de la nueva construcción”. Las autoridades del ayuntamiento decidieron, con fecha 11 de diciembre, responder de nuevo positivamente a la petición de Don Bosco y salir al encuentro de las necesidades con 150 liras.

Pero lo importante es el acento puesto en la descripción de la obra de los oratorios. Estos se han fundado “para la juventud en peligro”. Por eso Don Bosco no duda en tildar su obra como de “beneficencia pública” puesto que está al servicio del bien común sacando a “del camino del ocio y del vicio” a los “jóvenes abandonados” procurándoles colocación y dedicándolos al trabajo honesto.

Días más tarde, el 22 de noviembre, escribiendo con los mismos motivos a los Señores de la Pia Opera della Mendicità Istruita añade algunos elementos interesantes, atendiendo a los destinatarios de la carta:

“Con el recuerdo agradecido del subsidio que los beneméritos Señores de la Pia Opera della Mendicità Istruita me concedieron hace tres años a favor de los tres Oratorios erigidos en esta ciudad para recoger e instruir en las ciencias elementales y en la religión a la juventud abandonada y en peligro (…) de nuevo acudo a ustedes rogándoles que tomen en su benigna consideración esta particular necesidad y me sea concedido el subsidio que según su caridad sea posible para promover y hacer posible que pueda continuar con estas obras de beneficencia que miran únicamente al bien moral y religioso de la juventud abandonada y en peligro”.

En estas líneas, el acento está puesto también en lo educativo, moral y religioso del proyecto llevado a cabo en los Oratorios. Motivos más acordes con la finalidad de la institución a las que ve dirigida la misiva. Pero Don Bosco no deja pasar la oportunidad para insistir en que los destinatarios de su obra son, cada vez en mayor número, los jóvenes abandonados y en peligro: “Los jóvenes que participan (sólo en el Oratorio de San Francesco di Sales sobrepasan a menudo los dos mil), en las escuelas dominicales y nocturnas aumentan considerablemente”.

Este es el Don Bosco de la primera hora, consciente de estar llevando adelante una obra por el bien y la salvación de la juventud. No se detendrá ante las adversidades y combatirá con todas sus fuerzas no sólo el malestar juvenil de su tiempo sino las mismas causas que originan una realidad social en la que no todos tienen las mismas oportunidades. Don Bosco, con corazón pastoral, hará palanca sobre realidad social para contribuir a hacer emerger una sociedad mejor donde no siempre pierdan los mismos.

viernes, 6 de enero de 2012

"Llamad al buen Palestrino..."

Domenico Palestrino era un coadjutor salesiano a quien Don Bosco confió el cuidado del santuario de María Auxiliadora del que fue su sacristán y su custodio durante cuarenta y cinco años. Hombre bueno y sencillo, se ganó la confianza de Don Bosco que vio siempre en él el rostro de la santidad. Confió en él no sólo en el encargo delicado de cuidar el santuario sino que en no pocas ocasiones le pedía rezar por las necesidades imperiosas de la Congregación, seguro de que sus oraciones eran escuchadas. Don Bosco estaba convencido de que era un “pobre sacerdote” pero que tenía en Valdocco “muchos jóvenes santos”. Entre ellos, sin duda, el señor Palestrino. Después de haber hecho el noviciado, fue admitido enseguida a la profesión perpetua debido a su extraordinaria bondad y a su profunda espiritualidad.

Don Viglietti nos ha conservado en su crónica un episodio delicioso y lleno de la humanidad de Don Bosco, sufriente y cercano a la muerte, que pide a su secretario que llame al buen Palestrino. Era el 24 de enero de 1888. Relata Don Viglietti:

“(Esta mañana) Don Bosco se sintió muy mal. Los médicos los encontraron como si hubiera retrocedido un mes. Hoy me mandó llamar a Palestrino, el sacristán, me dijo que le dijera que todo el tiempo que le quedaba estuviese rezando a Jesús y a María porque en estos últimos momentos se mantuviera con fe viva esperando su hora. Yo llamé a Palestrino, habló con Don Bosco: él le repitió lo mismo llorando y lo bendijo. Don Bosco esta tarde se encuentra bastante mejor; él dice que es gracias a la oración de Palestrino”.

Estas líneas tienen un hondo significado. Don Bosco está a punto de morir y se pone en manos de uno de sus muchachos confiado en la fuerza de su oración. Es más, está convencido que la leve mejoría que siente al atardecer es consecuencia de la santidad y de la sencilla oración de uno de sus más humildes salesianos.

Pero Don Bosco no le pide a Palestrino que rece para curarse. Le ruega que ore al Señor para que pueda mantenerse firme en la fe hasta el último momento. Nuestro padre sabe que el momento está cerca. Se siente en el tramo final. Y sólo pide que Dios le dé fuerzas y lo mantenga con una fe viva esperando su momento. ¡Grande Don Bosco! Sabe que su vida está en manos del Señor y solo desea ser fiel hasta el final. Las fuerzas flaquean. Y aquí interviene la oración: “Señor dame fuerzas y mantenme firme en la fe hasta el final”. Un santo que experimenta su debilidad y sabe de la santidad de su salesiano pidiéndole su intercesión ante el Padre. Fuera de lo común.

La escena evoca el ambiente de piedad de Valdocco. Se respira espiritualidad y la presencia de Dios es experimentada con mucha fuerza. Así lo vivió Don Bosco y así lo transmitió a sus salesianos y a los jóvenes del Oratorio. Dios se ocupa de nosotros. Escucha nuestra plegaria y no nos abandona nunca. Bien es sabido que cuando Don Bosco, en plena actividad, tenía alguna intención especial mandaba a sus mejores muchachos a rezar ante Jesús sacramentado. Estaba convencido de que Dios escucha más fácilmente la oración de los pequeños y sencillos.

Domenico Palestrino murió con setenta años y casi cincuenta los vivió en la casa de Don Bosco. Siempre lo recordaron como un hombre bueno y santo al que Don Bosco quiso mucho. El, con humildad, siempre decía: “entonces (cuando Don Bosco vivía) yo era más bueno”.