martes, 22 de junio de 2010

DON BOSCO ES EXCEPCIONAL

Queridos amigos:
Muchos de los biógrafos de Don Bosco recogen agradecidos en sus escritos el episodio de 1861 sucedido en Valdocco y referido a la constitución de una “comisión extraordinaria” para recoger y conservar la memoria del santo sacerdote y de los avatares de la obra salesiana.
Sus muchachos, los que han crecido junto a él y se han hecho hombres a su lado, están convencidos de que en Don Bosco hay mucho de sobrenatural. No quieren que se pierda la memoria de cuanto ha acontecido de extraordinario en la vida y en la obra del padre y deciden tomar nota y conservar por escrito todo lo que suceda en torno a la figura de Don Bosco.
Don Alasonatti, Don Rua, Juan Cagliero y otros salesianos se reúnen para establecer los criterios y acordar cómo proceder para transmitir fielmente los hechos. Durante años, se leerán muchos de estos testimonios en el Capítulo Superior para verificar entre todos la veracidad de lo narrado.
Es un acontecimiento sencillo pero de suma importancia. Sin duda, será clave para el futuro y la transmisión a las nuevas generaciones de cuanto aconteció y fue vivido en primera persona por testigos oculares. Pero la constitución de la comisión también es relevante porque expresa dos cosas: el afecto inmenso de sus muchachos por Don Bosco a quien conocían bien y a quien le debían todo; y porque es una señal inequívoca del convencimiento de que Don Bosco era extraordinario.
Sin duda, es el cariño hacia Don Bosco lo que motiva esta decisión. Pero no sólo. No sería justo pensar que es sólo el afecto de aquellos muchachos hacía quien consideraban santo lo que motiva escribir y conservar hechos que al fin y al cabo están desfigurados por la admiración con el objetivo de engrandecer su figura.
Como escribirá Don Lemoyne en las Memorias Biográficas:

“Podemos estar bien seguros de la verdad de cuanto nos dejaron tales testigos. En el curso de los años, entraron otros para continuar su trabajo con el mismo afecto a Don Bosco y a la verdad”

No hay razones serias para dudar de la veracidad de lo narrado. Posiblemente hay algunos elementos subrayados y acentos aquí y allá que son motivados más por el ambiente de veneración hacia la figura del santo sacerdote que por una lectura más objetiva de la realidad. Pero el conjunto de los testimonios reflejan el devenir de una época que para sus protagonistas resultó fascinante y en la que los signos de la Providencia eran familiares.
No cabe duda de que hay que agradecer el trabajo de aquella comisión y de los que participaron en ella años más tarde. Gracias a este servicio han llegado hasta nosotros infinidad de detalles de la intrahistoria salesiana que de otra manera se hubieran perdido irremediablemente.
Está claro que el registro de todo lo que Don Bosco decía y hacia tiene sus límites. Se percibe con frecuencia el deseo de verificar la virtud y la santidad de Don Bosco a costa de sacrificar otros aspectos más humanos del Fundador que quedan definitivamente velados u ocultos. Ningún hijo que admira y venera a su padre pone a la luz sus defectos y límites. Es un pecado de omisión pero justificable desde la óptica de la admiración y afecto que aquellos muchachos profesan al hombre, al sacerdote y al santo.
Estos límites no ofuscan, sin embargo, la percepción – en su conjunto – de que Don Bosco es un hombre excepcional en el que los dones de naturaleza y de gracia son manifiestos en el vivir cotidiano. Una santidad ordinaria que es percibida por cuantos lo rodean como un don sobrenatural que Dios concede a sus elegidos. Es lo excepcional en lo cotidiano lo que hace de Don Bosco un gigante de la santidad, porque en la debilidad y en el límite la fuerza de Dios aparece arrolladora y sobreabundante.
Aquellos primeros salesianos supieron percibir y transmitirnos con acierto la excepcionalidad de un pobre sacerdote fuertemente tocado por la gracia en el que Dios hizo grandes cosas. Ellos fueron testigos y lo que vieron y oyeron es lo que nos han transmitido. Aunque a veces les pudiera el cariño. Ni más ni menos. Gracias.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez